XI

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El salón estaba en silencio, salvo por el sonido ocasional de los suspiros de Bella y el crujir del sofá al moverse

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El salón estaba en silencio, salvo por el sonido ocasional de los suspiros de Bella y el crujir del sofá al moverse. Ara estaba sentada junto a su hermana, observándola atentamente. Día tras día, podía notar cómo Bella se consumía, cómo sus ojos se volvían más sombríos, y cómo una determinación implacable la envolvía. Era evidente que, para Bella, este nuevo camino era inevitable.

Bella se removió en su asiento, como si estuviera reuniendo las fuerzas necesarias para iniciar una conversación que ambas sabían era inevitable. Finalmente, se giró hacia Ara, con una mirada seria y suave.

—Ara, sabes que tenemos una conversación pendiente —dijo Bella, con un tono de voz bajo y delicado.

Ara asintió lentamente, anticipando las palabras que vendrían a continuación.

—Lo sé, Bells —respondió Ara, acariciando el brazo de su hermana.

Bella tomó una respiración profunda, como si buscara coraje en el aire.

—¿Qué piensas de la inmortalidad? —preguntó Bella, con un ligero temblor en su voz.

Ara suspiró y desvió la mirada hacia la ventana. El bosque se extendía fuera de la casa, inmenso y eterno, igual que la inmortalidad que Bella anhelaba.

—Pienso que no es para todos —dijo Ara, volviendo a mirar a Bella—. Pienso que no es algo que yo quisiera para mí.

Bella inclinó la cabeza, interesada en cada palabra de su hermana.

—Cuando estuviste con Emmett, ¿nunca pensaste en la idea de convertirte? —inquirió Bella, con curiosidad y un dejo de melancolía.

Ara sonrió con nostalgia, recordando esos días felices con Emmett.

—Siempre disfruté del presente. Nunca me detenía a pensar en mi futuro. Y nunca me puse a imaginar cómo sería ser inmortal, porque, sinceramente, me pondría triste.

Bella la miró con una mezcla de compasión y asombro.

—¿Por qué te pondría triste? —preguntó Bella, con dulzura.

Ara se tomó un momento para responder, sintiendo el peso de sus palabras.

—Por papá, por mi nonna, por mamá… No podría soportar verlos morir uno a uno, sabiendo que yo seguiría aquí, eternamente. Me derrumbaría en cada una de sus muertes, y poco a poco, dejaría de ser yo misma.

Bella se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.

—Pero me tendrías a mí —dijo Bella con una voz que intentaba sonar firme—. No hay Ara sin Bella, y no hay Bella sin Ara.

Ara esbozó una pequeña sonrisa y asintió.

—Lo sé. Sé que te tendría a ti, y eso sería una de las pocas cosas que me haría soportar la inmortalidad. Pero aun así, siento que no podría ser feliz.

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