CAPÍTULO 26

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La noche ha caído por completo cuando salimos del restaurante. El aire está cargado con la fragancia de flores nocturnas y el salado aliento del mar que nos envuelve en un manto cálido y acogedor. Las luces del hotel quedan atrás, convirtiéndose en un resplandor suave y distante, mientras Max me guía hacia el corazón de la isla, más allá de los caminos conocidos, hacia un lugar que parece existir fuera del tiempo.

El sendero que seguimos es estrecho, flanqueado por árboles cuyas ramas se entrelazan por encima de nosotros, creando un techo natural que solo deja pasar parches de luz de la luna. La grava cruje bajo nuestros pies, y el silencio de la noche es roto únicamente por el ocasional susurro del viento y el murmullo lejano del mar. Cada paso nos lleva más profundamente a la isla, alejándonos de la civilización y acercándonos a algo más primitivo, más auténtico.

—No te preocupes, estamos cerca —dice en un tono bajo, casi reverente, como si temiera romper la magia que nos rodea.

Finalmente, el sendero se abre a un pequeño jardín escondido, una joya oculta en la vastedad de la isla. Es un lugar íntimo y casi irreal, como si hubiera sido creado específicamente para este momento. El jardín está rodeado de altos cipreses y olivos antiguos, sus hojas susurran secretos al viento nocturno. Flores en tonos pálidos y dorados iluminan el suelo como pequeñas estrellas caídas, y el aroma a jazmín y lavanda flota en el aire, creando una atmósfera embriagadora.

—Este lugar... —mi voz se apaga, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para describir la belleza que me rodea.

Max solo sonríe, sus ojos reflejan la luz de la luna mientras observa mi reacción. Me guía a través del jardín hasta un banco de piedra que se asienta al borde de un acantilado. Desde allí, la vista es asombrosa: el mar se extiende en un vasto lienzo de oscuridad, salpicado aquí y allá por el brillo lejano de las luces de las casas que se aferran a las laderas de la isla. El horizonte se pierde en la distancia, fusionándose con el cielo estrellado en un abrazo eterno.

—Este lugar es especial —dice Max finalmente, su voz es baja, casi un susurro—. Quería compartirlo contigo porque... bueno, porque creo que lo necesitas tanto como yo.

Lo miro, sorprendida por la sinceridad en sus palabras. Hay algo en su tono, en la manera en que sus ojos se suavizan mientras observa el horizonte, que me hace ver más allá de la fachada despreocupada que suele mostrar. Hay una profundidad en él, una soledad quizás, que se refleja en el paisaje que nos rodea.

—Es más que especial —respondo, sintiendo que cualquier otra palabra sería insuficiente.

El cielo sobre nosotros está despejado, una manta de terciopelo negro salpicada de estrellas que brillan con una claridad asombrosa. Es como si la isla misma hubiera decidido mostrar su verdadera belleza solo para nosotros, revelando secretos que estaban ocultos a plena vista.

El banco de piedra en el que estamos sentados se ha convertido en nuestro refugio bajo el vasto cielo estrellado de Capri. La noche nos envuelve con su manto de tranquilidad, y el suave sonido del mar golpeando los acantilados proporciona una melodía constante que parece sincronizarse con los latidos de mi corazón. Max y yo compartimos un silencio cómodo, cada uno perdido en sus pensamientos, pero conectados por algo más profundo, algo que no requiere palabras.

Las estrellas brillan sobre nosotros, tan claras y nítidas que parece que podríamos estirar la mano y tocarlas. Es una sensación que me transporta de vuelta a mi juventud, cuando la fascinación por el cielo nocturno llenaba mi corazón de sueños y deseos.

—¿En qué piensas? —La voz de Max rompe el silencio, su tono es suave, casi un susurro.

Me tomo un momento antes de responder, dejando que la serenidad del lugar me dé el valor para compartir algo que hace tiempo no menciono.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora