CAPÍTULO 14

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El viento nocturno se arremolina alrededor de nosotros mientras Max me acompaña hasta el borde del yate. Las luces de la ciudad parpadean en la distancia, reflejándose en el agua oscura como estrellas caídas. La noche ha sido inesperada, llena de conversaciones que nunca imaginé tener con alguien como él. Pero ahora, con la brisa fría que sopla y la oscuridad envolviéndonos, es momento de despedirse.

—Gracias por esta noche —digo, tratando de mantener mi voz firme, aunque siento un peso en mi pecho que no logro explicar.

—No tienes que nada agradecer —sus ojos se clavan en los míos con una intensidad que me resulta casi desconcertante—. Fue un placer pasar este tiempo contigo. A veces, todo lo que necesitamos es un poco de compañía... y tal vez una nueva perspectiva.

La forma en que lo dice, la suavidad en su tono, casi me hace dudar si estoy tomando la decisión correcta al dejarlo. Pero sé que es lo que debo hacer. No quiero prolongar esta noche más de lo necesario.

—Deberías dejar que te lleve —se ofrece, dando un paso hacia mí—. Es tarde, y me sentiría mejor sabiendo que llegas a salvo.

—Ya he llamado a mi chofer —respondo con una sonrisa que intento hacer genuina—. Pero gracias por la oferta.

Max asiente, pero no se aleja. En lugar de eso, se queda donde está, observándome con curiosidad.

—Yara —su voz es baja, como si estuviera compartiendo un secreto—. Eres mucho más fuerte de lo que crees. Y no importa lo que pase, siempre encontrarás tu camino. Solo... no te olvides de quién eres, de lo que realmente quieres.

Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba. Me obligan a enfrentar algo que he estado evitando durante demasiado tiempo. No respondo de inmediato, solo lo miro, tratando de entender qué ve él en mí que yo misma no puedo ver.

Finalmente, asiento, agradecida por sus palabras, pero sintiendo al mismo tiempo un nudo en la garganta que amenaza con asfixiarme.

—Gracias —murmuro, y sin esperar una respuesta, me doy la vuelta y bajo del yate, permitiendo que la oscuridad de la noche me envuelva mientras camino hacia donde el coche me espera.

El trayecto de regreso a casa transcurre en un silencio casi sepulcral, roto únicamente por el suave murmullo del motor y el sonido ocasional de los neumáticos sobre el asfalto. Afuera, las luces de la ciudad pasan rápidamente, como un borrón de colores que se mezcla con la oscuridad de la noche. Estoy sentada en la parte trasera del coche, con la mirada perdida en la ventana, pero mis pensamientos están lejos de las luces y del bullicio de la ciudad. Están atrapados en la maraña de emociones que me ha dejado la velada con Max, en las palabras que no dejan de resonar en mi mente, en el desconcierto y la confusión que no logro sacudirme.

A medida que nos acercamos a la casa, siento una presión creciente en mi pecho, un peso invisible que parece apretar mi corazón con cada kilómetro que recorremos. Mis manos empiezan a temblar ligeramente, y noto cómo mi respiración se vuelve más superficial, más rápida. Es un patrón familiar, uno que intento evitar, pero que ahora se despliega sin mi consentimiento. La ansiedad, esa vieja conocida, se instala en mi cuerpo, y con ella, una sensación de inminente catástrofe comienza a envolverme.

El coche se detiene frente a la casa, y durante un breve segundo, no puedo moverme. Mis manos están rígidas, aferradas al borde del asiento, como si soltarme significara caer en un abismo del que no podría escapar. Mi corazón late con tanta fuerza que parece retumbar en mis oídos, y el nudo en mi estómago se retuerce, creando una náusea que amenaza con subirme por la garganta. La casa, mi hogar, que debería ser un refugio, ahora parece una amenaza, un lugar donde el peso de mis emociones se hace insoportable.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora