XIV

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Las mellizas ya estaban en su casa, una vez más en la familiar pero imponente habitación subterránea que su padre, Charlie, había preparado para entrenamientos especiales

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Las mellizas ya estaban en su casa, una vez más en la familiar pero imponente habitación subterránea que su padre, Charlie, había preparado para entrenamientos especiales. Este lugar, diseñado para desafiar sus límites físicos y mentales, irradiaba una mezcla de misticismo y disciplina.

Charlie, con una sonrisa llena de determinación, miró a sus hijas, ambas listas, pero con emociones encontradas reflejadas en sus ojos. "¿Están listas?" preguntó, su voz firme pero llena de cariño.

Luca, quien se encontraba a su lado, asintió con una seriedad característica. "Charlie y yo nos encargaremos de cada una," dijo, sus ojos oscuros reflejando una intensidad poco común. "Bella iras  con tu papá, y Ara estará conmigo."

Ara, sin poder evitar sentirse un poco nerviosa, se acercó a Luca. Él, notando su pequeña vacilación, le dedicó una sonrisa suave. "La mia bambina," comenzó, su voz llena de una calidez reconfortante, "¿cómo están esos reflejos? Espero que estés preparada para lo que viene."

Ara tragó saliva, sus ojos encontrando los de Luca. sabía que este sería un desafío diferente, uno que no solo pondría a prueba su fuerza física, sino también su capacidad de tomar decisiones rápidas y precisas bajo presión. "Estoy lista," respondió, más para convencerse a sí misma que a él.

 "Estoy lista," respondió, más para convencerse a sí misma que a él

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El entrenamiento comenzó de manera intensa. Luca no le dio tregua a Ara, empujándola a cada paso, obligándola a moverse más rápido, a pensar con mayor claridad. Cada golpe que lanzaba hacia ella era calculado, cada movimiento tenía un propósito. Mientras tanto, Bella se enfrentaba a desafíos similares bajo la atenta mirada de Charlie, quien, aunque preocupado, también estaba orgulloso de su hija.

Ara esquivaba los ataques de Luca con agilidad, sus reflejos más rápidos de lo que esperaba, pero Luca no se lo hacía fácil. Él era implacable, su rostro concentrado, pero cada vez que veía que Ara estaba a punto de agotarse, bajaba ligeramente la intensidad, dándole la oportunidad de recuperarse sin que ella lo notara.

Después de lo que parecieron horas de un incesante vaivén de movimientos, golpes, y contragolpes, el entrenamiento finalmente llegó a su fin. Ara, con la respiración agitada, se dejó caer en uno de los sofás de la habitación, su cuerpo sintiéndose pesado y agotado. Bella se unió a ella poco después, ambas hermanas compartiendo un momento de silencio, el sonido de sus respiraciones siendo lo único que llenaba el espacio.

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