Capítulo 37

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El celular sonaba sin parar. Una y otra vez, la pantalla se encendió con la notificación de un nuevo mensaje de texto. Ocurrió doce veces, Lucía las contó en silencio. Diana las ignoró sin sentirse culpable.

—¿Quién te escribe tanto?

—Victoria.

—Ah. —Lucía levantó las cejas y frunció los labios. Diana le había contado (sin ánimos, sin un ápice de emoción) quien era, que estudiaba y cómo la había conocido—. Ya deben haber terminado sus clases —dijo porque no tenía idea de que más decir. Diana asintió—. ¿Qué tal las nuevas exigencias de Hugo? ¿Ya dejó de hacerlas darle cinco vueltas al campus?

Diana esbozó una sonrisita. Ese había sido un día divertido, al menos al principio. Resultaba que Hugo se había decidido ser un poco más estricto debido a que participarían en una competencia nacional y debían dejar en alto el nombre de la universidad (esas fueron las palabras que utilizó). Por eso, estaba exigiendo más de su capacidad física y las obligaba a dar vueltas y vueltas en el campus. Úrsula lo hizo a regañadientes y fue particularmente gracioso verla llegando a la línea de meta con la lengua afuera.

Diana se había divertido mucho con la escena, pero luego Úrsula se había ensañado con ella en el partido de práctica y terminó con los brazos adoloridos y magullados y llena de rabia.

—Está todo bien. Hemos mejorado mucho —respondió.

—Ah, qué bueno.

Lucia no había tenido más éxito que Marcos ayudándola a superar la abrupta ruptura. Diana ya había pasado la etapa de estar molesta y enfurruñada, y ahora solo estaba desanimada y decaída. No era un gran progreso, pero era algo que todo el mundo agradecía.

—¿Y mi tocayo?

—La sigue esperando —respondió Diana sin inmutarse—. Se mete en mi cuarto en la noche y se duerme conmigo. Ya deja que lo toque.

La nueva actitud de Lucio le habría emocionado más si todavía estuviera con Úrsula. Le habría presumido que el gato al fin la quería. Pero ya no significaba nada o, al menos, no le importaba. Probablemente —y Diana pensaba que era lo más seguro—, se había convertido en su premio de consuelo a falta de su verdadera madre.

Úrsula no había vuelto a ir casa y solo se comunicaba con Santiago una vez a la semana para preguntar por su gato. Enviaba dinero para su comida y sus gastos, pero no iba a visitarlo. Diana a veces quería decirle que no era necesario, que, así como la había abandonado a ella, podía abandonar a su gato y podía quedarse tranquila porque se tenían el uno al otro y estarían perfectamente bien sin ella.

Luego lo pensaba mejor y se daba cuenta que era una estupidez. Si ya los había dejado, no iba a cambiar nada que le diera un tonto regaño de responsabilidad.

—Qué estúpida es, ¿no? —dijo Lucia al fin. Ya lo había intentado casi todo para hacer sentir mejor a Diana. Hablar mal de ella era uno de sus últimos recursos.

Diana se encogió de hombros.

—Tal vez estaba aburrida y buscó la cosa más pequeña para alejarse, aunque yo hubiera preferido que me lo diga de frente. Nos habríamos ahorrado muchos malos ratos. Mi mamá ya le puso la cruz.

—Me imagino —murmuró Lucia. Se persignó por dentro: conocía a Johana—. Pero yo creo que estaba celosa más que todo. Que insegura es, ¿no? Aparte, ¡cómo si no te conociera!

Diana levantó las cejas. Volvió a recibir un nuevo mensaje y decidió responder. También era de Victoria. Había incluso una foto de ella con su bata blanca en el laboratorio.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora