CAPÍTULO 1

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Las noches siempre han sido mi refugio, un lugar donde la oscuridad se convierte en mi manto protector y las estrellas, en mis confidentes silenciosas. Es curioso cómo el cielo nocturno puede parecer un lienzo inmenso, capaz de albergar todos mis pensamientos y secretos más profundos. Cada estrella, una historia; cada constelación, un sueño.

Desde niña, he sentido una atracción inexplicable por las estrellas. Recuerdo haberme tumbado en el césped del jardín de mi abuela, mirando hacia el infinito, intentando descifrar los misterios del universo. "Las estrellas son los faros de la eternidad", solía decirme ella, y yo, con mis ojos infantiles, creía fervientemente en sus palabras.

Con el paso del tiempo, esas noches estrelladas se convirtieron en mi escape, mi forma de evadir la realidad que a veces se tornaba demasiado abrumadora. Bajo la vastedad del cielo nocturno, mis problemas parecían pequeños, insignificantes. Me preguntaba si las estrellas también observaban mis luchas, si eran testigos mudos de mis victorias y derrotas.

La fascinación que siento por ellas no es solo por su belleza, sino por lo que representan: esperanza, constancia y el paso del tiempo. Cada estrella que veo brillar hoy, en realidad, podría haber muerto hace millones de años. Sin embargo, su luz sigue viajando, atravesando el vacío del espacio para llegar hasta mis ojos. Esa idea me reconforta, me hace sentir que, a pesar de todo, mi luz también podría perdurar.

A menudo, me pierdo en pensamientos filosóficos bajo el cielo nocturno como lo hacía cuando era niña. Platón y Aristóteles fueron mis compañeros en estas reflexiones. Platón, con su idea del amor como una búsqueda de la belleza y la verdad, y Aristóteles, con su visión del amor como un acto de virtud y voluntad. Me encontré debatiendo internamente entre esas dos visiones, intentando aplicarlas a mi propia vida, a mis propios desafíos.

Platón me enseñó a buscar lo sublime, a creer en la conexión de las almas más allá de lo físico. Me recordaba que, aunque el amor verdadero es raro, cuando lo encuentras, es una unión de almas destinada a elevarse por encima de las adversidades terrenales. A menudo, me encontraba soñando con esa conexión perfecta, imaginando cómo sería encontrar a alguien cuya alma resonara con la mía en armonía celestial.

Por otro lado, Aristóteles me anclaba a la realidad, recordándome que el amor es también una elección diaria, un compromiso de cuidar y valorar a la otra persona. Su idea de que el amor es una virtud que debemos cultivar resonaba profundamente en mí. Entendí que el amor verdadero no solo se encuentra, sino que también se construye, se nutre con actos de bondad y sacrificio.

Bajo el cielo estrellado, sentí una especie de paz que solo la naturaleza puede ofrecer. Los astros son mis testigos, mis guías en un camino que a veces parece demasiado oscuro. Me enseñaron a mirar más allá de lo inmediato, a buscar la belleza en lo eterno y a encontrar fuerza en la constancia.

Las noches llenas de ellas, me dieron la perspectiva que necesitaba para enfrentar mis días. Me recordaron que, aunque los problemas parezcan insuperables, hay una vastedad en el universo que trasciende nuestras preocupaciones cotidianas. Y en esa vastedad, encontré el consuelo de saber que, al igual que las estrellas, mi luz también puede brillar a través de la oscuridad, dejando un rastro de esperanza para quien se atreva a mirar.

Mientras siga mi camino, siempre miraré al cielo nocturno en busca de respuestas y consuelo. Porque, al final del día, me han enseñado que, aunque el universo es inmenso y a veces indiferente, cada uno de nosotros tiene un lugar en su vasto lienzo. Y en ese lugar, nuestras historias, nuestras luchas y nuestras victorias, son las que realmente brillan.

Recuerdo las noches que pasé pensando en lo que pudo haber sido, en los momentos que nunca llegamos a vivir, en las risas que nunca compartimos. A veces, esos recuerdos duelen tanto que siento como si una parte de mí se hubiera perdido para siempre. Pero la vida sigue, y con el tiempo, aprendí a dejar ir, a aceptar que no todos los amores están destinados a durar.

Hay un amor que nunca pudo ser, un amor que a veces siento como un fantasma que ronda mis pensamientos y mis sueños. Es un amor que, bajo otras circunstancias, podría haber florecido como un jardín en primavera, lleno de colores y vida. Pero las circunstancias no fueron favorables, y en vez de crecer, ese amor se marchitó antes de tener la oportunidad de mostrar su verdadera belleza.

Ahora, tengo otro tipo de amor, uno que no esperaba pero que la vida me ofreció de una manera inesperada. Es un amor que no tiene la misma intensidad arrebatadora del primero, pero que me sostiene de una forma diferente. Es un amor más tranquilo, más estable, aunque no exento de sus propias dificultades.

Este nuevo amor es como una noche estrellada en la que no todas las estrellas brillan con la misma intensidad, pero juntas crean un hermoso cuadro. Hay momentos de alegría y paz, pero también hay desafíos y sacrificios. Pero el amor no siempre es perfecto, a veces es más sobre la voluntad de seguir adelante, de luchar por lo que vale la pena, de encontrar la belleza en la imperfección.

Con él, he descubierto que el amor puede ser un refugio seguro si pongo de mi parte, un lugar donde puedo ser yo misma pero con algo de miedo al juicio. Aunque no siempre es fácil, es un amor que me ha enseñado a ser fuerte, a ser paciente y a encontrar la esperanza incluso en los momentos más oscuros.

A veces, miro hacia atrás y me pregunto qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes. Pero luego miro hacia adelante y veo todo lo que he aprendido y cómo he crecido. Y me doy cuenta de que, aunque el amor que nunca pudo ser siempre tendrá un lugar especial en mi corazón, el amor que tengo ahora es el que me ha hecho la persona que soy hoy.

Los astros siguen siendo mis confidentes, y cada noche, cuando los miro, les cuento mis pensamientos, mis miedos y mis esperanzas. Saben de mis amores perdidos y de los que aún tengo. Y en su brillo eterno, encuentro la fuerza para seguir adelante, para amar y ser amada, sabiendo que, al final, el amor verdadero siempre encuentra una manera de brillar, incluso en la oscuridad.

 Y en su brillo eterno, encuentro la fuerza para seguir adelante, para amar y ser amada, sabiendo que, al final, el amor verdadero siempre encuentra una manera de brillar, incluso en la oscuridad

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VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora