El aeropuerto estaba lleno. Las personas caminaban por todos lados, cargando maletas, haciendo llamadas, formando filas en los mostradores, o simplemente esperando en las puertas donde otros llegaban o se despedían antes de cruzar las puertas de embarque.
Llegamos casi corriendo, ya que a Alex le quedaban solo 20 minutos para abordar.
— Es aquí — dijo, agitado por la carrera.
Nos detuvimos por un momento, observando cómo la gente avanzaba en fila para embarcar. El ambiente estaba cargado de despedidas y emociones.
— Bueno... supongo que ahora sí es un adiós — murmuré, tratando de sonar tranquila.
Alex me miró con una expresión suave, sus ojos reflejaban algo que no lograba descifrar del todo. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
— Y gracias por ayudar a encontrar a Tilín — dije, poniendo las manos detrás de mi espalda —. No sé qué hubiera hecho si no aparecía.
— Ya sabes que por ti hago lo que sea — respondió Alex, manteniendo esa misma expresión tranquila.
¿Por qué mi corazón está latiendo tan rápido? ¿Por qué siento ese cosquilleo en las mejillas? Tuve que apretar los labios para evitar sonreír.
Alex me miró en silencio por unos segundos, como si quisiera decir algo más, pero se contuvo. El altavoz del aeropuerto anunció la última llamada para su vuelo, rompiendo el momento.
— Creo que es mi turno — dijo, señalando la fila que ya avanzaba rápidamente.
Asentí, sin confiar en mi voz en ese momento. No quería hacer esta despedida más larga de lo necesario, pero tampoco estaba lista para decir adiós. Alex dio un paso hacia la fila, pero luego se detuvo, girando sobre sus talones.
— Oye, ____, cuídate, ¿sí? Y... cuida bien a Tilín.
— Siempre lo hago — respondí, tratando de mantenerme firme. Pero las palabras salieron más suaves de lo que esperaba.
De repente, Alex abrió los brazos, y sin pensarlo, corrí hacia él, envolviéndolo en un abrazo. No quería que este momento terminara, no así.
— Tú también cuídate... y demuestra lo chingón que eres — susurré contra su hombro, intentando sonar fuerte, aunque la despedida doliera más de lo que quería admitir.
— Ya con tu bendición, sé que así será — respondió, soltando una pequeña risa que me hizo sonreír también.
No quería soltarlo, pero lentamente me separé, obligándome a mirarlo una vez más. Nos quedamos ahí, en silencio, mirándonos a los ojos por unos segundos.
Me quedé quieta mientras lo veía avanzar hacia la puerta de embarque. Sentí un nudo en la garganta, pero lo tragué. Cuando estaba a punto de cruzar, se giró una última vez, levantó la mano en un gesto de despedida y me sonrió. Esa sonrisa que siempre me desarmaba.
— Adiós — susurré para mí misma, viendo cómo desaparecía entre la gente.
El aeropuerto, con todo su ruido y movimiento, de repente me pareció inmensamente vacío.
(•••)
— ¡O sea, se lleva mi auto y ni me responde! — exclamó Samy, tecleando furiosa en su teléfono.
— Déjala, seguro anda por ahí perdida con el Lic, pasándola bien — dijo Rodrigo, mientras acariciaba a Tilín que descansaba en su regazo.
— Que se pierdan, pero no en mi auto — refunfuñó Samy, visiblemente molesta.
En ese momento, la puerta de la casa se abrió y entré yo, aún algo mojada por la lluvia y con la cabeza gacha.
— Hablando del rey de Roma — dijo Samy, caminando hacia mí con una sonrisa burlona —. ¿Lloraste?
— ¿Qué? No, no... nada que ver — respondí apresuradamente, llevándome las manos a los ojos para secar lo que quedaba de alguna lágrima.
— Le robaste el auto a tu amiga — añadió Iván, cruzado de brazos, divertido.
— Oh, sí... lo siento — dije, extendiendo las llaves hacia Samy —. Tuve que llevar a Alex al aeropuerto. Llegaba tarde y... bueno, le debía una.
— Entonces ya se fue — comentó Rodrigo, dejando de jugar con Tilín por un momento.
— Sí... ya se fue — murmuré, tratando de mantenerme neutral.
Nos quedamos conversando unos minutos más, entre bromas y distracciones, hasta que Samy y Rodrigo decidieron irse. Solo quedamos Iván y yo en la sala, el ambiente repentinamente más pesado con el silencio.
— No te sientes bien, ¿verdad? — dijo Iván de repente, rompiendo la quietud.
— Estoy bien... — mentí, apartando la mirada mientras cruzaba los brazos como una barrera.
— Tienes los ojos rojos — continuó Iván, observándome con seriedad —. Rivers y Carre no dijeron nada porque no quisieron meterse, pero yo te conozco.
Su mirada no me soltaba, era como si pudiera ver a través de las excusas. Me quedé callada un momento, incapaz de seguir ocultando lo que sentía.
De repente sentí cómo mi rostro empezaba a arder, y antes de poder detenerlo, una lágrima silenciosa resbaló por mi mejilla. Luego otra. Iván no dijo nada, simplemente me colocó una mano en el hombro, acariciándome con una calma que no necesitaba palabras.
— Venite a Argentina — soltó de pronto, rompiendo el silencio.
Me quedé en blanco por un segundo, limpiándome las lágrimas rápidamente, intentando recuperar la compostura. Lo miré con confusión.
— ¿Qué?
— Dicen que es bueno alejarse de tu zona de confort por un tiempo — explicó, con una pequeña sonrisa, como si la idea fuera lo más natural del mundo —. Te lo digo yo, desde que vine aquí me sentí mejor, fue como dejar atrás todas las cosas complicadas que estaba viviendo en Argentina.
Sus palabras me hicieron quedarme en silencio. El eco de la despedida con Alex aún resonaba en mi cabeza. Quizá Iván tenía razón. Tal vez lo que necesitaba era distancia, un respiro. La idea de escapar, de salir de este círculo que parecía cerrarse a mi alrededor, empezaba a parecer tentadora.
Lo miré, tratando de asimilar lo que me estaba proponiendo. Alejarme... ¿Sería eso lo que realmente necesitaba?