segundo epilogo

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¡Zas!

Franco levantó la cabeza de los documentos que estaba leyendo al oir el ruido de un portazo.

¡Zas!

Era común escuchar ese tipo de sonidos provenientes del dormitorio de Gaby, que solia entrar corriendo y sin mucho cuidado a todas partes.

Pero ese no había provenido del cuarto de su hija, sino...

¿Del cuarto de Felipe?

Y el segundo, si no había escuchado mal, provenía del otro lado del pasillo, donde el único cuarto habitado además del de Lucas –que no estaba en casa– era el que él compartía con Sarita.

Dejó los documentos encima del escritorio y salió del despacho. Se dirigió hacia el cuarto de su hijo, donde luego de dar dos toques no recibió respuesta.

No era normal que su hijo diera portazos, mucho menos que ignorase los llamados, por lo que entró de todas maneras.

Su hijo adolescente estaba de pié junto a su cama, los puños cerrados y con la respiración pesada. Parecía que estaba aguantandose las ansias de llorar.

—¿Campeón? ¿Que pasa? –Preguntó preocupándose al instante y cerrando la puerta detrás de él–

—Nada –Susurró casi inaudible

—Felipe...

—¡Es mamá! —Explotó su hijo, de ya quince años— ¡Es muy injusta!

Franco alzó una ceja. No era normal escuchar las palabras "mamá" e "injusta" en la misma oración, mucho menos en ese tono de enfado.

—¿Que pasó?

—¡Me había prometido que Gaby y yo podríamos ir a la fiesta de Julian y ahora dice que no! ¡Papá, le prometí ir!

Franco entendió todo de inmediato.

La adolescencia de sus hijos mayores había llegado acompañada de un centenar de invitaciones a reuniones, salidas y fiestas por parte de sus amigos.

El sueño de cualquier adolescente

Y la pesadilla de una Sarita cada vez más sobreprotectora.

—¡Siempre es la misma historia! –Continuó su hijo, cada vez más enfadado– ¡Es el cumpleaños de mi mejor amigo!

Franco suspiró, comprendiendo que la situación requería paciencia. Puso una mano en el hombro de Felipe y lo guió hacia su cama

—Sientate, campeón

Felipe se dejó caer en su cama con un bufido y cruzó los brazos sobre el pecho, aún visiblemente molesto. Franco se sentó a su lado, intentando encontrar las palabras adecuadas.

—Hijo, tu mamá y yo solo queremos lo mejor para ustedes. Sabemos que a veces parece que somos demasiado estrictos, pero tienes que entender que todo lo que hacemos es por amor y preocupación.

Felipe giró la cabeza para mirarlo, sus ojos llenos de frustración y un poco de dolor.

—¿Preocupación? Papá, tengo 15 años. No soy un niño. Quiero salir, divertirme con mis amigos.

—Lo sé, per-

—Ya casi nadie quiere invitarnos a ningún lado porque nunca tenemos permiso de ir a ninguna fiesta, ¡Es horrible! —Lo interrumpió—

Franco asintió lentamente, comprendiendo el punto de vista de su hijo.

Al principio de la secundaria las invitaciones llegaban a montones, y con el paso de los años habían disminuido, al igual que la cantidad de amigos de sus hijos que se hacian presentes en sus cumpleaños.

Sus hijos habían insistido mucho en que era porque ellos jamás podian aceptar las invitaciones, y sus amigos acababan hartandose de ellos.

—Lo sé, hijo, y tienes razón en querer disfrutar de tu juventud. Pero para nosotros, es difícil. Pasamos muchos años sin ti, sin saber dónde estabas ni si estabas bien. Y ahora que estás aquí, que te tenemos a salvo, nos cuesta dejarte ir. Nos da miedo perderte de nuevo.

Felipe bajó la mirada, su expresión suavizándose un poco al escuchar las palabras de su padre.

Ninguno de los dos había querido decirle la historia completa, pero sabia por el dolor que sus papás habian pasado, y si era sincero, él también tenia miedo de no volver a verlos.

—Pero no pueden encerrarnos en una burbuja para siempre —murmuró—. Gaby y yo necesitamos un poco de libertad.

Franco suspiró y se levantó.

—Déjame hablar con tu mamá. Veremos si podemos llegar a un acuerdo.

Felipe asintió, agradecido, mientras Franco se dirigía hacia su habitación, donde sabia que estaba su esposa. Entró sin tocar.

Sara estaba sentada en la cama, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Al ver a Franco entrar, su expresión se suavizó un poco, pero aún mostraba signos de enfado.

—¿Qué pasa? —preguntó, su tono irritado.

—Discutiste con Felipe —dijo Franco, directo al grano.

Sara suspiró y se recostó contra la cabecera de la cama, su expresión endureciéndose de nuevo.

—Quieren ir a esa fiesta, Franco. Pero no me siento cómoda con eso.

Franco se acercó a la cama y se sentó a su lado, tomando sus manos entre las suyas.

—Amor, sé que es difícil, pero tenemos que aprender a confiar en ellos. Ambos son muy responsables, Y nosotros no podemos seguir protegiéndolos de todo.

Sara lo miró con ojos llenos de preocupación y un toque de enfado.

—Tengo miedo, Franco. No quiero que les pase nada. Y estoy cansada de que siempre seamos los malos de la película.

—Lo sé, mi amor. Pero también tenemos que dejar que vivan su vida. Mira, ¿por qué no les proponemos que nos envien su ubicación en tiempo real? Así, ambos tendremos un poco de tranquilidad.Si quieres, hasta puedo quedarme toda la noche en el coche cerca de la fiesta, si ocurre algo, estaré cerca

Sara negó con la cabeza, su expresión dura.

—No, Franco. No puedo. No puedo permitirlo. No después de todo lo que hemos pasado. Y si algo les pasa...

—Sara, por favor —Franco la interrumpió suavemente—, no podemos seguir viviendo con ese miedo. Necesitan su espacio. No podemos sofocarlos.

Sara cerró los ojos, respirando profundamente, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con escapar.

—Está bien —dijo finalmente, con voz temblorosa—, pero solo porque tú lo dices. Pero si algo les pasa...

Franco la abrazó, besando suavemente su frente.

—Todo estará bien, amorcito. Te lo prometo.

Ambos regresaron al cuarto de su hijo, donde Felipe esperaba, su expresión ahora más esperanzada al ver a sus padres. Se enderezó, expectante.

—Hemos decidido que pueden ir a la fiesta —dijo Sara finalmente, aunque aún con un tono serio—

Felipe sonrió ampliamente, aliviado.

—Pero con algunas condiciones, pri–

—¡No importan las condiciones! ¡Gracias!

Felipe corrió a abrazarlos a ambos.

Franco le sonrió a Sarita, quien aun tenia una expresión de preocupación, que se suavizó poco a poco al escuchar el millon de "gracias" por parte de su hijo

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora