EPÍLOGO

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Al entrar en la casa, el silencio me recibe como un espectro. No hay señales de vida, ni un sonido, ni un murmullo que me indique que Rocco está en algún lugar. El viaje ha sido largo y agotador, y mi cuerpo clama por descanso, por algo de paz. Grito su nombre, no con desesperación, sino con la costumbre de alguien que espera una respuesta rápida.

—¡Rocco! —mi voz resuena en los vacíos pasillos, pero el silencio responde con su eco.

Subo las escaleras, cada paso parece más pesado que el anterior. La casa está envuelta en una penumbra casi sofocante, y la fatiga comienza a hundirse en mis huesos. Todo lo que deseo es llegar a mi habitación, caer en la cama y dejar que el sueño me lleve lejos, al menos por un tiempo. La calma antes de enfrentarme a lo inevitable.

Al abrir la puerta de mi habitación, lo primero que noto es el caos. Un grito ahogado se escapa de mis labios al ver lo que antes era un refugio ahora convertido en una escena de devastación. Todo está destrozado. Las fotografías que solían colgar en la pared, recuerdos de momentos que alguna vez me dieron alegría, están ahora esparcidas por el suelo, rotas, pisoteadas. Los perfumes que tanto amaba están derramados, su aroma se mezcla con el olor acre de la destrucción, creando una fragancia que me revuelve el estómago. Mi ropa, la que había cuidadosamente seleccionado y doblado, está cortada en pedazos, tirada por todas partes como si hubieran sido desechos sin valor.

—¿Rocco...? —mi voz es un susurro ahora, cargada de incredulidad, de temor.

Cada paso que doy hacia el interior de la habitación es una puñalada más en mi corazón. Me arrodillo entre los escombros, tocando con dedos temblorosos las fotos destrozadas, como si tocarlas pudiera revertir el daño, devolverme lo que ha sido arrebatado. Pero nada cambia. Todo sigue roto, como mi espíritu en este momento.

Es entonces cuando veo una pequeña foto, rota a la mitad. La reconozco de inmediato. Es una foto de Kadir y yo, sonriendo bajo la luz del sol. Mi corazón se acelera, y el pánico comienza a apoderarse de mí.

—No, no, no... —murmuro, mientras el miedo se transforma en una bestia en mi pecho. Me levanto de un salto, corriendo hacia el armario, donde solía guardar la pequeña caja que contenía mis recuerdos más preciados, las cosas que me conectaban con Kadir.

Pero cuando abro las puertas, la caja no está. Mis manos se deslizan frenéticamente por las estanterías vacías, como si al tocarlas pudiera hacer aparecer la caja, pero no hay nada. Solo un vacío que comienza a crecer dentro de mí.

—¿Buscas esto?

La voz de Rocco llega desde la entrada de la habitación, y me congelo en el lugar. Al girar lentamente, lo veo allí, apoyado en el marco de la puerta. Sostiene la caja en una mano, su mirada es oscura, cargada de algo más que rabia, algo peligroso. Su apariencia desaliñada, su ropa arrugada, y el olor a alcohol que emana de él me dicen que ha estado bebiendo, que está fuera de control.

—Rocco... —su nombre se escapa de mis labios como una súplica, pero en sus ojos no hay compasión, sólo un odio frío y calculado.

—Zorra —suelta la palabra como si fuera una daga, su voz cargada de veneno. Da un paso hacia mí, levantando la caja como un trofeo—. ¿De verdad pensabas que podrías seguir amando a un muerto mientras yo me entregaba a ti, mientras yo me esforzaba por hacerte feliz?

El pánico me toma por completo, y sin pensarlo, doy un paso hacia él, intentando quitarle la caja. Pero él es más rápido. Levanta la caja y me golpea en la cara con ella. El dolor explota en mi rostro, y caigo al suelo, aturdida. Me tambaleo, intentando levantarme, pero el dolor me impide reaccionar.

—Rocco, por favor... —trato de suplicar, pero las palabras no tienen peso para él.

Rocco se acerca, tomando una por una las cosas de la caja. Las fotos que había guardado con tanto cuidado, los pequeños recuerdos, todo lo que me conectaba con mi pasado, con Kadir, lo saca y lo destruye frente a mis ojos. Rasga las fotos en pedazos, arrojando los fragmentos al suelo, como si fueran basura. Mi rabia comienza a hervir bajo la superficie, y sin pensarlo, me abalanzo sobre él, intentando detenerlo.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora