— ¿Seguro que no quieres que te espere? — pregunté mientras me dirigía hacia la entrada del edificio, con Alex siguiéndome de cerca.
— Te vas a aburrir, además, es solo una reunión de Zoom — respondió sonriendo.
Nuestro momento se interrumpió por el sonido de un claxon; era Samy. Habíamos quedado en ir juntas a la casa de Juan y Ari.
— Me voy — avisé.
— Está bien... sabes que puedes llamarme por cualquier cosa, ¿verdad?.
— Sí, ya lo sé...
— Solo no lo olvides — dijo, colocando sus manos sobre mis hombros.
Iba a responder, pero la voz de Rivers nos interrumpió.
— ¡Ya déjala ir, wey! — gritó la rubia desde el coche.
Nos dimos un breve beso y me dirigí rápidamente hacia el auto.
— Que no se note el miedo de que vayas a ver a Iván — comentó Samy en tono burlón.
— Vamos a ver a Carre y a Iván — corregí.
— ¿Qué se siente? — pregunta Samy, sin apartar la vista de la carretera.
— Hablas como si fuera a ver a mi ex — respondí.
— Es que es tu ex — se ríe.
— ¡Oye! Nunca fuimos novios.
— Pero pasaron cosas que...
— No metas cizaña, wey — la interrumpí — andas muy llevadita hoy.
— Sabes que es puro cotorreo — dijo, apretando mi mano con la suya libre — si pasa algo raro, estoy aquí para ayudarte a salir de ese apuro.
Era innegable que sentía algo de nervios; casi no pude dormir anoche. Sé que no debería sentirme así porque, a fin de cuentas, es mi amigo. Sin embargo, pasaron cosas y, cuando se fue, casi perdimos el contacto. Nuestro último mensaje fue el día de la graduación.
— ¿Tú crees que dejaría que le quiten la novia a Alex?, después de que le costó lágrimas, sudor y...
— No exageres — le di un leve golpe en el hombro.
— Perdón, me dejé llevar — sonrió avergonzada — pero deberías estar tranquila. No van a estar solos.
Minutos después, llegamos a la casa de nuestros amigos. Vi que el auto de Osvaldo ya estaba allí; todos estaban adentro. Antes de entrar, le escribimos a Ari para que saliera a vernos, y así lo hizo.
— ¡Hola! — exclamó Ari, caminando hacia nosotras. Salimos del auto y la saludamos con un abrazo — se tardaron mucho.
— El tráfico de Monterrey es el culpable — explicó Rivers.
Caminamos hacia la casa. Ellas hablaban y yo apenas prestaba atención, ansiosa por entrar.
— Che, boludo — imitó Samy para llamar la atención de todos.
— ¿Qué onda? — saludó Rodri, levantándose del sofá y acercándose a nosotras.
Él siempre fue muy amigable con todos. Cuando dejé de abrazarlo, mi mirada se dirigió al otro lado, donde estaba Iván. Sigo pensando lo mismo: sus ojos son algo imposible de ignorar.
— ¿Te vas a quedar así todo el día? — preguntó burlón.
Sonreí, avergonzada, y él fue el primero en abrazarme. Las ansias desaparecieron. Nos separamos sin decir nada. Me senté al lado de Juan, mientras Iván volvió al sofá donde estaba con Osvaldo y Roier.