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— James, no es lo que piensas —comenzó Sean, intentando mantener la compostura—. Tú eres homosexual, a ti te gustan los hombres, y que te sientas atraído por mí no quiere decir que yo tenga que sentir lo mismo.

James notó el titubeo en la voz de Sean, la manera en que sus palabras parecían forzadas, y no dejó pasar la oportunidad de presionar.

— ¿Por qué me miente? —replicó James, su tono se volvía más insistente—. Cuando lo besé en el bar, usted pudo haberse apartado de mí, incluso golpearme ya que estábamos fuera de la universidad, y no lo hizo. Se dejó besar.

Sean sintió un nudo en la garganta. Sabía que James tenía razón, pero admitirlo sería cruzar una línea que había intentado mantener clara.

— James, con respecto a ese tema...

— No voy a olvidarlo, profesor —lo interrumpió James, su mirada intensa y llena de determinación—. Porque siento que usted sí desea algo más allá de lo correcto. Entonces, dígame, ¿usted se sentía atraído por ese profesor?

Sean se quedó callado, sus dedos jugaban nerviosamente con el recipiente de cristal que contenía la tarta de chocolate. Las palabras de James resonaban en su mente, y la verdad luchaba por salir.

— El que calla otorga, señor Dante —dijo James, levantándose con decisión.

James agarró su casco, su mirada fija en Sean. Había algo desafiante y a la vez vulnerable en su postura, como si estuviera ofreciendo una última oportunidad para la verdad.

—Yo no soy usted, si mi vida se tuerce será mi elección —declaró James con firmeza.

Sean se quedó en su asiento, observando cómo James salía del café. El murmullo de los demás clientes y la suave música de fondo se volvieron lejanas, casi irreales. Sus pensamientos giraban en torno a la conversación que acababa de tener, a la verdad que había intentado ocultar y a la realidad de sus propios sentimientos.

James había tocado una fibra sensible, y mientras Sean miraba el batido de chocolate abandonado en la mesa, sabía que su vida, y su relación con James, nunca volverían a ser las mismas.

James llegó a su casa con el motor de la moto aún rugiendo en sus oídos. Guardó la moto en el garaje y subió las escaleras de dos en dos, con el corazón acelerado, aunque no sabía si era por la velocidad o por la ansiedad de lo que pudiera encontrar al entrar. Introdujo la llave en la cerradura y, al abrir la puerta, se encontró con un grupo de hombres en la sala. Su padre, Vittorio Carbone, estaba sentado como un rey en su sofá favorito, rodeado por sus secuaces.

James sintió una mezcla de rabia y desprecio al ver a Vittorio allí. Caminó hacia su madre, que se encontraba tensa y callada en una esquina.

— ¿Qué hace este hombre aquí? — preguntó con voz firme.

Vittorio se levantó con una sonrisa cínica, abriendo los brazos en un gesto que pretendía ser paternal.

— ¿No le vas a dar un abrazo a tu padre?

James esbozó una sonrisa irónica, llena de amargura.

— Ese título no te corresponde, es muy bajo y cínico de tu parte—respondió, sentándose en el sofá con actitud desafiante.

Vittorio volvió a sentarse, acomodándose con la misma comodidad de alguien que se siente dueño del lugar.

— No seas tan malo con tu padre. Puedes necesitar de mí —dijo con una voz cargada de falsa preocupación.

James lo miró con desprecio.

— Bueno, ¿qué es lo que quieres?

La sonrisa de Vittorio se desvaneció, reemplazada por una expresión más severa.

Bilogía Sangre Y Poder: Perversos Deseos I || BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora