capitulo 31

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—¿Y Tomás puede ir a visitarme cuando quiera?

—Claro que si, mi amor –Contestó Sarita entre risas–

En los veinte minutos que llevaban guardando las pocas pertenencias de Felipe, el niño había hecho una infinidad de preguntas, siendo esta ultima la que se repitió más veces.

—Yo seguiré viniendo casi a diario aqui, y tu hermana y tu pueden acompañarme cuando quieran –Siguió Sarita cerrando la pequeña mochila—

Aquella mañana apenas habían comenzado el papeleo necesario para que Felipe Reyes Elizondo regresase a estar legalmente vivo y a cuidado de sus padres, pero Sara había conseguido que les permitiesen llevarse al niño a casa. No querian perder ni un segundo más de la vida de su bebé

Mientras doblaba cuidadosamente una camiseta, Sara no podía evitar sonreír al pensar en la nueva vida que estaban a punto de comenzar con su hijo en casa.

—¿Puedo llevarme todos mis juguetes, mamá? — preguntó Felipe, mirando a Sara con ojos llenos de esperanza

Al escuchar la palabra "mamá" salir de los labios de Felipe, Sara sintió que el corazón se le llenaba de una calidez indescriptible. Era la primera vez que la llamaba así, y ese simple título significaba el mundo para ella.

Había soñado todas las noches con ese momento, y ahora que por fin se hacia realidad, sentía que seguia soñando.

—Es mejor que dejes eso aqui, amor. —Le dijo con una media sonrisa— Esos juguetes son del centro y es mejor que los tengan los otros niños. En casa tendrás todo lo que quieras, lo prometo.

—¿Hasta un balde de legos? —

Sarita río. Estaba segura de que al cabo de unos días Felipe seria igual que Gaby, prestando nula atención a la enorme cantidad de juguetes que había en la casa

—Todos los baldes de legos que quieras, mi cielo.

Aunque poco le importaba si Felipe pronto se olvidaba de todos los juguetes de la hacienda, le compraría la jugueteria entera si eso era lo que su hijo le pedia.

Aunque tal vez no era necesario que Felipe lo pidiese...

Franco ya se estaba encargando de esa tarea junto a Gaby.

Franco y Gaby recorrian el centro comercial con la energía desbordante de dos niños en una tienda de juguetes. Gaby tiraba de la mano de su papá, sus ojos brillando con emoción mientras señalaba cada cosa que le llamaba la atención.

Gaby no solo se parecía a Franco en su emoción por comprar cosas en ocasiones innecesarias, también era idéntica a Sara cuando se trataba de obequiarle algo a alguien, ninguna de las dos sabia cuando era suficiente.

La combinación de las características de sus padres creaba una Gaby explosiva que se enloquecía cuando de hacer compras se trataba.

—¡Papá, mira esto! —gritó Gaby, señalando una bicicleta roja brillante. –¡Feli necesita una de estas! —

Franco soltó una carcajada recordando lo mucho que le había costado que Gaby comenzase a usar la bici. No veia la hora de vivir la misma experiencia con su hijo.

—¡Claro que sí! Vamos a pedirla.

Mientras esperaban que un empleado les trajera la bicicleta y le agregase las ruedas de apoyo, Gaby ya había corrido hacia una montaña de peluches.

—¡Papáaaa, mira este oso gigante!

—Es igual de grande que el que tienes al lado de la cama, ¡Perfecto, lo llevamos! —dijo Franco poniendo el oso en el carrito que ya empezaba a llenarse

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