9 de Octubre 2027
Es curioso cómo vivimos, vivimos a ciegas sin saber a ciencia cierta qué vendrá aunque también vivimos aferrados a certezas y esperanzas, vivimos mirando a los ojos a gente que no sabes hasta qué punto van a ser importantes a lo largo del camino, a veces con prisas que no llevan a ninguna parte y otras con una parsimonia que pondría nervioso a cualquiera. Existen tantas formas de vivir como personas, millones de maneras de relacionarse, de celebrar, de hablar, de vestir, y nunca nadie será capaz de descubrirlas todas ya que para eso haría falta el tiempo de mil vidas. La gente tiende a quejarse por la falta de tiempo, pero no es una cuestión de tiempo, es cuestión de las ganas, desde donde mires, lo que te mueve, lo que te impulsa a coger ese tiempo y exprimirlo hasta la última gota ya sea pasándolo con gente, sólo, paseando, sentado, tirado en la cama o con un tinto en la mano.
Desde hacía varios días la pequeña de la casa llevaba dándole vueltas en su cabeza a una pregunta que estaba a punto de quitarle el sueño, al día siguiente su hermano cumplía un año y se estaba empezando a dar cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo desde aquella mañana en la que su madre fue a comprarle los antojos a su mami y en cuestión de minutos ya estaba Leo avisando de su llegada. Este pensamiento recurrente le había llevado a otro, ella no quería ver el tiempo pasar, sentía que habían pasado muchas cosas pero no las había vivido como solía recordar hacerlo, quería disfrutar mucho con su gente haciendo cosas que le gustasen, lo que le llevó a la última duda existencial, si todo pasa tan rápido para ella para el resto también debería ser igual, si ella cumplía años el resto también, si ella morirá su gente también lo hará en algún momento. Y así abrió Lúa la puerta a eso que su familia llamaba preadolescencia, que sin saberlo venía acompañada de preguntas, miedos, inseguridades y situaciones que nunca esperaba vivir.
Aunque Lúa era una niña risueña y con mucho desparpajo, en eso de expresar lo que le preocupaba no era muy buena, siempre lo hacía por medio de sus bocetos y lienzos, lenguaje que sus madres habían aprendido a leer hacía ya mucho tiempo.
Pov Violeta
La luz y las suaves caricias que bailoteaban entre mi cuello y mi cadera me iban trayendo de vuelta al mundo real dejando a medias uno de los tantos sueños que había tenido a lo largo de la noche. Me giré sobre mí misma para descubrir el rostro de mi mujer, que disfrutaba del momento con los ojos cerrados y una ligera sonrisa que la delataba en su intento de hacerse la dormida. Besé su mejilla varias veces antes de esconderme en mi sitio favorito, el hueco entre su cuello y su pecho. Si algo me gustaba de los findes era poder estar así durante un buen rato, juntas y conscientes de la tranquilidad que se respiraba en la casa que en unos minutos volvería a parecerse más a un campamento que a una casa.
A cualquier otra persona le puede parecer insignificante, pero siendo una persona que odiaba el desorden, el hecho de no poder vivir sin el desorden de mi familia era una verdad que me llenaba el pecho de ese calor que siente una cuando está en casa. El saber en qué lugar exacto del pasillo podría encontrarme algún lego de Lúa, dónde tira Leo el chupete y los peluches a media noche y encontrarlos aún con las persianas bajadas, cuáles son los lugares potenciales en los que Kiki se ha podido dejar las gafas o las llaves del coche...
Todos los detalles que hacían a mi casa ser casa.
—¿Estoy loca si te digo que creo que me gusta el desorden? -Corté el silencio dejando salir lo primero que me vino a la mente.
—¿Mmh? -Me reí al verle la cara de confusión a mi mujer.- Buenos días, eso lo primero -dejó un beso sobre mis labios para después frotarse los ojos.- Y lo segundo, loca no sé pero locamente enamorada de tus hijos y mujer si que tienes que estar, y un poco desquiciada