CAPÍTULO 11

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El silencio de la noche envuelve la habitación como una manta pesada, y aunque el día ha sido largo, el sueño se niega a llegar. Me giro en la cama, intentando encontrar una posición cómoda, pero mi mente no deja de dar vueltas. Las palabras de Rocco siguen resonando en mi cabeza, su deseo de tener un hijo, su urgencia. No puedo evitar que mi mente viaje hacia el pasado, hacia el momento en que todo cambió, cuando mi vida tomó un rumbo que nunca había imaginado.

Cierro los ojos, y los recuerdos vienen a mí con una claridad dolorosa. La primera vez que conocí a Rocco, tenía diecinueve años, apenas una adolescente obligada a enfrentar la realidad de un matrimonio arreglado. Recuerdo el día en que mi padre nos presentó, la formalidad de su voz, el orgullo en su rostro cuando habló de Rocco como si fuera un trofeo, un premio que había ganado para mí.

Rocco ya tenía veintiocho años en ese entonces, y su presencia llenaba la habitación con una confianza que me resultaba sofocante. Era todo lo que mi padre quería: exitoso, seguro de sí mismo, con un futuro brillante por delante. Y yo, ¿qué era yo en comparación? Una joven con sueños que apenas comenzaban a formarse, atrapada en una jaula, obligada a dejar atrás todo lo que había conocido, todo lo que había amado.

—Yara, quiero que conozcas a Rocco —las palabras de mi padre suenan en mi mente, frías y formales, como si estuviera cerrando un trato—. Es el hombre con quien te casarás.

La noticia cayó sobre mí como un cubo de agua fría, helando todo mi ser. Miré a Rocco, buscando alguna señal de comprensión en sus ojos, pero lo que encontré fue una calma que me repugnó. No había amor, no había pasión, sólo una aceptación silenciosa de lo que se esperaba de él. ¿Cómo podía alguien aceptar algo así tan fácilmente? ¿Cómo podía él, sin conocerme, estar tan dispuesto a destruir mi vida?

Recuerdo la rabia que sentí en ese momento, una ira que ardía en mi pecho, que se mezclaba con el dolor de saber que mi verdadero amor, la única persona que me había hecho sentir libre, se estaba desvaneciendo ante mis ojos. Todo lo que había soñado, todo lo que habíamos planeado, se estaba desmoronando, y la causa de todo eso estaba de pie frente a mí, con una serenidad que me hizo odiarlo instantáneamente.

—No quiero casarme contigo —le dije esa misma noche, las lágrimas corrieron por mis mejillas mientras lo enfrentaba en la privacidad de mi habitación. Mi voz era firme, aunque mi corazón estaba roto—. No quiero esto. No quiero perder todo lo que amo por un matrimonio que no significa nada para mí.

Rocco me miró en silencio, y por un momento, pensé que podría ceder, que podría entender mi dolor. Pero en lugar de eso, se acercó a mí, su postura era calmada, casi resignada.

—Soy consciente que esto no es lo que querías —su voz era suave, pero había una firmeza en ella que no dejaba lugar a dudas—. Pero no tenemos elección. Esto es lo que nuestros padres han decidido, y debemos cumplir.

—¡¿Cómo puedes decir eso tan fríamente?! —grité, mis puños se cerraron a los costados, conteniendo la necesidad de golpear algo, cualquier cosa—. ¡¿Cómo puedes simplemente aceptar esto sin luchar?!

Rocco suspiró, y en sus ojos vi una tristeza que no había notado antes.

—Porque sé que luchar contra esto solo traerá más dolor. Pero si podemos aprender a vivir con ello, tal vez... solo tal vez, podamos encontrar una manera de ser felices.

Sus palabras me enfurecieron aún más. ¿Cómo podía sugerir que algún día podría ser feliz en un matrimonio sin amor? ¿Cómo podía estar tan resignado? Durante semanas, luché contra la idea de casarme con él. Lloré, grité, incluso intenté escapar, pero Rocco siempre estaba ahí, paciente, inquebrantable. No respondía a mis ataques con ira, no me forzaba a aceptar nuestra situación. Simplemente esperaba, con una calma que solo aumentaba mi frustración.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora