En la casa del castaño, la calidez era bastante reconfortante. James sabía que todos y cada uno de sus sueños habían comenzado a cumplirse de manera aleatoria, sin embargo, demasiado deprisa. Tener a Sean Dante en su casa resultó ser un fuerte golpe emocional, y sintió ganas de saltar por todos lados ante la maravillosa realidad. lo hubiera hecho si no se sintiera tan mal.
El pelinegro se veía tímido, avergonzado. Incapaz de soltar su maletín y desinhibirse. Aquello le pareció fabuloso a James, quien chequeando su temperatura y dejándose caer en el sofá de una manera cómoda, admiró a Sean.
—¿Pasarás el día entero allí de pie? —Cuestionó, evitando pensar en el malestar que lo desanimaba. Tenía a su sueño húmedo en casa, él no lo echaría a perder. Mucho menos una estúpida gripe—. Vamos, no te cobraré por tomar asiento.
Dante suspiró, sintiéndose ridiculizado ante el castaño, y odiando que éste hiciera aquello seguido. Cuando tomó asiento al lado de Martín, prensó los labios, y variando su mirada por todo el lugar, soltó el aire que había tenido retenido desde que salieron de la universidad.
— Bonita casa.
—Gracias, a mi madre le encantaría ese cumplido —murmuró, poniendo los ojos en blanco con suprema odiosidad, por supuesto, ésta era fingida.
—Uhm, entonces ¿por dónde empezamos? —Interrogó, la mirada de James volviéndose pícara casi al instante, y los pensamientos del pelinegro dispersándose en aquel preciso momento. Sabía que, con James, debía maquinar muy bien sus palabras, pero aquella en definitiva no fue por completo analizada—. Las clases.
—No lo sé, —dejó saber, encogiendo sus hombros y deshaciéndose del suéter que llevaba. Por supuesto, una típica camiseta abajo, aquella que Sean había comenzado a extrañar—. Tú eres el profesor, tú debes saberlo.
—Deberías permanecer abrigado —comentó, tragando saliva ante las prontas sensaciones que su cuerpo comenzó a diagnosticar. James le hacía daño, demasiado, y cuando recordó aquellas preciosas fotos que le envió, jadeó en silencio.
—¿Acaso le pone nervioso verme con poca ropa, profesor? —Con una risilla sugerente, James movió sus cejas de arriba hacia abajo, logrando sonrojar el rostro de Sean. Acostumbrándose a aquella acción—. Dudo que eso sea cierto, puesto que ya me vio desnudo. Y, oh, las fotografías que le envié también cuentan.
—Creí que vinimos a estudiar, no a hablar de lo que me pone o no nervioso —ahogó, su voz demasiado ronca y el maletín sobre sus piernas, intentando cubrir la indebida erección que comenzaba a formarse. Y es que él ya no se podía resistir.
James Martín lo acababa, y el tan sólo pensar que se encontraba a solas con él, una vez más, lo hacía recordar la magnífica manera en cómo lo hizo suyo. Infiernos, él lo deseaba más que nadie, pero tampoco se atrevía a admitirlo, aunque ya lo hubiera hecho con anterioridad.
¿Qué pasaba con él? ¿Por qué se había cohibido después de tan intensa sesión de sexo? ¿Acaso James lo intimidaba?
Aquellas preguntas lo hicieron enfurecer, y fijando su mirada directa en los ojos lujuriosos de su alumno, elevó el rostro. Por supuesto que no, James no lo intimidaba, ni tampoco se había cohibido.
»—Aunque si lo que quieres es follar, James, no debes tomarte demasiado tiempo para pensarlo. Tú sólo, fóllame.
Tras aquellas poderosas palabras, y abriendo sus ojos de manera gratificante, James se corrió más sobre el sofá, acercándose lo suficiente como para respirar el mismo aire que el pelinegro inhalaba, y sentir la calidez de su rostro precioso, cerca del suyo propio. Sonriendo de manera divertida, James mordió sus labios, y admirando como los orbes mieles parecían derretirse en su llamativo color, sintió la llama dentro de sí encenderse.
—Has desaparecido mi malestar —y sin esperar un segundo más, James acortó la distancia que los separaba, probando los gruesos e incitantes labios amaestrados, los cuales lo recibieron con una pasión inaudita, haciéndolo excitarse al más mínimo contacto. Aunque de por sí estuviere acostumbrado a sentir aquello cuando Sean Dante estaba a pocos metros de distancia.
—Me enfermaré, y será tu culpa —Sean logró articular mediante el beso. Los chasquidos estimulantes resonando por todo el salón, y la risa de Martín entremezclándose contra ellos.
—Si quieres parar, entonces dilo ahora —cogiendo una nueva distancia, James fijó sus ojos brillantes por el deseo, en los de Sean. La sonrisa del pelinegro reluciendo entre sus preciosos labios rojos, y los delgados brazos rodeando el cuello del ansioso castaño, para volver a juntar ambas bocas, dejando una clara respuesta a la interrogante dada.
—¿Estás loco? —Y enterrando sus dedos en el cabello suave de James, Sean metió su lengua en la boca contraria, buscando la paz que su cuerpo adquiría cuando el toque de Martín se prolongaba.
Desde luego, todas sus preocupaciones quedaron en el olvido una vez más, dejándose llevar por lo que la presencia de James Martín causaba en él: una innegable y enfurecida excitación.
Cuando los jadeos desesperados comenzaron a salir de la boca de James, aterrizando en la suya propia, y sintió las manos de éste meterse bajo su abrigo, él supo que estaba listo. Lo harían de nuevo, y Dios, quería hacerlo.
Quería que aquel precioso chico lo poseyera, y las ansias ante aquello comenzaron a enloquecerlo poco a poco.
»—Vamos, —susurró, lanzando su maletín a cualquier lugar y deshaciéndose de la bufanda cuando el calor comenzó a sofocarlo. Los ojos del castaño escaneándolo, y los latidos de su órgano interno siento erráticos. Follaría una vez más a Sean Dante, y el tan sólo pensarlo le causaba una terrible emoción convulsa.
Cuando la delgada figura del profesor se levantó y deshizo de su ropa, James quedó hipnotizado. Sabía que aquellas acciones lo prendían de una manera inimaginable, y también estaba seguro que amaba todos y cada uno de aquellos deliberados arrebatos de atrevimiento que desprendía Sean. De alguna manera, luciendo más follable de lo que siempre solía ser.
Sin perder demasiado tiempo, y quitándose su ropa de manera tosca, James logró quedar desnudo en el sofá, sus ojos hambrientos deslizándose por toda la figura de Dante, y la mirada de este no quedándose demasiado atrás. La sonrisa sugestiva en el rostro de pelinegro haciéndolo temblar, y éste acercándose al cuerpo del más alto, sentado en el sofá. Demasiado excitado como para correrse en aquel preciso momento.
—Vamos, bebé. Ven aquí —la voz ronca de Martín saliendo de manera sensual, y los ojos llameantes del pelinegro perdiéndose en su apetecible anatomía. Deseaba como el demonio sentirse invadido, y decidió que no se haría esperar más por ello.
Palmeando sus muslos, James tembló cuando el cuerpo del pelinegro se subió en su regazo, y percibiendo la maravillosa sensación de ambas pieles tocándose por segunda vez, gimió en su oído antes de tomar su cuello y lamerlo de manera erótica. Los ojos del pelinegro cerrados, y su boca abierta ante el encantador roce de su polla contra la de Martín. Moviendo sus caderas juntas, Dante atrapó los labios hinchados del castaño, y besándolo como si no hubiera mañana, acarició con sus manos el tonificado pecho, para darle un apretón a sus pezones.
»— Me encantas —jadeó el menor, sus manos jalando de la coleta que Sean llevaba, y éste soltando un chillido demasiado excitante para sus oídos. Cuando besó su pecho y deslizó sus dedos por la piel suave de sus caderas, el pelinegro se permitió temblar de satisfacción.
—Necesito que me folles, James —rogó, sus ojos cerrados cuando las manos del castaño cogieron su pequeño culo, dándole una improvisada palmada para acercarlo más a su cuerpo. Ambas pieles ardiendo, y el efecto sudoroso haciéndolos explotar—. Hazlo, hazlo ya.
—Ahora mismo no puedo, bebé —aseguró, divertido—. Debo ir a mi habitación por condones y lubricante, así que debes ser paciente.
—Oh, no —jadeó, desesperado—. Yo, yo he traído algo.
—¿Qué? —Tras aquella confesión, James no evitó la insuperable sonrisa que se postró en sus labios. ¿Él había escuchado bien? Pues el saberlo, tan sólo agrandó sus ridículas emociones, y sintiéndose bien, se estiró para alcanzar el maletín del pelinegro—. Debo admitir que cada día me sorprendes más.
—Yo, no estaba seguro de que esto pasaría hoy —dejó saber, enrollándose alrededor del cuello de Martín, mientras éste parecía dar con su cometido. Cuando tuvo ambas cosas en su mano, Sean sonrió, dejando castos y delicados besos sobre la piel blanquecina—. Pero muy por dentro, tenía la esperanza.
—Oh, jodido Dios —susurró el castaño, extasiado—. Voy a joderte muy duro, Sean,
Y moviéndose con agilidad, James logró deslizar el condón en su erección, para bañarla en lubricante y dirigir sus dedos resbaladizos al agujero del mayor, quien, al sentir la deliciosa textura, jadeó al oído de Martín.
Masajeando, James introdujo el primer dígito, sacando un excitante jadeo de la garganta de Dante, el cual, sin duda alguna, lo prendió aún más. Aquella era una de sus partes favoritas, y cuando el cuerpo del mayor se encogió sobre el suyo, apretándose alrededor de su dedo, supo que había encontrado su punto dulce. James amaba lo sensitivo que era el otro hombre, y mordiendo el hombro pelinegro de manera provocativa, empujó otro dedo en su interior. Dispuesto a no tardarse demasiado en aquella tarea, pero por supuesto, no deseando dañar de alguna manera a su precioso profesor.
Cuando Sean estuvo lo dilatado y jadeante, James logró separarlo un poco de sí. Éste poseía un gesto por completo erótico, y besando sus labios, pensó en que estaba bendecido. ¿Sean Dante? Él era, el hombre más hermoso del planeta, y sin duda alguna, James era un ridículo afortunado.
—Me encantas —no cansándose de repetirlo, James cogió los muslos del mayor, y admirando como éste mismo alineaba la polla del castaño contra su propia entrada, mordió su labio cuando la presión de sus paredes lo atrapó.
Introduciéndose pulgada a pulgada, James contrajo su rostro, imitando la poderosa expresión que el pelinegro había adquirido, y sintiendo como la tremenda calidez lo invadía. Por otra parte, y sintiéndose lleno, Dante jadeó alto cuando la polla de Martín estuvo completa y dispuesta en su interior, ocasionándole calambres de ansiedad en el estómago, al igual que zumbidos de excitación recorrer por completo su propio pene.
—También me encantas —y dejando que sus propias acciones hablasen por él, Sean se impulsó hacia arriba, logrando un rápido y constante movimiento el cual, en menos de dos segundos, los tuvo gimiendo en un dúo elaborado.
Los dedos de James se aferraban con ferocidad de las piernas flexionadas del pelinegro, mientras que las de éste se apoyaban en los hombros del castaño, sirviéndole como impulso para todos y cada uno de sus movimientos. Su boca permanecía abierta, y sus ojos con la vista fija en los contrarios, los cuales lo admiraban con un sentimiento oculto, aunque, sin embargo, notorio. James podría estar enloqueciendo en su cabeza, justo como Dante lo hacía, y el tan sólo pensar que ambos pasaban por las mismas cuestiones, logró despejar por completo la mente de Sean, quien, sonriendo, besó los labios del más alto de manera pasional.
Sentía como la polla del castaño entrada y salía de sí, de una manera magnífica; y los corrientazos que llegaban a su ingle de manera estrambótica lo hacían chillar de placer. Su próstata siendo destrozada, y el deseo convulso acarreando su cuerpo de manera imposible. En su lugar, James parecía querer gritar; los jadeos deliberados escapaban de su garganta como simples palabras, y la sensación inexplicable que azotaba a su cuerpo cuando follaba a Sean, haciéndolo sentirse genial.
—Oh, Dios —gimió Dante, sus ojos cerrándose ante el fuerte espasmo que lo envolvió en un segundo. Liberando una de sus manos y dirigiéndola a su polla, él comenzó a masajear, y percibiendo como James le regalaba variadas estocadas, se sintió en el mismísimo paraíso—. Dios, me encanta. Uhm, sí.
Cuando la mano del castaño sustituyó a la del mayor, éste puso los ojos en blanco ante la portentosa sensación. James iba a matarlo, y creyó en su palabra cuando los gemidos de Martín se intensificaron, al igual que las embestidas que propiciaba a su culo, haciéndolo chillar de placer cuando un chorro de semen salió disparado de su polla. Lloriqueó de inmediato, sus ojos cristalizados y labios entreabiertos, la mirada fija en la contraria cuando la mano disponible de Martín lo cogió del cuello, apretándolo y moviendo su mano con firmeza, abriendo su boca de manera exagerada cuando sintió su orgasmo comenzar a formarse ante la presión que las paredes del pelinegro ejercían, y la cabeza de este último explotando junto con su eximido éxtasis.
Tiras de crema blanquecina acabando en el abdomen del castaño, y los ojos del pelinegro cerrados, siendo acompañados por los excitantes y bajos gemidos que su garganta se rehusaba a dejar. La mano de Martín moviéndose sobre la erección sensible del mayor, y éste haciendo presión en la de James propia, intentando exprimirlo de la mejor manera posible. Acto que no tardó demasiado en presenciar.
—Joder —gimió ronco, sintiendo la boca del mayor pegarse a su cuello, haciéndole un merecido chupetón. James cogió con fuerza las caderas del pelinegro, apretándolas hasta dejar sus dedos marcados, y embistiendo de manera excesiva el estirado agujero, chilló—. Oh, demonios. Bebé.
Tras soltar aquellas palabras, James se corrió. Por supuesto, sintiendo el peso de Sean caer sobre él de manera abrupta, para pronto presenciar el delicioso sabor de sus labios, arrebatando los suyos en un candente y pasional beso.
Cuando ambos se separaron, Martín juntó su frente con la contraria, y abrazando el cuerpo delgado de manera protectora, sonrió.
Podría ser que Sean no lo quisiera de la misma manera que él lo quería, pero desde luego, James no se arrepentía de la decisión que había tomado. Sean tampoco lo hacía.—No sé qué me has hecho, James, pero me gusta.
Y con un último beso, ellos permanecieron en aquella posición. Los brazos fuertes del castaño rodeando el cuerpo del pelinegro, y el rostro de este metido en el cuello del otro, olfateando su delicioso y excitante aroma almizclado.
Después de todo, aquello no estaba tan mal.
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Bilogía Sangre Y Poder: Perversos Deseos I || BL
RandomHistoria I. Sean Dante es un respetado profesor de literatura, comprometido con su novia y a punto de casarse. Sin embargo, bajo su apariencia de cordura y lealtad, se esconde un oscuro deseo que solo James Martín, su estudiante más odiado, logra d...