CAPÍTULO 23

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Max se ha convertido en un maestro de las manipulaciones, utilizando su astucia y carisma para mover las fichas de este complejo juego en el que estamos atrapados. Sabe exactamente cómo jugar las cartas, cuándo mostrar una sonrisa encantadora y cuándo ofrecer una palabra de consuelo. Desde que comenzó a involucrarse más en mi vida, he notado cómo, con una delicadeza calculada, va tejiendo situaciones que le permiten sacarme de mi prisión, aunque sea solo por unas horas.

Una tarde, por ejemplo, Rocco había mencionado que quería que me quedara en casa porque esperaba una llamada importante de sus socios. Sentí la habitual opresión en el pecho, ese nudo de angustia que aparece cada vez que sé que pasaré otro día más encerrada, vigilada. Pero antes de que pudiera hundirme completamente en la desesperación, Max apareció en la puerta de nuestra casa, con su actitud despreocupada y una sonrisa que podría desarmar a cualquiera.

—Rocco —dijo con una naturalidad que bordeaba en la insolencia—, necesitamos a Yara para un pequeño asunto relacionado con los negocios familiares. No te preocupes, no la mantendré fuera por mucho tiempo.

Rocco, que odia que alguien le diga qué hacer, frunció el ceño. Pero Max, con su habilidad para leer a las personas, ya sabía cómo lidiar con su ego.

—A menos que prefieras que tu esposa esté aquí, aburriéndose mientras tú manejas todos los asuntos importantes. Pero no olvides que estamos hablando de algo que podría ser beneficioso para todos, incluido tú —agregó con un ligero encogimiento de hombros.

La mención de un beneficio personal hizo que Rocco titubeara. Finalmente, cedió, aunque con evidente disgusto. No pasaron más de unos minutos antes de que me encontrara en el coche de Max, sintiendo una oleada de alivio al ver cómo se alejaba de la casa.

Siempre tiene una excusa perfecta, una razón aparentemente irrefutable para que yo lo acompañe. Sabe cómo jugar con las inseguridades de Rocco, cómo enmascarar sus verdaderas intenciones bajo un velo de conveniencia. Así, me ha sacado varias veces de la opresión de las paredes de mi hogar, llevándome a lugares donde puedo respirar, aunque sea solo por un momento.

Un día en particular, me invitó a salir sin previo aviso. Sentí la ya familiar mezcla de anticipación y miedo. Me recogió temprano por la mañana, y desde el principio noté que había algo diferente en su actitud. Estaba más serio, más concentrado. Condujo en silencio por un rato, y aunque intenté no mostrar mi nerviosismo, él lo notó.

—No tienes que preocuparte —dijo, con ese tono tranquilo que utiliza cuando quiere que me relaje—. Hoy no es solo un escape de la rutina. Vamos a hacer algo importante.

Me quedé en silencio, esperando que continuara. Finalmente, giró el coche hacia un camino que reconocí de inmediato: nos dirigíamos a la oficina de mi padre. Sentí un nudo formarse en mi estómago, la ansiedad se mezclaba con la incertidumbre. ¿Por qué mi padre quería verme? ¿Qué estaba planeando Max?

Cuando llegamos, Max me acompañó hasta la puerta, pero no entró. Se quedó afuera, dándome una mirada que me decía que lo que estaba a punto de suceder era importante, que debía estar preparada para cualquier cosa.

Entré en la oficina y encontré a mi padre sentado detrás de su escritorio, revisando unos documentos. Levantó la vista al verme entrar, y aunque su expresión era severa, había algo en sus ojos que no podía identificar.

Me senté frente a él, sintiéndome como una niña que ha sido llamada a la oficina del director. Mi padre me observó por un momento antes de hablar, y cuando lo hizo, sus palabras me dejaron sin aliento.

—Quiero que te hagas cargo de uno de los hoteles en Capri —dijo, directo y sin rodeos.

La sorpresa me invadió. Intenté procesar lo que acababa de decir, pero la confusión era más fuerte que mis palabras.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora