CAPÍTULO 15

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Tres días. Tres días desde que me dejó plantada en el restaurante. Días que han sido una tortura de incertidumbre. Al principio, traté de mantener la calma, convencida de que todo tenía una explicación lógica: un asunto urgente, una reunión de negocios que se alargó más de lo previsto. Pero a medida que las horas se convirtieron en días, y mis llamadas y mensajes siguieron sin respuesta, la calma se fue desvaneciendo, reemplazada por una creciente sensación de angustia.

Tres días sin rastro alguno de mi esposo.

Me levanto temprano cada mañana, con la esperanza de encontrar algún mensaje, alguna señal de vida, pero lo único que me recibe es el silencio. El teléfono, que antes era mi conexión con el mundo exterior, ahora se ha convertido en un cruel recordatorio de su ausencia. Cada vez que la pantalla permanece en blanco, siento como si una mano invisible apretara mi corazón un poco más.

—Vamos, Rocco, contesta... —murmuro para mí misma mientras marco su número por enésima vez.

El tono de llamada resuena en mi oído, tan familiar y, al mismo tiempo, tan vacío. Contengo la respiración, esperando, rogando que esta vez él conteste, que su voz rompa este silencio que me está volviendo loca. Pero, como siempre, la llamada termina abruptamente, sin respuesta.

La frustración me consume, y no puedo evitar lanzar el teléfono sobre la cama, donde rebota con un sonido sordo. Me levanto de golpe, incapaz de quedarme quieta mientras mi mente se llena de pensamientos oscuros. ¿Y si algo le ha pasado? ¿Y si está en peligro? Cada posibilidad me atraviesa como un cuchillo, y antes de darme cuenta, ya estoy caminando por la habitación como un animal enjaulado, buscando algo, cualquier cosa, que me devuelva la calma.

Finalmente, decidió que no puedo seguir así, que necesito hacer algo, cualquier cosa, para descubrir qué está ocurriendo. Camino rápidamente hacia la puerta, con un plan firme en mente: hablar con su madre. Si alguien sabe dónde está Rocco, tiene que ser ella.

El camino hacia la mansión de mi suegra es un borrón, mi mente está demasiado concentrada en lo que diré, en cómo exigiré respuestas. No tengo paciencia para las cortesías ni para las excusas, solo quiero saber dónde está mi esposo. Cuando llego, toco el timbre con más fuerza de la necesaria, mi impaciencia es evidente en cada movimiento.

La empleada que abre la puerta me reconoce al instante, y sin decir una palabra, me guía hacia el salón principal. La mansión es imponente, con su arquitectura grandiosa y sus decoraciones opulentas, pero hoy, todo eso me parece frío, distante, casi hostil. Cada paso que doy resuena en los pasillos vacíos, y la espera hasta que llegamos al salón se siente interminable.

Cuando finalmente entro, mi suegra está allí, sentada en uno de los sillones, con un libro abierto en su regazo. Levanta la vista al oírme llegar, y sus ojos se encuentran con los míos. Hay una frialdad en su mirada que me hace sentir pequeña, como si estuviera irrumpiendo en un espacio que no me pertenece.

—¿Dónde está Rocco? —pregunto sin rodeos, cruzando la habitación hasta quedar frente a ella. No tengo tiempo para juegos, y no tengo intención de fingir que esta es una visita de cortesía.

Ella cierra el libro lentamente, con una calma que me irrita hasta en lo más profundo de mi ser. Me observa por un largo momento antes de responder, sus ojos cafés son fríos, casi indiferentes.

—No sé dónde está —responde finalmente, su tono es tan neutral que casi podría pasar por desinterés.

La frustración que he estado conteniendo finalmente explota en mi pecho. ¿Cómo puede estar tan tranquila? ¿Cómo puede decirme algo así sin ni siquiera levantar una ceja? No entiendo cómo alguien puede ser tan indiferente cuando se trata de su propio hijo.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora