CAPÍTULO 9

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El coche avanza lentamente por las estrechas calles del barrio sur, ya medida que nos adentramos más, siento cómo una oleada de emociones comienza a invadirme. El paisaje urbano cambia fragmentado de lo que hemos dejado atrás. Las calles amplias y bien pavimentadas se convierten en caminos de adoquines irregulares, las fachadas pulidas de los edificios se transforman en casas modestas, cada una con su propio carácter y su propia historia. Aquí, la vida parece moverse a un ritmo distinto, más pausado, más conectado con la tierra y con la gente.

Rocco conduce en silencio, sus manos firmemente aferradas al volante, mientras sus ojos se mueven con cautela de un lado a otro. Puedo sentir su tensión, el esfuerzo que está haciendo para mantener una mente abierta, para no juzgar este lugar antes de conocerlo realmente. Su actitud, aunque reservada, me da una pequeña chispa de esperanza. Quizás, solo quizás, este día podría significar un cambio.

El coche finalmente se detiene en una pequeña plaza rodeada de árboles frondosos. Alrededor de nosotros, el barrio cobra vida. Los vendedores instalan sus puestos, las familias pasean por la acera, y los niños corren despreocupados con sus risas llenando el aire. Es un lugar que parece sacado de otro tiempo, un rincón donde la modernidad no ha logrado borrar la esencia de lo cotidiano.

Rocco apaga el motor y se queda en silencio por un momento, fijando sus ojos en la escena frente a nosotros. Puedo ver la lucha interna reflejada en su rostro, el choque entre lo que esperaba y lo que realmente encuentra aquí.

—Es diferente —murmura finalmente, como si hablara más para sí mismo que para mí.

Asiento, sabiendo que para él, esto debe ser un desafío. Este barrio es todo lo que él ha evitado durante tanto tiempo, todo lo que ha tratado de mantener fuera de nuestras vidas. Pero ahora, está aquí, y eso significa más de lo que podría expresar en palabras.

—Eso es lo que lo hace tan especial —respondo—. Aquí, las cosas son más simples, pero también más reales. La gente vive en comunidad, se conocen, se cuidan. Es algo que no se encuentra en otros lugares.

Rocco asiente, aunque su expresión sigue siendo reservada. Abre la puerta del coche, sale, y yo lo sigo, sintiendo el sol cálido en mi piel y el aroma del mercado mezclado con el aire fresco. Mientras caminamos por la plaza, me esfuerzo por no parecer demasiado emocionada, pero no puedo evitar sentir una oleada de alegría al estar de nuevo en un lugar que siempre ha sido un refugio para mí.

Las calles están llenas de actividad, y cada rincón parece tener su propio ritmo, su propio pulso. Un hombre mayor vende frutas frescas desde un carrito, sus manos curtidas por el trabajo incansable, mientras una mujer joven organiza un puesto de flores, los colores vivos contrastan con las piedras grises del pavimento. Es un cuadro de vida que, para mí, tiene más belleza que cualquier obra de arte en una galería.

Rocco camina a mi lado, su postura sigue siendo recta, casi defensiva, pero veo cómo sus ojos recorren el entorno con una mezcla de curiosidad y algo que podría ser respeto. Es como si, por primera vez, estuviera viendo más allá de la superficie, más allá de lo que siempre ha creído sobre lugares como este.

—Hay belleza en lo cotidiano —digo, observando a una madre que sostiene a su hijo pequeño mientras escoge frutas en un puesto cercano—. Es fácil no verlo cuando estamos acostumbrados a las cosas grandes, a lo impresionante. Pero aquí, cada pequeño detalle tiene su propia historia, su propia magia.

Rocco se detiene por un momento, su mirada sigue la mía hacia la madre y el niño. Puedo ver cómo sus labios se curvan en una leve sonrisa, casi imperceptible, pero está ahí. Es un gesto pequeño, pero para mí significa mucho. Es la primera señal de que podría estar empezando a entender, aunque sea un poco.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora