11 Una realidad deseada

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Al despertar en la mañana, la lluvia se ha transformado en una llovizna, las primeras en levantarse son las castañas acostumbradas con su reloj interno a levantarse temprano, en ese momento a solas verificando que Leanne duerma, se regalan mimos, caricias y besos.

—Ire a ver los caballos y darles comida y agua —dice Astrid y la besa colocandose un impermeable más unas botas de goma para no mojarse.

—Haré el desayuno —le dice Aly con una gran sonrisa.

Ambas vuelven a verificar que la rubia duerma y esté bien, le dejaron sus almohadas a cada lado como si fuera un bebé recién nacido que hay que cuidar con suma atención. En lo que Astrid se demora, Leanne despierta, y ve la luz tenue de una lámpara a combustible ya que el lugar tampoco tiene electricidad.

—Buenos días —le dice Aly acostándose sobre las mantas frente a ella— ¿Lograste descansar? —acaricia su frente.

—Sí, dormí bien —dice la rubia con voz ronca, lo que hace que la castaña se estremezca— ¿Dónde está Astrid?

—Fue a darle de comer a los animales.

Sigue acariciando su cabeza, Aly no puede detenerse con ese gesto y, Leanne no puede o quiere detenerla, sus caricias la relajan tanto que de nuevo sus párpados se sienten pesados y parpadea lentamente sintiendo que caerá rendida en cualquier momento, lo que le saca una sonrisa sin poder apartar la mirada de ella, entonces se acerca y con ganas de besar su frente, algo que disfraza con una excusa de medir su temperatura y eso despabila a la otra acelerando su corazón.

—¿Cómo te sientes?

—Bien, aunque creo que me duele un poco la garganta.

—Lo bueno es que si vas a enfermarte, estudiaste médicina y sabes medicarte —la rubia sonríe y asiente.

—Aly —susurra la As al entrar— encontré leña seca, estaba cubierta en el granero, hay bastante y podremos prender la estufa para calentar esto un poco, les dejé a los caballos unas brasas ardiendo en un brasero —Leanne voltea a verla—. Su majestad, buenos días —le dice con una gran sonrisa— ¿Descansaste? ¿Te despertamos con el ruido?

«Me desperté al no sentirlas cerca»

—Dormí bastante y bien, me desperté al no sentir a mis almohadas térmicas cerca —Astrid ríe, y a ella le encanta escucharla reír y ser quién provoca eso.

—¿Desayunamos? —dice Aly levantándose.

Leanne observa como ambas funcionan en sincronía y parecen haber desarrollado un lazo tan profundo, como así también un lenguaje propio que sin palabras saben lo que la otra puede estar pensando. Aly necesita un cuchara y Astrid se la pasa cuando estira la mano, se voltea a tomar la sal y ya va camino a su mano. Se pregunta si alguna vez podría tener ese tipo de conexión con alguien, aunque ellas desarrollaron esto por vivir tanto tiempo juntas y conocerse muy bien. Solo tuvo esa conexión una vez y esa persona ya no está, se pregunta como estaría ella en la actualidad, ya han pasado varios años desde la última vez que la vió, aunque siente que la extraña cada día.

En ese momento también recuerda lo de anoche y sus celos cuando ambas dormidas nombraron a Rose, su impulso de querer besar a Astrid, tomando de manera posesiva a ambas.

—Ya está el desayuno, no es lo más elaborado y súper delicioso que he preparado, pero espero que les guste.

Unas tostadas, con un poco de aceite de oliva, y unos huevos revueltos adornan dos platos, café recién hecho llena cada taza. Todas se sientan, Astrid toma algunos troncos de leña y se hace un rudimentario banco para desayunar.

—¿Cuándo podremos irnos? —pregunta Leanne.

—Si el río baja y deja de lloviznar con suerte mañana. Sinó tendremos que caminar por la orilla un poco más abajo dónde hay un puente, pero el problema es que no está en muy buen estado y una vez que salgamos solo queda avanzar. De este lado no hay asentamientos o población, la tierra es más dura y estéril para sembrar e incluso para el ganado.

—¿Y cómo sobreviven los caballos salvajes?

—Comen lo que encuentran, a veces algunos se cruzan de este lado cuando el río está muy bajo, y llevan alimento del otro lado, es lo que le han visto varios hacer. Saben que del otro lado serán atrapados y el río les proporciona una barrera de protección, solo alguien muy desesperado cruzaría sabiendo que puede quedar de este lado —dice Astrid y ambas castañas se miran, es exactamente su situación, la rubia entiende esa mirada silenciosa.

El crepitar de la leña ardiendo, llena el silencio que se formó. Pero pronto ese vacío es llenado por una pregunta que Leanne no ve venir, Astrid con curiosidad pregunta por el motivo por el cuál abandonó medicina, entonces mira a Alyssa, supone que comparten todo excepto algunas cosas como estás y le agradece en silenció por mantener a salvo su secreto. Leanne respira, Alyssa pasa una mano por su espalda para darle a apoyo y a medida que le cuenta, el rostro se Astrid se torna rojo de ira.

—¡Ese hijo de puta! —dice furiosa— ¡¿Cómo pudo hacerle eso a su propia hija?! ¡A un niño!

—Lo sé —dice Leanne—, su madre jamás pensó que estaba dejando a su hija con un monstruo en su propia casa —limpió sus lágrimas— ¿Quién podría pensar que su propio marido y padre de su hija podría hacer algo cómo eso?

—Hizo bien en hacer lo que hizo —comenta Astrid—. Pobre mujer, tener que ver eso, no poder salvar a su hija, tener que aguantar y disimular delante de todos mientras se llevaba a casa al monstruo, tener que... —se para y se aleja de la mesa, está consternada—. Que duro tiene que haber sido enterrar a su bebé.

—Lo fue —dice ella llevándose una mano al pecho, respirando con dificultad—, digo ver a esa madre aferrarse al cajón de su hija, que colapsara y luego tener la frialdad de pedir que dieran arresto domiciliario a su esposo para poder llevar a cabo la justicia por mano propia. Miles de ideas cruzando su cabeza, el dolor de tener que entrar a una habitación vacía, una casa sin las risas de la pequeña, ese dolor de seguro casi la mata.

—¿Cómo está ella? ¿Sabes algo? —pregunta Aly.

—Intentó seguir con su vida, claro luego de haber sido ingresada en un psiquiátrico en tratamiento por un tiempo. Estudió una carrera y se recibió —Astrid suspira de alivio—, hace un par de años, no volvió a formar pareja. Ella en se marchó del país para rehacer su vida.

—Oh, bueno creo que es lógico, seguro el lugar le traería malos recuerdos. Espero que dónde esté, haya logrado conseguir algo de paz y sociego en su corazón —dice la de ojos negros abriendo las manos que había cerrado en un puño con fuerza—. Que sepa que no fue su culpa, esa clase de monstruos enfermos esperan la oportunidad para actuar.

—Aún trabaja en perdonarse a si misma —dice Leanne—, pero te aseguro que en este último tiempo siente paz, la última vez que hablé con ella había encontrado trabajo en un lugar nuevo, dónde se sentía bien.

—¿Tienes fotos de ella?

—Emmm sí, pero no tengo mi teléfono aquí con carga ¿Creen que podamos secar la ropa que se mojó ayer?

Cambia de tema, y ellas creen que tal vez es porque es algo fuerte de procesar, ya que Astrid es la segunda persona fuera de circulo familiar que lo sabe.

Están dos días en la cabaña, antes de que salga el sol y el nivel del agua y la corriente disminuya lo suficiente como para pasar, se comunicaron por un handy satelital para confirmar que ellas están bien en ese tiempo.

Aunque ya no ha necesidad de que duerman en ropa interior solo se ha logra secar lo suficiente una muda de ropa, por lo que el resto del día, las tres deambulan con una camiseta y en bragas por la pequeña cabaña, alguna que otra vez con un pantaloncito corto.

Extraña y afortunadamente, se sienten cómodas las tres, pero en este encierro, sin distractores, Leanne logra ver algo más entre ambas mujeres, miradas sostenidas, miradas que no son de amigas, sonrisas y a veces comentarios que tienen otra connotación, algo de lo que ella se pierde, pero en realidad lo ve latente y está justo frente a ella, en sus narices y frente a sus ojos, hay algo más entre ellas, lo sabe.

Dejémoslo a la suerte  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora