CAPÍTULO 12

23 10 46
                                    

La luz inunda la habitación de la casa de mis padres, proyectando sombras largas sobre el suelo de madera. Estoy de pie junto a la ventana, observando cómo los primeros rayos del sol acarician el jardín. Es un día como cualquier otro, marcado por la rutina que se ha vuelto tan familiar desde que Rocco y yo llegamos aquí. Me siento en una especie de limbo, atrapada entre un pasado que me retiene y un futuro que no alcanzo a vislumbrar del todo.

Mientras intento concentrarme en los pequeños detalles del jardín, escuchó la puerta abrirse detrás de mí. Sé que es Rocco antes de que siquiera lo vea; su presencia siempre llena la habitación de una manera que es imposible ignorar. Hay algo en su forma de moverse, en la manera en que sus pasos suenan contra el suelo, que me hace girar para enfrentarlo.

Rocco entra, fijando su mirada en mí con una intensidad que me hace sentir expuesta. Me toma un momento darme cuenta de que su expresión es diferente hoy. Hay una determinación en sus ojos, un brillo que no había visto en semanas. Sus labios están ligeramente fruncidos, y sus manos descansan a los costados, pero hay una tensión en su postura, como si estuviera preparándose para algo importante.

—Yara —dice, su voz es firme, pero no hay dureza en ella, solo una claridad que no permite espacio para dudas—. He estado pensando mucho en esto, y creo que ya es suficiente. No podemos seguir aquí. Es momento de regresar a nuestra casa en la ciudad.

Las palabras se desplazan por la habitación, llenan cada rincón. Me quedo en silencio, dejando que la magnitud de lo que acaba de decir se asiente en mi mente. Hace semanas que no mencionaba nada sobre regresar a la ciudad, y parte de mí había comenzado a creer que seguiríamos aquí por más tiempo, que quizás había encontrado en este lugar un refugio temporal del mundo que habíamos dejado atrás.

Pero ahora, mientras lo miro, entiendo que esto era inevitable. Rocco nunca fue alguien que pudiera permanecer atado a un lugar que no fuera suyo por demasiado tiempo. Siempre ha necesitado el control, la sensación de que está en su propio territorio. Esta casa, la casa de mis padres, nunca podría ser ese lugar para él.

—¿Tan pronto? —Mi voz suena débil, incluso para mí. No es que quiera quedarme, pero la idea de regresar a la ciudad me llena de emociones que aún no puedo descifrar.

Rocco asiente, sus ojos no se apartan de los míos, como si estuviera esperando algún tipo de resistencia. Pero no la encuentra. Me conoce lo suficiente como para saber que, aunque me sorprenda, entiendo que tiene razón. Esta no es nuestra vida, es solo un paréntesis, y es hora de cerrarlo.

—No tiene sentido seguir aquí. Este lugar... ya no es lo que necesitamos. Tenemos una vida en la ciudad, una vida que hemos construido y que hemos dejado en pausa por demasiado tiempo. —Hace una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus próximas palabras—. Y quiero que regresemos a eso, a lo que es nuestro. No podemos seguir aquí.

Hay algo en su tono que me inquieta, una urgencia que no había notado antes. Es como si, al regresar a la ciudad, estuviera no solo recuperando el control de nuestras vidas, sino también alejándose de algo que le incomoda profundamente. Quizás es la influencia de mis padres, o quizás es la sensación de que, aquí, él no es del todo el hombre que está acostumbrado a ser.

—Lo entiendo —respondo finalmente, aunque hay una parte de mí que se resiste a la idea. No por el lugar en sí, sino por lo que simboliza. Esta casa, por todos sus defectos, ha sido un lugar donde por un tiempo, las cargas de nuestra vida en la ciudad no nos alcanzaron.

Rocco parece relajarse un poco al escuchar mi respuesta. Da un paso más hacia mí, cerrando la distancia entre nosotros, y coloca una mano en mi brazo, un gesto que es tanto de consuelo como de afirmación.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora