CAPÍTULO 5

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Me despierto con un dolor que recorre cada parte de mi cuerpo, una sensación de peso que me aplasta contra la cama. La luz del día entra débilmente por las cortinas, pero no trae consigo el alivio que esperaba. Mi rostro late como recordatorio del castigo de la noche anterior. Intento moverme, pero cada músculo protesta, como si mi cuerpo se rebelara contra la idea de empezar el día.

El sonido de la puerta abriéndose me saca de mis pensamientos. Mi madre entra, con sus típicos pasos suaves y calculados. Sus ojos, fríos y distantes, se posan en mí. Por un instante, su mirada se detiene en el moretón que adorna mi mejilla, y luego continúa su recorrido por la habitación, como si no fuera nada.

—Rocco aterriza en la ciudad esta noche —anuncia, con sequedad, carente de cualquier emoción. Es como si las palabras fueran una mera formalidad, algo que simplemente debe ser dicho.

Me esfuerzo por sentarme, el dolor en mi costado me hace jadear, pero lo disimulo lo mejor que puedo. La mención de mi esposo trae consigo una oleada de emociones que no quiero enfrentar, no ahora. Mi madre me observa con cierta indiferencia.

—¿Qué sucedió? —pregunta, señalando con un leve gesto de la cabeza el golpe en mi rostro. Pero su voz no lleva preocupación, solo una constatación de algo que ya sabe.

—Las consecuencias de mis actos, supongo —respondo, apenas en un murmullo mientras bajo la mirada, evitando su juicio.

Ella asiente, como si esa fuera la respuesta que esperaba.

—Es lo que sucede cuando decides no obedecer. Deberías aprender de esto, Yara. La obediencia es la clave para una vida sin conflictos —Sus palabras caen pesadas en la habitación, llenando el espacio con una frialdad que me hace sentir aún más pequeña.

Sin decir más, se da la vuelta y sale de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos. La puerta se cierra tras ella con un leve clic que resuena en mis oídos como una sentencia. Me quedo inmóvil por un momento, sintiendo cómo la presión en mi pecho se intensifica.

Finalmente, me obligo a levantarme. Cada movimiento es un esfuerzo, cada paso hacia el baño es una lucha contra el dolor que me envuelve. Entro en la regadera y dejo que el agua caliente caiga sobre mí, intentando lavar no solo la suciedad de la noche anterior, sino también el dolor que parece haberse incrustado en mi piel. Las lágrimas se mezclan con el agua, pero no hago ningún esfuerzo por detenerlas. Es un alivio temporal, una catarsis que me permite seguir adelante, aunque solo sea por un poco más de tiempo.

Después de lo que parece una eternidad, salgo de la ducha, me visto y me arreglo lo mejor que puedo. El moretón sigue allí, inamovible. Intento cubrirlo con maquillaje, pero solo logro atenuarlo. Finalmente, decido que no vale la pena intentarlo más. No puedo borrar lo que sucedió, solo puedo enfrentar lo que venga.

El comedor está silencioso cuando entro, excepto por el sonido metálico de los cubiertos que se encuentran con la porcelana. Mi padre está sentado en la cabecera, con la mirada fija en su desayuno, mientras mi madre se sienta a su lado, erguida como siempre, con una expresión neutra en el rostro.

Me siento en mi lugar habitual, y el silencio se vuelve más denso, como si el aire mismo estuviera cargado de la tensión que flota entre nosotros. Los sirvientes se mueven por la habitación, casi como sombras, evitando cualquier contacto visual, como si supieran que hoy no es un día para desafiar el estado de ánimo de la familia.

—Yara —mi padre finalmente habla, su tono es suave, pero hay algo en él que me pone en alerta.

Levanto la mirada, intentando esconder mi incomodidad bajo una máscara de indiferencia. Él me observa por un momento, sus ojos se posan en el moretón que adorna mi mejilla. Hay algo en su expresión que no puedo descifrar, una mezcla de cansancio y algo más profundo, algo que me cuesta entender.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora