capitulo 9

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Un dolor inmenso azotó el pecho de Sara en cuanto abrió los ojos.

No tenia idea de donde se encontraba, tampoco recordaba que le había sucedido, la palabra "bebé" era lo ultimo que podía recordar

Y luego todo se había vuelto negro en cuestion de un segundo.

Lo primero que vio al abrir los ojos fue una figura, a quien casi de inmediato reconoció como su esposo. Franco no notó que Sara había despertado, se hallaba sentado junto a la cama, con los codos apoyados en sus rodillas y su rostro cubierto por sus manos.

Escuchó un pitido cerca suyo, y al voltear la mirada se encontró con un aparato que media sus latidos. Comenzó a recordar poco a poco

El rescate.

El incendio.

Su presentimiento.

Ahora entendía el dolor que le oprimía el pecho, y de inmediato la maquina comenzó a emitir pitidos más frecuentes, indicando que su ritmo cardiaco iba en aumento, alarmando a Franco, quien de inmediato se enderezó para mirarla.

—Amor —Susurró Franco tomando una de sus manos entre las suyas—

—Felipe –Fue lo primero que le dijo— ¿Don-donde está Felipe?

Franco se limitó a mirarla a los ojos.

—Dime donde está Felipe, Franco.

No era necesario que Franco respondiera.

La mirada de su esposo le confirmó su peor temor. Ninguna otra cosa podría eliminar por completo el brillo en los ojos de Franco, Sara jamás lo había visto tan apagado, y estaba segura de que en ese mismo momento, su propio rostro reflejaba la misma tristeza.

Esa tristeza que ambos compartían.

La de haber perdido a su hijo.

Sara no sabria decir cuanto tiempo Franco y ella estuvieron mirandose a los ojos, solo pudo reaccionar cuando Franco se levantó para abrazarla.

Y ahí fue cuando explotó.

Un llanto descontrolable se apoderó de ella y de lo más profundo de su alma escapó un grito que por poco rompe por completo sus cuerdas vocales.

Franco la abrazó con más fuerza, permitiendo que su esposa se desahogara de la misma manera en la que él había roto en llanto en los brazos de sus hermanos una hora atrás, cuando su vida se desmoronó por completo.

No existian palabras de consuelo que pudieran intercambiar, sabían que nada que pudieran decir lograria calmar el dolor más inmenso que alguna vez habrían de sentir.

dos, cinco, diez... tuvieron que pasar al menos diez minutos, para que el llanto de Sara comenzara a quebrarse y de a poco el llanto perdiera su intensidad, pero incluso cuando fueron solo susurros, transmitian el mismo dolor.

Franco se apartó algunos milimetros de ella cuando dejó de escuchar su llanto y sus lagrimas dejaron de empapar su camisa, la miró esperando que no hubiera sido otro desmayo.

Pero Sara seguia despierta, incapaz de mirarlo a los ojos, su rostro no reflejaba emociones, ni siquiera su mirada, que estaba totalmente apagada, como si no hubiera emoción que reflejar.

—Quiero verlo —Susurró, con la vista fija en la pared—

Franco suspiró.

—No se puede, ya lo intenté.

—Quiero verlo.

—Amor, no podemos, es mejor as-

—¡No me importa! ¡Quiero verlo, Franco! —Gritó empujándolo—

Franco no reaccionó a su acción, ni un mueca de dolor, ni de incomodidad.

—Perdón —Susurró la castaña al darse cuenta de lo que había hecho—

Franco quiso dedicarle una sonrisa, pero sus labios habían perdido la capacidad de realizar aquella acción tan sencilla.

Los labios de su esposa comenzaron a temblar, y las lagrimas volvieron a inundar sus ojos café. Sin poder siquiera mover sus brazos, Sara se dejó caer encima de Franco, quien la sostuvo con fuerza, permitiendole quebrarse tanto como lo necesitara.

Lo único que les quedaba era exteriorizar su dolor a través de lagrimas.

De nada les servia hacer reproches o las lamentaciones, ya era tarde para cualquier cosa.

Nada les devolveria a su hijo.

Se quedaron abrazados en aquella habitación de hospital por lo que parecería una eternidad. Una pequeña vocecilla en la cabeza de la castaña se hizo lugar entre tanto dolor, y le recordó que había otra pequeña que necesitaba de ellos.

—Gaby —Sara logró articular el nombre de su hija con la voz quebrada y cansada de tanto llorar—

—En casa, con tu mamá. ¿Quieres ir con ella?

Sara asintió. Si permanecían en ese lugar por más tiempo, acabaria por volverse loca, sabiendo que su hijo estaba en una de esas habitaciones y que no podría verlo, ni despedirse.

Su cabeza reprodujo el ultimo llanto que había podido escuchar de su hijo, era lo único que podría recordar de él.

No había tenido la oportunidad de conocer su sonrisa, ni de que sus oidos se deleitaran con la risa de su niño, que ella podría jurar que hubiera sido tan escandalosa y contagiosa como la de su papá.

Todo lo que podría recordar de él era el poco tiempo que lo había alimentado, y uno de sus últimos llantos.

Ni siquiera tenia una foto.

La vida había sido tan cruel, que lo había arrancado de su lado antes de que pudieran crear recuerdos juntos.

Como si nunca hubiera existido, como si el destino quisiera que olvidaran su existencia.

Pero asi hubieran compartido menos de un dia juntos, ni Sara ni Franco podrían olvidar a su primogénito.

Su pequeño los había marcado para siempre, por muy ínfimo que hubiera sido el tiempo que lo tuvieron a su lado, Felipe Reyes Elizondo había dejado una marca permanente en sus padres. 

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