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James inspiró con fuerza, deseando poder estampar el cuerpo de Sean contra la pared y follarlo hasta rogar clemencia, recuperando así todo el tiempo perdido.

—¿Y bien? ¿Vas a entrar? —Interrumpiendo el apesadumbrado silencio.

Sean se quedó admirando el lugar, su respiración enloqueciendo a medida que los segundos transcurrían, y el pecho subiendo de manera furibunda, haciéndolo ver jadeante.

—¿Tú madre? —preguntó Sean.

—Ella no estará en casa, no te preocupes.

James estiró una sonrisilla por sus labios, encogiendo sus hombros y mirando de frente la preciosa presencia de su ahora pareja. Pareció modesto, pero cuando Sean creyó que él no diría nada a cambio, sintió las manos de él coger sus muñecas, y, los labios rosados chocar contra los suyos propios. Dejándolo fuera de sí.

—Será mejor que comencemos de una vez —James soltó, apenas despegándose unos centímetros, para luego fundirse en la boca contraria una nueva vez. Ojos cerrados y respiraciones agitadas. Aquello era lo que tanto habían anhelado, y cuando el corazón del pelinegro rebotó incesante en su pecho, sonrió de manera intencional, entreabriendo su boca y dándole un merecido espacio a la traviesa lengua de James, la cual no tardó en envolverse contra la suya.

Arrastrando sus pasos ciegos por el departamento, Sean se separó de los labios contrarios al momento justo en que estuvieron pisando la habitación. La mirada de James había pasado a ser una lujuriosa, llena de pecado y portentosa excitación, acto que tan sólo logró elevar su adrenalina un ciento diez por ciento. 

Pasó sus manos por el rostro de James, admirándolo con adoración y reprochándose el haber sido tan estúpido, mientras que los dedos del chico se clavaban en sus huesudas caderas, atrayéndolo hacia sí y juntando ambas anatomías. Dejando saber lo que, Sean ocasionaba en su cuerpo.

»—Todo esto fue una maldita tortura —susurró, mordiendo los carnosos labios del pelinegro, y admirando la mirada complaciente que éste mantenía—. Pero ahora ya no puedo seguir esperando para tenerte, bebé.

Y tras aquellas palabras, James empujó el cuerpo de Sean hasta dejarlo caer sobre su cama. Sábanas tendidas comenzando a arrugarse, y respiraciones agitadas haciéndose resonar por toda la habitación. La entrepierna de Sean palpitando, y la propia de James, rozando contra la pelvis contraria.

Escuchaba los silenciosos jadeos agradables de Sean bajo suyo, las manos de éste recorriendo la espalda cubierta del menor, y sus pensamientos viajando fugaces hasta su punto máximo de excitación. Así era como ambos querían permanecer, y, no iban a perder más tiempo para cumplir sus deseos.

—Te extrañé demasiado —murmuró el pelinegro, repartiendo besos llenos de caricias en el hombro de James, mientras éste sonreía contra su cuello perfumado. Levantándose del cuerpo contrario, él se deshizo de su camisa, dándole una atractiva vista a Sean de sus abdominales marcados, él sonrió y relamió sus labios de manera divertida, mientras que los ojos marrones lo escaneaban a lo largo de su figura, deseoso.

—Dudo que me hayas extrañado tanto como yo te extrañé a ti, precioso —dejó saber, sus manos inquietas desabrochando su pantalón, mientras observaba como el contrario bajaba los suyos propios, quedando desnudo ante los ojos lujuriosos del menor, quien, saboreándose de manera atrevida, besó el abdomen del mayor hasta posarse sobre su entrepierna, dura—. ¿Recuerdas nuestro primer encuentro?

Cuestionó, su voz ronca mientras su mano estimulaba la erección de Sean, quien, asintiendo, abrió bien sus ojos, dispuesto a observar aquella fabulosa escena, sin perderse de ningún detalle.

Bilogía Sangre Y Poder: Perversos Deseos I || BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora