Capítulo 53 ~ Ayudar y no estorbar

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Maxi se puso ansiosa. Si no había clérigos capaces de realizar magia divina en todo Anatol, eso significaba que Ruth era la única persona que podía usar magia curativa. Si surgiera una crisis mayor, ¿entonces qué? Al ver la preocupación en su rostro, Ruth movió suavemente un dedo para distraerla.

— Ahora no es momento de preocuparse, mi señora. Por favor llame a los sirvientes. Iré a preparar las hierbas.

— E-entiendo.

Ruth se dio la vuelta y salió de la habitación. Maxi se puso una bata gruesa y se dispuso a tocar el timbre para llamar a los sirvientes. Como no podía descuidar el castillo llevándolos a todos consigo, eligió diez jóvenes corpulentos y cinco sirvientas. Después de darles instrucciones, procedió a salir del gran salón.

Maxi se puso la capucha sobre la cabeza para bloquear el viento y corrió hacia el campo de entrenamiento. Allí, los sirvientes cargaban el equipaje en tres grandes vagones. Comprobó que no se les hubiera escapado nada antes de subirse al carruaje con ellos.

Momentos después, Ruth apareció con un pesado saco de hierbas colgado al hombro y apiló el bolso encima del resto del equipaje. Maxi se movió hacia el borde del asiento para hacer espacio. Sólo entonces Ruth, que había subido al carruaje, notó su presencia. Él pareció sorprendido.

— ¿Se une a nosotros, mi señora?

Los ojos de Maxi se agrandaron. Había asumido que era su deber acompañarlos.

— ¿M-me estaría i-interponiendo en el ca-camino?

— Para nada. Fue simplemente inesperado. Sin duda su presencia sería de gran ayuda.

El hechicero le dedicó una sonrisa afable y se sentó frente a ella. Uno a uno, los tres carros tirados por caballos atravesaron las puertas del castillo. Cuando cruzaron el puente levadizo, el carruaje de repente empezó a temblar violentamente y Maxi agarró la manilla con miedo. Bajaban por una colina empinada y el carruaje se inclinaba precariamente hacia adelante. Maxi temía que se cayera.

— No se preocupe, mi señora — dijo Ruth, sacudiendo lentamente la cabeza —. Las ruedas están equipadas con un dispositivo que evita que el carro vuelque.

Al darse cuenta de que había dejado en evidencia su ignorancia, Maxi se sonrojó y soltó la manija. Continuaron cabalgando en ese precario estado hasta que estuvieron a salvo colina abajo, momento en el que giraron hacia el este. A través de la ventana, Maxi pudo ver que avanzaban por un sendero apartado del bosque rodeado de árboles desnudos.

Sombras de ramas delgadas parecidas a telarañas se extendían por el suelo, que estaba cubierto por una fina capa de hielo. Maxi apartó la mirada del desolado paisaje. Intentó controlar su respiración para calmar los latidos de su corazón. Finalmente, el carruaje se detuvo.

— Hemos llegado.

Ruth saltó del carruaje en el momento en que un sirviente abrió la puerta. Maxi salió detrás de él, luego se quedó congelada ante la vista que encontraron sus ojos. Entre los troncos de los árboles en un claro abierto, había montones de cadáveres de enormes bestias negras.

Ruth miró la cabeza de un hombre lobo en el suelo.

— Entonces eran hombres lobo. Eso explica por qué los centinelas fueron sorprendidos. Tendré que idear medidas para evitar que esto vuelva a suceder.

Maxi desvió la mirada y reprimió las ganas de vomitar, reacia a mostrarles a los demás esa vista indecorosa nuevamente.

— ¡Mago Rut!

Maxi se giró para ver de dónde había salido el grito. Un grupo de caballeros estaba instalando tiendas de campaña junto a unas cuantas chozas en ruinas ubicadas en el denso bosque. Uno de los caballeros caminó hacia Ruth.

Debajo del roble ~ Libro 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora