PRÓLOGO

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Mira al frente. Alza el mentón. No titubees.

Es lo mejor.

Respira profundo.

La silueta que me muestra el espejo es casi irreconocible. Mi rostro está desfigurado, hinchado y morado por los golpes que recibí a lo largo de la semana. Por más compresas de hielo que coloque en mi rostro, la inflamación no cede. El llanto quiere apoderarse de mí, pero me contengo. No puedo permitirme mostrarme débil, no con él.

Abro la regadera y entro dejando que el agua fría adormezca un poco el dolor de mi cuerpo. Las manchas moradas en mis brazos y muslos son bastante notorias. Sacudo mi cabeza despejándola de los acontecimientos recientes y comienzo a tararear una canción que me lleve a mi lugar feliz. Hands Up de Ottawan se reproduce en mi mente ocasionando que la tensión muscular se disipe un poco. Me imagino siendo feliz, bailando en un jardín rodeada niños, haciéndolos reír mientras la canto. Mi cuerpo en la regadera inventa pequeños pasos de baile hasta que la melodía termina.

Al salir, me encuentro de nuevo con lo que he estado evitando durante toda la semana. Mi rostro se vislumbra en el espejo empañado... Lo limpio un poco y allí estoy yo. Intento sonreírme, pero el simple hecho de gesticular es bastante doloroso.

Una vez vestida, me coloco el collar con la cruz que siempre llevo, y salgo sigilosamente de la casa, tratando de no despertarlo. No quiero hacerlo enfadar.

Al llegar al parque donde quedamos hace unas semanas, encuentro la furgoneta que mencionó. No quiero hacerlo. Mi corazón se rehúsa a obedecer, pero sé que es lo mejor. Avanzo a paso lento, obligándome a seguir adelante. Estoy por tocar la puerta, pero parece notarlo, pues sale de inmediato limpiándose las manos en sus pantalones.

Su rostro se encuentra con el mío, oculto por la oscuridad, ocasionando que una sonrisa de oreja a oreja aparezca en su rostro.

—Estaba preocupado —ríe con alivio mientras se aproxima a mí. Su sonrisa se disipa con cada paso que da hasta tenerme frente a él—. ¿Quién te hizo esto?

La irritación en su voz es casi tangible. La serenidad de su rostro se ha esfumado y una máscara indescriptible se plasma en él en cambio. Toca mis mejillas con delicadeza, pero el simple gesto me obliga a hacer una mueca de dolor. Como quisiera ser más fuerte. Más resistente. Por más agua fría y hielo que haya colocado en mi rostro, el edema no cedió en absoluto, lo sé pues puedo sentirlo en mis ojos.

—¿Quién te hizo esto? —pregunta de nuevo.

Aprieto con fuerza la pequeña caja que yace en mis manos, gesto que no pasa desapercibido.

—Lo siento mucho —extiendo mi mano hacia él para entregarle el cofre, pues a fin de cuentas le pertenece.

Antes de que pueda tocarlo retrocede, mirándome con incredulidad. Si algo odio en esta vida es infringir dolor a quien no lo merece... aunque ni siquiera soy lo bastante capaz como para lastimar una mosca.

—¿Qué pasa?

Debo dejarte ir, eso es lo que pasa.

—Yo... No puedo —tartamudeo.

—¿Qué es lo que no puedes? —arquea una ceja con perspicacia. El dolor se asoma por sus bellos ojos, pero lucha por hacerlo a un lado.

—Tú lo sabes —insisto. No quiero decir esas palabras, pues mentiría y yo nunca lo he hecho.

—¿Fue tu padre? ¿Él te está metiendo esas ideas en la cabeza? —sus palabras tiemblan, preso de la confusión.

—Todo fue un error..., yo me dejé llevar por la adrenalina del momento y ...

—No entiendo, Yara —la angustia se apodera de él.

Dios, no quiero lastimarlo, no a él. Me acerco con la intención de abrazarlo y decirle que todo fue un mal chiste, pero la mente puede más que mi corazón. Tomo su mano abriéndola, depositando en ella la pequeña cajita dorada. Puedo sentir a mi alma abrazando mi corazón, tratando de protegerlo y evitar que caiga en mil pedazos que jamás podrán ser pegados. Sus ojos se abren de par en par, negando con la cabeza frenéticamente.

—La vida es así —Me esfuerzo por regalarle una media sonrisa, pero solo sale una mueca de angustia—. No siempre puedes conseguir lo que quieres. No siempre puedes ser feliz.

—No nos hagas esto —su barbilla tiembla. Me concentro en él. En su rostro tratando de no olvidar nada de él, detallándolo hasta en lo más mínimo.

—Te amo —Soy débil ante él. No puedo permitirme no serlo—. Verdaderamente lo hago.

Quiero separarme de él. Huir, correr sin mirar atrás pero mis pies no cooperan. Quiero separar mi mano de las suyas, pero él me lo impide. Quiero gritarle que lo amo, que no quiero dejarlo pero no puedo. Quiero hacer muchas cosas, pero soy una cobarde.

—Por favor —pido con amabilidad para que me suelte.

—Quieres que deje ir a lo único que más he amado y atesorado en toda mi vida —sus ojos comienzan a inundarse, amenazando con derribarme.

—Quiero que me dejes ser feliz —miento. Por Dios, no sé si hay algo de verdad en eso cuando él es mi felicidad absoluta.

Mis palabras le duelen, pues automáticamente el roce de sus manos me libera, dándome la libertad que no quiero.

Mis palabras le duelen, pues automáticamente el roce de sus manos me libera, dándome la libertad que no quiero

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VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora