CAPÍTULO 25

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Después de aterrizar tomamos el ferry que comienza a bajar la velocidad mientras nos acercamos a la costa de Capri. La vista que se despliega ante nosotros es como sacada de un sueño. La isla emerge del agua como una joya resplandeciente, sus acantilados blancos y dorados se elevan majestuosos, cortados a capricho por el mar y el viento a lo largo de los siglos. Las aguas cristalinas que rodean la isla se tiñen de un azul profundo, casi irreal, como si el cielo mismo se hubiera derretido y fusionado con el océano.

El sol, que empieza a descender en el horizonte, baña todo con una luz dorada que hace brillar las casas blancas y las verdes colinas cubiertas de olivos y cipreses. A medida que nos acercamos al puerto, el bullicio típico de la gran ciudad se desvanece, reemplazado por un murmullo más suave, casi reverente, que parece propio de un lugar tan lleno de historia y belleza.

La vegetación que rodea la costa es exuberante, con palmeras, buganvillas y flores de todos los colores que se asoman por los balcones de las casas y los senderos que serpentean por la ladera. Todo está en armonía con el entorno, como si la naturaleza y el hombre hubieran trabajado juntos para crear esta obra maestra.

Cuando finalmente atracamos en el puerto, la imagen que nos recibe es una mezcla perfecta de vida tranquila y elegancia. Los barcos de pesca y los lujosos yates se balancean suavemente en las aguas del puerto, mientras que las pequeñas tiendas y cafés que bordean el muelle ofrecen un ambiente acogedor y relajado. La arquitectura de las casas es sencilla pero elegante, con fachadas blancas y tejados de terracota, adornadas con ventanas de madera y persianas verdes que añaden un toque de color.

Max se coloca a mi lado mientras desembarcamos, sus ojos brillan con satisfacción y orgullo.

—¿Qué te parece? —pregunta, su voz es suave, pero cargada de emoción contenida.

Me detengo un momento para respirar profundamente, dejando que el aire fresco, en conjunto con el aroma salado del mar y el perfume de las flores, me llene los pulmones. Es un lugar que parece estar suspendido en el tiempo, lejos de las preocupaciones y el dolor que me han seguido durante tanto tiempo.

—Es... más hermoso de lo que jamás imaginé —respondo, asombrada.

Max sonríe, y por un momento, veo en él una chispa de alegría pura, como si compartir este momento conmigo fuera tan importante para él como lo es para mí.

Nos esperan en el muelle varios hombres de seguridad, claramente enviados por mi padre. Son imponentes, vestidos de manera formal pero sin ostentación, y me recuerdan que, aunque estoy en un lugar de ensueño, la realidad de mi vida sigue presente. Nos escoltan hacia una especie de carrito elegante que nos llevará al hotel, y mientras recorremos las estrechas y serpenteantes carreteras de la isla, no puedo evitar perderme en la belleza del paisaje.

El vehículo sube por colinas verdes que se alzan majestuosamente, cubiertas de olivos y viñedos, y a lo lejos, el mar brilla con un azul intenso que parece fusionarse con el cielo. Las casas que pasamos son encantadoras, con muros encalados y jardines floridos, cada una perfectamente integrada en la naturaleza que las rodea. El camino serpentea a través de túneles y puentes que ofrecen vistas impresionantes de los acantilados que caen en picado hacia el mar, mientras que pequeñas embarcaciones se deslizan suavemente por las aguas.

Finalmente, llegamos al hotel, que se alza como una joya oculta entre la vegetación. Desde el exterior, parece más una villa que un hotel, con su arquitectura que respeta el estilo tradicional de Capri. Los muros blancos se fusionan con las enredaderas verdes que trepan por ellos, y las ventanas con contraventanas de madera se abren hacia balcones llenos de flores. Es un lugar que respira tranquilidad, un refugio que parece existir fuera del tiempo.

VIDAS CRUZADAS | #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora