Husk
Jugar con Angel a las cartas era como ver a un pez intentando escalar un árbol. No hacía ni dos movimientos seguidos correctos, y a esas alturas no sabía distinguir si era porque no me prestó atención cuando le expliqué las normas del póquer o si era porque su capacidad para retener información tenía el tamaño de un guisante.
Jugar por las noches después de nuestra copa juntos se había convertido en costumbre. Él volvía cansado del trabajo, y yo siempre estaba harto de estar ahí, así que al menos disfrutábamos de la compañía del otro durante un par de horas. Él odiaba el póquer, pero no paraba de insistir en que quería aprender para poder ganarme una partida. Incluso me llegó a confesar que leyó los primeros capítulos de un manual para aprender a hacer las mejores jugadas. No iba a negarlo: le ponía entusiasmo. Pero solo faltaba que su memoria durara más de dos días.
- ¿Pero cómo vas a ganar tú si he hecho escalera?
- Yo he hecho poker, es una combinación más poderosa.
- ¡Y una mierda! Lo mío tiene más cartas, es más difícil.
Nuestras noches siempre seguían los mismos pasos: primero empezábamos hablando en la barra, evitando a toda costa temas desagradables para poder pasar un buen rato. Luego sacaba la baraja y jugábamos hasta que Angel se frustraba por perder. Y cuando estábamos los dos lo suficientemente cansados como para seguir pensando, pero lo suficientemente despiertos como para irnos a dormir, improvisábamos.
Había noches en las que salíamos a dar una vuelta para despejarnos. Otras veces nos quedábamos en el hotel y simplemente seguíamos con la conversación, de la misma manera de siempre. Y de vez en cuando hablábamos de cosas personales.
Esas conversaciones profundas en la madrugada, a pesar de que removieran pensamientos y momentos oscuros de nuestro pasado, eran mis favoritas. Desde que Angel me confesó lo dura que fue su infancia y adolescencia, algo hizo un clic entre los dos. Saber que ahora ambos contábamos con la suficiente confianza como para expresar aquello que nos dolía, nos hacía sentir más humanos.
Había observado en Angel ciertos patrones a la hora de hablar de temas delicados. Siempre miraba hacia el techo, con las manos inquietas y humedeciéndose constantemente los labios. Evitaba el contacto visual mientras hablaba y lo retomaba en las pausas. Cuando tenía ganas de llorar miraba hacia la izquierda y se rascaba la nuca nerviosamente, intentando que no me diera cuenta. Y yo escuchaba, ofreciendo algún que otro comentario cuando sentía que era necesario, pero sobre todo, simplemente estaba allí para él. Ese acto de estar presente, de compartir el silencio y las palabras, era algo que valoraba más de lo que nunca admitiría en voz alta.
Me gustaba ese lado de Angel. Me gustaba ver más allá de la estrella porno despreocupada que siempre ponía buena cara delante del público. Me gustaba saber sus inseguridades, sus gustos, sus inquietudes, las cosas que lo hacían feliz, las que lo atormentaban... cualquier dato, incluso los más irrelevantes, me estaban comenzando a parecer interesantes.
Recordaba especialmente aquella noche en la azotea. Después de escucharle durante largos minutos, no se me ocurría nada que decir. Su historia era tan desgarradora, tan llena de dolor, que me había dejado mudo. Cada palabra era un golpe directo, como si me echaran un balde de agua helada encima a cada segundo. No sabía cómo consolarlo porque en el fondo sabía que no había nada que pudiera decir para hacerlo sentir mejor. Así que hice lo que consideré oportuno en el momento y lo abracé.
No fue un abrazo forzado, fue sincero, un gesto que me pidió mi propio cuerpo casi a la fuerza. No lo hacía solo por él, yo también lo necesitaba.
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𝙃𝙊𝙋𝙀 ❧ 𝐇𝐮𝐬𝐤𝐞𝐫𝐝𝐮𝐬𝐭
Fiksi PenggemarEl hotel está yendo cada vez peor, y Charlie ya no sabe qué hacer para arreglarlo. Tras una reunión con la Junta en el cielo, los ángeles proponen lo siguiente: aceptarán el proyecto como método oficial de redención si Angel Dust, la famosa estrella...