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La tarde avanzaba, y la universidad se llenaba del bullicio típico de los estudiantes. Pero en la mente de James, el eco de la clase seguía resonando, junto con una resolución renovada de llevar su juego un paso más allá. Sabía que cada interacción con Sean era una prueba de límites, y estaba decidido a descubrir hasta dónde podía llegar.

Tamborileaba en su cuaderno con la punta del bolígrafo, sintiendo cómo la monotonía de la clase lo consumía lentamente. Cada palabra de la profesora parecía alargarse interminablemente, y su mente vagaba en busca de algún escape. El aburrimiento se mezclaba con un creciente deseo de buscar al profesor Dante, cuya presencia siempre lograba sacudir su día de alguna manera. La profesora continuaba con su monótono discurso, y James, incapaz de soportarlo más, levantó la mano de manera abrupta, interrumpiendo la lección.

—¿Qué pasa, señor Martín? —preguntó la profesora, notoriamente irritada por la interrupción.

James, con una sonrisa sardónica, respondió sin titubeos:

— ¿Le falta mucho? Es que me estoy cagando.

El salón se sumió en un silencio tenso por un breve instante, antes de que las risas reprimidas de sus compañeros estallaran en fuertes carcajadas, resonando por toda la habitación. La profesora, con el rostro rojo de furia, lo fulminó con la mirada.

—Entonces vaya al baño, pero no interrumpa con estupideces —replicó, su voz cargada de indignación.

James, sin perder su actitud despreocupada, agarró su mochila y salió del salón. Los pasillos de la universidad estaban casi desiertos a esa hora, y sus pasos resonaban en el eco de la soledad. Con una determinación renovada, se dirigió hacia la oficina de Sean. Al llegar, notó que la puerta estaba entreabierta y, sin molestarse en llamar, entró directamente.

Sean levantó la vista de los papeles que revisaba cuando notó la intrusión. James se dejó caer en la silla frente al escritorio y, en un acto de abierta insolencia, subió los pies en la mesa. Sean, sin poder contener su irritación, le dirigió una mirada severa.

—Baje los pies, señor Martín —ordenó Sean, su voz cargada de autoridad.

James soltó una risa desafiante, disfrutando de la tensión que estaba creando.

—Primero que nada, profesor, ¿sabe la rata fea con la que sale, que usted trabaja en un bar gay?

Sean apretó la mandíbula, intentando mantener la calma.

—Se llama Zoe y es mi prometida. No te voy a permitir que la ofendas.

James, ignorando el aviso, repitió con desdén:

—Bueno, la rata fea es horripilante. ¿De dónde la sacó?

La furia de Sean era palpable, su rostro enrojecido y su voz temblando de contención.

—Ya basta, James —gritó, su paciencia al borde del colapso.

James se levantó de la silla y se acercó a Sean, inclinándose peligrosamente cerca de su oído. Su voz se suavizó, pero su tono seguía siendo provocador.

—Escuche, profe, no tiene que enojarse —dijo, acariciando descaradamente el pecho de Sean—. Podría leerme algún fragmento de la obra de Shakespeare, el Soneto 20, es para una tarea.

Sean retrocedió un paso, sacudiéndose del contacto de James, su expresión una mezcla de confusión y rabia. Tomó un profundo aliento, intentando recuperar el control.

—James, esto no es un juego —dijo con firmeza, sus ojos fijos en los del joven—. Si necesitas ayuda con tu tarea, te la proporcionaré, pero no toleraré más faltas de respeto.

Bilogía Sangre Y Poder: Perversos Deseos I || BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora