XIV

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Hace 26 años, en una pequeña y pintoresca casa en Sicilia, vivía una familia que a los ojos del mundo era el retrato de la perfección

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Hace 26 años, en una pequeña y pintoresca casa en Sicilia, vivía una familia que a los ojos del mundo era el retrato de la perfección. La fachada de la casa lucía impecable, con geranios en las ventanas y un pequeño jardín bien cuidado. Vecinos y conocidos veían en ellos una familia modelo: el esposo dedicado, la esposa amable, y el bebé, Luca, un pequeño de apenas unos meses que completaba la imagen. Pero tras esas puertas cerradas, se ocultaba una realidad muy distinta. La apariencia de amor y unidad era solo una máscara que escondía el oscuro mundo al que Luca había sido traído.

El pequeño Luca, desde el momento en que nació, había sido recibido con frialdad y rechazo. Su llanto, su presencia, parecían ser una molestia constante para sus padres, que rara vez lo miraban con afecto. Cuando el bebé lloraba, su madre lo dejaba en su cuna, ignorando sus gritos de hambre o de necesidad de contacto, mientras su padre lo miraba con desdén. No había caricias suaves ni palabras dulces; en su lugar, los días de Luca estaban llenos de indiferencia y, a veces, de miradas cargadas de desprecio.

A veces, sus padres lo sacaban de la casa, y en esos momentos se transformaban en el tipo de padres que todos admiraban. Los vecinos los veían pasear con Luca, sonriendo y simulando una imagen de cariño que solo se sostenía mientras estaban bajo la mirada de otros. Pero una vez que regresaban a casa, el desprecio volvía a manifestarse. Luca, tan pequeño e indefenso, no entendía por qué el mundo parecía ser un lugar tan frío. Era solo un bebé, pero ya su mundo estaba impregnado de dolor y ausencia de amor.

Cinco años después, Luca había crecido en ese ambiente hostil. Con tan solo cinco años, ya conocía el miedo y la tristeza mejor que cualquier niño de su edad. A esa temprana edad, había aprendido a evitar los lugares de la casa donde su padre solía estar, pues sabía que acercarse a él solo le traería dolor. Esa tarde, Luca estaba jugando con un pequeño coche de madera, un juguete viejo que había encontrado en el desván, cuando su padre entró en la sala.

El hombre lo miró con una expresión de desagrado y, sin advertencia, se acercó con pasos firmes. "¿Otra vez perdiendo el tiempo? Nunca debiste haber nacido, ¿sabes? Arruinaste todos mis planes," dijo, con una voz fría y cargada de veneno. Cada palabra era como un cuchillo que se clavaba en el pequeño corazón de Luca, que solo podía mirar a su padre con ojos llenos de temor.

Luca retrocedió, apretando el coche de madera contra su pecho, buscando algún tipo de consuelo en su pequeño juguete. Pero su padre no se detuvo. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, repitiendo una y otra vez lo que consideraba las "verdades" sobre su hijo, palabras que estaban cargadas de odio. "No eres más que una carga. Nunca quise un hijo, y mucho menos a alguien como tú."

La madre de Luca estaba en la puerta, observando la escena, inmóvil. Su rostro mostraba una expresión de desinterés, como si no le importara o como si la situación fuera demasiado habitual para provocarle alguna reacción. Su mirada era vacía, casi ausente, y no hizo el menor intento de intervenir o defender a su hijo.

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