CAPÍTULO 6

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El sol está alto en el cielo, sus rayos cálidos se filtran entre las hojas de los árboles que rodean el jardín, creando un patrón de sombras danzantes sobre el césped. Me encuentro sentada en una silla de hierro forjado, con mi cuaderno de dibujo en el regazo y el carbón en la mano, lista para capturar lo que ronda en mi mente desde hace días. La brisa acaricia mi rostro, una caricia suave que, por un instante, me hace olvidar el dolor que llevo dentro.

Cierro los ojos por un momento, dejando que los sonidos del jardín me envuelvan. El susurro de las hojas, el canto distante de un pájaro, el leve crujido de las ramas me llenan de una paz efímera, pero necesaria. Respiro hondo, intentando encontrar la inspiración que siempre parece venir cuando estoy al aire libre, lejos de las paredes opresivas de la casa.

Abro el cuaderno, las páginas ya están llenas de fragmentos de pensamientos y emociones, pero hoy mi mente se centra en algo más específico, algo que me ha estado rondando desde que desperté esta mañana con el dolor físico todavía resonando en mi cuerpo y el peso de las emociones recientes aplastándome el pecho. Respiro hondo, tomando el lápiz de carbón entre mis dedos, sintiendo su familiaridad.

Al abrir los ojos, dejo que mi mano se mueva casi por instinto sobre el papel, trazando líneas que poco a poco comienzan a tomar forma. Lo que surge en el papel son manos, pero no cualquier par. Son manos fuertes, masculinas, marcadas por el trabajo y el tiempo, con nudillos ligeramente prominentes y dedos largos que denotan destreza. Estas manos han sostenido más de lo que podría describirse con palabras, y mientras las dibujo, no puedo evitar sentir el peso de su significado. Hay una fuerza en ellas que me resulta imposible de ignorar, una fuerza que he conocido, que aún recuerdo con una claridad que duele.

Dibujo cada línea con cuidado, cada detalle es una memoria que aflora, una caricia en el borde de la conciencia. Los músculos y tendones se marcan bajo la piel, las arrugas en los nudillos, las líneas de las palmas... todo emerge del papel como si esas manos estuvieran regresando a la vida. Las sombras alrededor de ellas, oscuras y difusas, no son más que la representación de mi mente, de la incertidumbre y la distancia que siempre han estado entre nosotros.

Las manos salen de la nada, emergiendo de un fondo oscuro que se construye con trazos de carbón, creando un contraste que resalta la fuerza y ​​la presencia de las manos. Es como si estuvieran atrapadas en las sombras, luchando por alcanzar la luz, pero siempre siendo retenidas por algo invisible, algo que no las deja ir más allá de los límites de la página.

La luz del sol juega con el dibujo, creando reflejos y sombras que parecen darle movimiento. Me detengo un momento, observando lo que he creado. Hay algo en ellas que me hacen sentir como si estuviera tocando un fragmento de un tiempo que ya no existe, pero que sigue vivo en mi interior. Son manos que no he olvidado, que no puedo olvidar, por más que lo intento.

El dibujo se vuelve una especie de trance, cada línea, cada sombra que he agregado parece estar guiada por una fuerza que va más allá de mi control consciente. Las sombras se extienden alrededor de las manos, envolviéndolas, dándoles una tridimensionalidad que las hace parecer casi vivas. Las líneas oscuras se mezclan, creando un efecto que hace que las manos parezcan salir del papel, como si estuvieran alcanzando algo que solo ellas conocen.

Mientras dibujo, no puedo evitar que mi mente vuelva a los recuerdos, a esas manos que he visto tantas veces en mi vida pasada, en otro tiempo, en otro lugar. Recuerdo cómo solían moverse con gracia, con una seguridad que me hacía sentir protegida. Esas manos que una vez me enseñaron a ver el arte no solo como algo que se crea, sino como algo que se vive. Con esas manos, él me mostró cómo el arte podía ser una forma de escapar, de encontrar belleza incluso en los lugares más oscuros.

Mis dedos manchados de carbón continúan trazando detalles, pequeñas líneas que solo yo reconozco. Me detengo en las uñas, recordando cómo eran siempre cuidadas, pero con ese ligero desgaste en los bordes, como si estuvieran acostumbradas tanto al trabajo como al arte. Un nudo se forma en mi garganta, pero lo ignoro, enfocándome en cada pequeño trazo que da vida al dibujo.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora