Prologo

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En un rincón apacible de Phoenix, Arizona, vivían dos hermanas que, aunque eran mellizas, parecían pertenecer a mundos distintos

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En un rincón apacible de Phoenix, Arizona, vivían dos hermanas que, aunque eran mellizas, parecían pertenecer a mundos distintos. Ara y Bella habían compartido cada instante de su vida, desde el primer latido en el vientre de su madre hasta la última noche en la casa que estaban a punto de dejar atrás. Sin embargo, cualquiera que las conociera apenas podría imaginar que compartían la misma sangre.

Bella, con su aire tímido y reservado, era una copia exacta de su padre. Alta y esbelta, con una piel pálida que parecía casi translúcida bajo la luz del sol, y una melena castaña que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Su mirada, siempre curiosa y a veces perdida en pensamientos profundos, reflejaba su mente ágil y su naturaleza introspectiva. Bella era una chica inteligente, torpe en sus movimientos, y con una pasión desbordante por el conocimiento. Su amor por los libros y su desinterés por las modas la hacían destacar en un mundo que a menudo valoraba la apariencia sobre la esencia.

Ara, en contraste, era una pequeña explosión de energía y color. Baja y menuda, su cabello rubio brillante y su piel bronceada recordaban a su madre, una mujer vibrante y llena de vida. Ara era extrovertida y sociable, siempre la primera en iniciar una conversación y la última en abandonar una fiesta. Su gusto impecable por la moda y su habilidad para combinar colores y estilos la convertían en el centro de atención allá donde fuera. Ara era también una niña de papá, un vínculo forjado en los veranos que pasaba con él, anhelando esos momentos de cercanía que ahora podrían convertirse en su nueva realidad diaria.

La mudanza no era fácil, pero Ara lo veía como una oportunidad. No es que no amara a su madre, todo lo contrario. Quería que su madre, Renée, disfrutara plenamente de su nuevo matrimonio con Phil, un hombre amable y apasionado por el béisbol. Además, esta era su oportunidad de estar más tiempo con su padre, más allá de las dos semanas de verano que tanto esperaba cada año.

En su habitación, Ara daba los últimos toques a su maleta cuando un golpecito suave en la puerta la sacó de sus pensamientos. Su madre apareció en el umbral, observándola con una mezcla de preocupación y ternura.

—Cariño, ¿estás segura de que quieres ir? —preguntó Renée, su voz suave pero cargada de emociones.

—Sí, mami, extraño mucho a papá. Y tú vas a disfrutar esto al máximo. Ve y apoya a Phil en sus juegos de béisbol. Bella y yo estaremos bien —respondió Ara con una sonrisa tranquilizadora.

—¿Y Bella? —inquirió Renée, echando un vistazo a la habitación abarrotada de maletas y cajas.

—Fue a buscar un cactus. Dice que le recordará a Phoenix —contestó Ara, riendo ante la ocurrencia de su hermana.

Renée asintió, sonriendo. Sus ojos recorrieron el cuarto hasta detenerse en una última maleta sin empacar.

—Cariño, todavía te falta una maleta —señaló, con una ceja levantada.

—Mami, todo lo que llevo es importante. Además, esta es mi maletita de skincare y maquillaje —explicó Ara, con una sonrisa inocente.

Renée solo pudo sonreír y besar la mejilla de su hija.

—No tardes. Phil y yo las llevaremos al aeropuerto.

Ara asintió y se apresuró a terminar. Al bajar, se encontró con Bella, quien al ver la última maleta no pudo evitar reír.

—¿Otra maleta, Ara?

—No llevo tantas, hermanita —respondió Ara, sonriendo con inocencia.

—Llevas seis maletas. Con esa son siete —señaló Bella, negando con la cabeza.

—Ups —dijo Ara, encogiéndose de hombros.

Las dos hermanas estallaron en risas, un momento de complicidad antes del gran cambio que se avecinaba. El claxon del coche interrumpió sus risas, y la voz de Phil resonó desde afuera.

—¡Chicas, las amo, pero se va el avión!

Las hermanas se miraron, compartiendo una última sonrisa antes de salir corriendo hacia el coche. El viaje al aeropuerto pasó en un suspiro. Renée se despidió de sus hijas con un abrazo fuerte y una mirada que intentaba contener las lágrimas.

Ya en el avión, Ara miró a Bella con una mezcla de emoción y nerviosismo.

—Bells, ¿estás preparada?

—No, pero allá vamos —respondió Bella, tomando la mano de su hermana.

Ara apretó su mano suavemente y sonrió.

—Tranquila, vas a estar conmigo.

Y así, con el rugido de los motores del avión y el horizonte abriéndose ante ellas, las mellizas emprendieron un viaje que cambiaría sus vidas para siempre.

Y así, con el rugido de los motores del avión y el horizonte abriéndose ante ellas, las mellizas emprendieron un viaje que cambiaría sus vidas para siempre

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