La mañana caía lluviosa y fría en la concurrida Italia, ocasionando que las personas esperaran en los locales que las gotas cesaran. En la universidad, el ambiente no se encontraba demasiado diferente.
Los salones de clase estaban vacíos, y los corredores permanecían siendo reinados por la brisa gélida que encerraba al lugar. Aquel día las inasistencias habían sido terroríficas, y más de una persona había abandonado el establecimiento a las primeras dos horas de clase, cuando la neblina bajó y el vaho era expulsado después de cada palabra dicha.
Salir aquel pluvioso día, significaba estar dispuesto a, coger la más detestable gripe de todas.
Cuando el profesor Dante entró al salón de clases con una bufanda y un enorme suéter de lana cubriéndolo, no se sorprendió al encontrarse con el aula casi vacía. Por supuesto, lo que sí logró pasmarlo, fue la deliberada presencia de James en su habitual asiento, y lo que parecía más impactante, sin sus amigos.
El castaño no solía faltar demasiado a sus clases, pero Sean sabía que, de alguna manera, hacía algo para retrasarse al entrar en ellas. Desde luego, él nunca imaginó que estaría allí sentado, un gorro cubriendo su cabello y la nariz roja. Supo de inmediato que se veía adorable, aunque de alguna manera, su gesto no permanecía muy feliz.
Al menos, no hasta que sus ojos marrones se encontraron con la magnífica presencia de su profesor favorito.
— Buenos días, chicos — soltó, sonriendo hacia la pequeña multitud que lo saludaba, para abandonar su maletín en el escritorio y fijar sus ojos en la figura de James. Una media sonrisa dirigida hacia él, y pareciendo increíble, sin aquella coquetería que solía siempre acompañarla— Vaya día, ¿eh?
— Debió haberse quedado en casa, profesor — un comentario desprevenido hizo reír a Sean, quien encogiéndose de hombros y tomando asiento en su silla, asintió.
— La verdad, debí hacerlo — respondió, mordiendo el interior de su labio.
La mirada del castaño volviéndose intensa, como ésta se caracterizaba, y el pelinegro pasando una mano por su cabello sujeto a una coleta. Prensó los labios, sintiéndose nervioso, y aclarándose la garganta, miró todos y cada uno de los gestos que esperaban a por él.
»— Se ven muy mal — dijo, percibiendo varias miradas acusatorias, sonrió—. ¿Han estudiado para el parcial, chicos?
Y tras soltar aquella pregunta, recordó de inmediato a James. Como por supuesto, estaba acostumbrándose a hacerlo.
Las cejas del chico elevándose, al igual que las comisuras rígidas de su boca. Martín no se veía bien aquel día, y Sean dedujo que quizá éste se encontraba enfermo. De igual manera, y no dejando de lado su esencia, James estuvo enviándole mensajes los últimos tres días.
Sin cansancio.
Sean parecía encerrado, no sabiendo qué hacer. Había podido controlarse lo suficiente como para pasar desapercibido ante las preguntas recriminatorias de Zoe, pero aún no lograba acompasar todos los sentimientos que decidían castigarlo a la misma vez. Desde luego, el que James Martín le estuviese escribiendo y/o enviando fotografías demasiado calientes cada tres minutos, lo hacía hundirse cada vez más profundo en su lago de mentiras.
Había evitado expresar demasiadas emociones en sus respuestas para el castaño, pero, sin embargo, y aunque antes lo dudara, sabía que Martín era listo, él tenía claro todo lo que podía llegar a causar en él, y desde luego, estaba utilizando aquella herramienta a su favor. Sean era vulnerable, y no lo supo hasta que decidió caer rendido a los encantos de su inaguantable estudiante.
De igual forma, los mensajes tan sólo tenían una razón: James quería clases privadas, pero Sean sabía que aquello no era nada más que una ridícula y muy mala excusa para acostarse con él, de nuevo.
De igual manera, y aunque la culpabilidad en su interior salía a flote, Dante no podía negar la excitación que recorría su cuerpo cada vez que su cabeza propiciaba indebidas imágenes, o cada vez que sus ojos miraban las fogosas fotografías que ahora, él tenía en su móvil.
Quería estar con James de nuevo, de eso no había duda, pero ¿sería buena idea?
Cuando la clase terminó y las pocas personas que había, salieron del salón, sus ojos viajaron al castaño que caminaba hacia la salida. Una sonrisa torcida en sus labios, y su orgullo un poco herido ante el pronto desinterés que pareció tener James aquel día con respecto a sus pocos, pero efectivos comentarios atrevidos. Y también, resentido por el encuentro junto con Zoe.
Martín sabía que tenía muchos asuntos pendientes con su querido profesor, pero de alguna manera, y debido al malestar que arremolinaba su cuerpo aquel día, él no se preocupó demasiado en rogarle como un perro, una vez más. Sin embargo, cuando estuvo a punto de pisar fuera y largarse de allí, él no imaginó que quien lo llamaría, no sería nadie más que Sean Dante.
— Hey — murmuró. El cuerpo de James volteándose, y sus cejas disparándose hacia arriba ante la mueca circunstancial que el precioso hombre poseía. Sabía que se encontraba extrañado, y aquello fue un bocado de satisfacción que recuperó un pedazo de su ego perdido—. Te ves mal hoy.
— Gracias — respondió, entrecerrando los ojos—. Eres amable.
— Vamos — mostrando sus dientes en una sonrisa, James se gratificó al mirarlo de buen humor, y como si se tratase de un sistema, su corazón latió ante la atractiva imagen. Cerró la puerta—. ¿Te pasa algo?
— Estoy enfermo — aclaró, gesticulando con sus manos, y estornudando un segundo después—. La verdad es que hoy me siento como una mierda.
— Entonces, ¿por qué has venido? ¿No se supone que deberías estar descansando? — Cuestionó, sus ojos viéndose interesados, y los ridículos sentimientos de James floreciendo. En definitiva, él no podría estar demasiado tiempo enojado con él.
— Se supone — soltó, aclarando su garganta—. Pero quería verte.
Ante aquellas palabras, las mejillas del pelinegro se prendieron en un gracioso color, y mejorando el estado de ánimo del menor, Sean rodó los ojos. Sentía el repiquetear de su corazón fuerte dentro de su pecho, y las ansias comenzar a carcomerlo. Tener a James allí, tan hermoso y tierno como lucía aquel día, sin mostrar sus fuertes brazos descubiertos, lo hizo pensar demasiado. Y ahora su cabeza se encontraba fundida.
»— Debería irme — murmuró James, minutos después de contemplar el engorroso silencio, tan sólo siendo interrumpido por el repiqueteo constante del agua contra los cristales de la ventana—. Ahora que ya he visto su clase, no tengo nada que hacer aquí.
— No debes mojarte, ¿te irás en la moto? — Sintiéndose nervioso, Sean cogió su maletín y caminó despacio hacia la puerta, evitando estar demasiado cerca del castaño y perder por completo el juicio. Lo que menos quería era enloquecer y volver a exponerse en la universidad, aunque de tan sólo pensarlo, los vellos de la nuca se le erizaban, por supuesto, de pura excitación.
Por dentro, e ideando un nuevo plan, decidió que Sean debería demostrarle que lo deseaba, y sabía que aquello funcionaría, sin embargo, no imaginó que sería tan pronto.
—Gracias por preocuparse, pero mi madre me ha prestado su auto —respondió, mordiendo su labio de manera coqueta, e intentando sonar lo desinteresado como para resultar extraño.
—James, quería hablar contigo —dijo, soltando el aire y fijando sus ojos en el suelo cuando sintió la mirada contraria observarlo con meticulosidad—. Este, bueno, quizá me comporté como un idiota el otro día, pero no quería que Zoe sospechase algo, lo que es estúpido porque tú no me ayudaste mucho.
—Uhm.
—Ehm, —siguió, negando con su cabeza ante el pronto nudo de nervios que se creó en su estómago. ¿De verdad podía sentirse tan patético frente a una persona dieciocho años menor que él? —. Quisiera pedirte disculpas por eso y por, bueno, estos días has estado hablándome y también he actuado como idiota, el caso es que...
—Vaya al grano, profesor Dante —lo interrumpió. Sus oídos se encontraban satisfechos ante lo que estaban escuchando, y desde luego, su amor se percibía recuperado. Él jamás imaginó que Sean Dante pudiera ofrecer disculpas a él, pero ahora que lo hacía, podía sentirse contento. Demasiado contento.
De igual manera, y haciéndolo sentirse peor (tan sólo por venganza) decidió seguirlo tratando de la misma manera.
—¿Aún quieres las clases particulares? —Y no pudiendo detener las palabras que salieron de su boca, como Martín no pudo detener la inmensa sonrisa que estiró sus mejillas, Sean explotó. Su rostro poniéndose rojo una vez más, y las manos comenzando a desprender un sudor frío.
Sentía la tentación de lo prohibido haciendo mella en su cuerpo, y la convertida mirada sugestiva del menor, escaneándolo de pies a cabeza. Sean había dado en el clavo, y tras aquellos torturadores minutos sintiendo la indiferencia de quien parecía morir por él, hacerlo papilla, pudo celebrar ante su inesperada victoria.
—Por supuesto, profesor Dante.Desde luego, aquella sería una tarde muy interesante.
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Bilogía Sangre Y Poder: Perversos Deseos I || BL
RandomHistoria I. Sean Dante es un respetado profesor de literatura, comprometido con su novia y a punto de casarse. Sin embargo, bajo su apariencia de cordura y lealtad, se esconde un oscuro deseo que solo James Martín, su estudiante más odiado, logra d...