XVII

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El eco de sus pasos resonaba en el estacionamiento mientras Luca y Ara caminaban hacia el coche

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El eco de sus pasos resonaba en el estacionamiento mientras Luca y Ara caminaban hacia el coche. Ara, con los pies adoloridos por los tacones, trataba de ocultar su incomodidad, pero Luca lo notó al instante. Sin decir una palabra, se inclinó hacia ella y la levantó en sus brazos con suavidad. Ara se sorprendió, abriendo los ojos con incredulidad.

—No es necesario, Luca —murmuró, su voz temblando ligeramente, intentando ocultar la vergüenza que la invadía.

Luca la miró con una sonrisa suave y respondió con su inconfundible acento italiano.

—Yo lo veo muy necesario, la mia bambina.

Ara no tuvo más remedio que rendirse a su amabilidad, dejando que la cargara hasta el coche. Al llegar, Luca la bajó con delicadeza, abriendo la puerta para que pudiera entrar. Después de asegurarse de que Ara estuviera cómoda, él mismo se subió y comenzó a manejar hacia su penthouse.

El viaje transcurrió en silencio, roto solo por la respiración suave de Ara, que, agotada, terminó quedándose dormida. Luca no pudo evitar mirarla de reojo, con una mezcla de ternura y responsabilidad.

Al llegar al estacionamiento privado de su edificio, Luca aparcó el coche y bajó cuidadosamente, abriendo la puerta del lado de Ara. La miró, aún dormida, y se dio cuenta de lo frágil y vulnerable que parecía en ese momento. Sin dudarlo, la cargó nuevamente en sus brazos, sintiendo su peso ligero contra su pecho.

—Ya puedo caminar, Luca —susurró Ara, despertándose ligeramente cuando sintió que la levantaba.

—Lo sé —respondió Luca, su voz apenas un murmullo—, pero se siente bien tenerte en mis brazos.

Ara no pudo evitar sonreír ante esa respuesta, apoyando su cabeza en el hombro de Luca mientras él la llevaba dentro del penthouse. Al llegar, la bajó con cuidado, permitiéndole recuperar la compostura.

—Me iré a cambiar —dijo Ara, dirigiéndose a la habitación que Luca le había asignado.

Luca asintió y respondió:

—Yo igual.

Antes de entrar en su habitación, Ara se detuvo un momento, volviéndose hacia él con una sonrisa traviesa.

—¿Te parece si después de cambiarnos vemos algo?

Luca sonrió, encantado por la sugerencia.

—Lo que tú quieras, la mia bambina.

Ara asintió, complacida, y se dirigió a su habitación para cambiarse. Mientras tanto, Luca entró en la suya, donde se despojó de su ropa formal y se puso un pantalón de chándal, dejando su torso descubierto, adornado solo por los tatuajes que marcaban su piel. Después, se dirigió a la sala, donde se sentó en el sofá, esperando a Ara.

Minutos después, Ara llegó a la sala, vestida con ropa cómoda. Se sentó al lado de Luca, quien la recibió con una sonrisa.

—¿Y qué película quieres ver, la mia bambina? —preguntó él, mirándola con curiosidad.

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