Capítulo 11

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Después de cenar con mi hermana, Theodore, Daphne, Pansy y Matheo, fui a mi cuarto a prepararme para la "misión". Me lavé los dientes, la cara, me puse cacao en los labios y terminé de leer un capítulo que había dejado a medias. Me estaba gustando mucho el libro de la historia de Anna Frank. Era impresionante, triste y desgarradora y me hacía dejar de pensar en mis problemas actuales.

Después, me desenredé el pelo y me hice dos trenzas para que no se me estufase. Me dejé los pantalones negros que había estado llevando aquel día y me puse la sudadera que Theodore me había dejado. Olía a su colonia de menta. 

Por último, preparé un pequeño bolso (también negro) en el que metí un bolígrafo muggle y una libreta pequeña que compré cuando estuve de viaje por Italia con mi abuela, además de la nota que Hermione me había dado con la contraseña de su casa. Era una costumbre llevarme siempre papel y boli.

Miré el reloj de mi muñeca, que marcaban las doce menos veinte. Me había cambiado la joyería dorada por la plateada porque, a mi parecer, era mucho más disimulada de noche. Decidí calzarme con unas deportivas cómodas por si nos hacía falta correr y, con mucho disimulo y cuidado, fui hasta la sala común.

Cuando llegué, vi con alegría que solo se encontraba Matheo en ella. Si hubiese habido más gente ahí, habría testigos que podrían confirmar nuestra ausencia.

- Buenas noches. - Me dijo el castaño al verme. 

Iba vestido con prendas totalmente negras, igual que yo. Iba también con una sudadera y pantalones vaqueros negros, pero muy anchos. Sabía de ropa.

- Buenas noches, Matheo. - Respondí, algo nerviosa y emocionada. Me gustaba la sensación de hacer algo que no permitía el colegio. Hacía que la adrenalina corriese por mis venas.

- ¿Estás lista? - Me preguntó, con una sonrisa divertida plasmada en su rostro moreno por el sol. Se notaba que había estado en el sur de España aquel verano.

- ¿Para romper las normas? Siempre.

Al escuchar mi respuesta, se rio a un volumen bajo para no despertar a nadie y salimos con muchísimo cuidado de la sala común. Me iba señalando por dónde debíamos ir para llegar al pasadizo, pero tenía que prestar mucha atención debido a la falta de luz de los pasillos.

- Por aquí. - Susurró Matheo, girando en una esquina a la izquierda. 

De repente, el castaño dejó de andar, provocando que me chocase contra él y me quedase totalmente confundida. Fruncí el ceño al ver que seguía sin moverse.

- ¿Qué te ocurre...? - Empecé a cuestionar, pero noté como puso su mano tapando mi boca.

- He oído pasos, Isa. - Me respondió, a un volumen casi inaudible. Notaba como mis pulsaciones empezaban a subir de manera drástica. No podían encontrarnos fuera de nuestras habitaciones a esa hora. Sería básicamente un suicidio.

Mi cerebro empezó a trabajar a grandes velocidades. Intenté ubicarnos en una especie de mapa mental del castillo, pero era algo complicado ya que yo llevaba poco tiempo en la escuela y no conocía tanto el lugar. A ver, si acabamos de llegar a las Torres del Oeste pero aún no hemos llegado a la torre de Gryffindor, estamos casi... en la Oficina de Dumbledore. Merlín, muchas gracias por esta suerte.

Agarré a Matheo del brazo y nos metí en el hueco que dejaba en la pared el despacho del director de Hogwarts. Una gran ave de color bronce llegaba desde el techo hasta el suelo, así que nos escondimos detrás de esta, porque, por suerte, era lo suficientemente ancha. Cuando los pasos cesaron, me permití suspirar. Qué miedo había pasado.

- Bien hecho, Isa. - Me felicitó Matheo, con una gran sonrisa que imité con triunfo. 

El chico estaba agachado en el suelo, palpándolo con sus manos. Me fijé en que también llevaba un par de anillos de color plata. Había uno en especial que me sonaba mucho. Creí que era igual a uno de los favoritos de Theodore.

- ¿Y ese anillo? - Le pregunté, en voz baja, señalándole el que me llamaba la atención.

- ¿Este? Draco, Theodore y yo tenemos el mismo. Los hicimos a mediados de nuestro primer año, grabando nuestras iniciales una encima de la otra. Por aquel entonces ya sabíamos que íbamos a ser muy buenos amigos.

- Es precioso. - Comenté, refiriéndome tanto al anillo como al recuerdo. - Yo pensaba que Draco y tú no os llevabais muy bien.

- Puede no parecerlo, pero es un buen tío. Solo que no le gusta que la gente lo sepa. - Me explicó, tranquilamente. Sentía que Matheo era distinto a como me lo había imaginado. Parecía un tipo totalmente inaccesible e independiente, pero sentía que nos entendíamos muy bien el uno al otro. Me recordaba, en cierta forma, a mi hermano Leo. Nota mental: tengo que escribir a papá.

- Y... ¡tachán! - Dijo Matheo, levantando una baldosa del suelo. Me quedé flipando, con los ojos muy abiertos y casi sin palabras. Parecía una escena de película. 

Era una entrada lo suficientemente grande para que ambos pasásemos sin ningún tipo de problema. Tenía mi varita en una especie de cinturón donde se podía llevar sin molestia, semblante al que llevaban los caballeros para guardar sus espadas en la época medieval, e, instintivamente, tenía la mano apoyada sobre ella.

- ¿Voy yo primero o prefieres ir tú? - Me preguntó el castaño. - Hay que saltar un poco, pero no estamos muy altos.

- Pues entonces voy yo primero.  - Respondí, con una sonrisa aventurera. La emoción luchaba contra el miedo de encontrarme a Sirius Black por los pasadizos y la tensión de llegar puntual. - Nos vemos abajo. 

Me senté dejando las piernas dentro del pasadizo y me impulsé hacia abajo. Matheo tenía razón, no era un lugar muy alto. Agarré mi varita con la mano derecha y apunté con ella hacia el frente. 

- Lumos. - Dije, bajo. La punta de mi varita se iluminó, dejándome ver el pasadizo con más claridad. No es que tuviese mucho misterio: era un pasillo algo sucio y polvoriento que tenía más entradas a lo largo del techo. 

Escuché como mi acompañante saltaba y aterrizaba a mi lado. Me miró y se rio al ver mi cara tensa, pero no se dio cuenta de por qué estaba asustada. 

- Nox. - Suspiré. Ese hechizo provocaba lo contrario a Lumos, así que apagó la luz.  - Matheo, hay gente aquí abajo. Vuelvo a oír pasos.

Esta vez, algo impulsivamente, decidí continuar avanzando. Con cuidado, me iba acercando a donde resonaban los pasos. Despacio, silenciosa y con la varita en alto. Puede que sea Sirius Black. 

Vi un par de siluetas en el pasillo y mi mente ni se lo pensó.

- ¡Flipendo! - Grité, con un alto tono de voz. Una de las siluetas salió algo despedida hacia atrás, pero no había apuntado del todo bien. Matheo también llevaba su varita en la mano y se sorprendió al verme actuar.

Se puso delante de mí y me susurró: "Si ves la ocasión, vete.", a lo que le miré y apreté la mandíbula."No te voy a dejar solo, Riddle", pensé.

- No tengo ningún miedo. - Les mentí a las figuras. - Lumos.

- ¿Matheo? - Preguntó uno. - No me lo puedo creer. - Añadió, riéndose.

- ¡Fred! ¿Qué haces aquí? 

Así que ellos eran los gemelos Weasley, hermanos mayores de Ron. Si ese era Fred, entonces...

- Sí, sí. Yo estoy bien. No hace falta que os preocupéis tanto por mí, de verdad. - Añadió George Weasley, el pobrecito que había recibido mi hechizo. - Serías una buena duelista, ¿eh? - Comentó, mirándome mientras se levantaba.

- Lo siento, George. - Le dije, con una sonrisa y tendiéndole mi mano. - Soy Isabella.

"Rosier" - Theodore NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora