𝟎𝟐

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Luffy se despidió de Law con una reverencia, siguiendo las instrucciones de su padre. Agradecía que Doflamingo se hubiera retirado primero, pues eso le daba un respiro antes del siguiente paso. Tras aquella breve conversación, no habían vuelto a dirigirse la palabra.

Law se encerró en su habitación y buscó entre sus pertenencias la correspondencia que había recibido recientemente y la leyó con detenimiento. Al menos, una pequeña victoria: La producción de la droga se había detenido, y Caesar ahora es prisionero de Luffy.

Con un suspiro de alivio quemó las cartas en la chimenea, asegurándose de que no quedara rastro alguno de ellas. Luego, exhausto tanto física como emocionalmente, se recostó en su cama e intentó dormir, aunque el sueño parecía esquivo, como si su mente se resistiera a concederle ese breve descanso.

Al día siguiente, fue convocado a la oficina de su tío. Desde el momento en que entró, la risa burlona y las expresiones crueles de él hicieron que por un instante bajara la cabeza, pero pronto la levantó de nuevo. Sabía que su tío disfrutaba viéndolo humillado, deleitándose en la herida que le provocaba.

—Serás parte del harén del mocoso, es un alfa dominante—dijo Doflamingo, con una sonrisa pérfida—. Quién lo diría, que él tendría uno. A pesar de tener el título de esposo serás su concubino. Dicen que es un sátiro; tendrás una tarea difícil por delante

Law asintió, sin atreverse a mostrar más que una máscara de indiferencia. Conocía demasiado bien el retorcido placer de su tío.

—Haré lo que pueda

—Harás todo lo que te diga, Law. No eres más que un maldito omega—corrigió con una sonrisa cruel, alzando una ceja con un aire de superioridad—. No he gastado una fortuna en ti para nada. Aunque Nakamura no se atreva a tocarte ni un solo cabello, más le vale haberte entrenado bien, ¿Me equivoco?

Se acercó con una lentitud calculada, disfrutando de cada paso que acortaba la distancia entre ellos. Tomó el rostro de Law con una mano firme, sus dedos apretando su mandíbula con una fuerza controlada. Su pulgar se deslizó desde el mentón hasta el pecho tatuado de Law, siguiendo las líneas negras de la tinta con una suavidad que contrastaba con la dureza de sus palabras.

—Sabes cómo complacer a un hombre, ¿Verdad?—continuó, su voz era un veneno suave que se filtraba lentamente en el oído de Law—. Después de todo, no eres más que una perra entrenada bajo mis pies. Tu única virtud es que todavía tienes ese trasero virgen—. Sus dedos se cerraron de repente alrededor del cuello de Law, apretando con fuerza, sacándole un gemido de dolor. Law apretó los dientes, tratando de no mostrar debilidad, sus ojos mostraban odio y puro.

—Quiero que me informes de todo lo que ocurra, ¿Entiendes?—gruñó, acercándose tanto que Law podía sentir el calor de su aliento contra su piel—. El abuelo de ese idiota es un almirante, y su padre, un imbécil rey revolucionario. No podemos permitirnos fallos. En la noche de bodas, darás lo mejor de ti. No quiero sorpresas desagradables

Lo soltó bruscamente, como si Law no fuera más que un trapo y se tambaleó hacia atrás, jadeando mientras intentaba recuperar el aire que le habían arrebatado. La habitación quedó en un silencio tenso, roto solo por la respiración entrecortada de Law, quien se aferraba a la ira para mantenerse en pie.

Los ojos de Law brillaban con un rencor tan puro que casi parecía tangible. Pero Doflamingo, con su sonrisa retorcida y su mirada glacial, no mostró ni un atisbo de preocupación. Para él, Law no era más que una pieza en su juego, un objeto al que moldear a su voluntad. Pero Law sabía algo que él no: En los juegos de poder, incluso la pieza más insignificante puede cambiar el curso de la partida.

 —Sí, lo haré, maldito llorón incompetente y acomplejado—siseó Law entre dientes, sin poder contener la rabia que le quemaba el pecho.

Sabía lo que vendría a continuación, pero no le importó. En un segundo, sintió el latigazo de una bofetada en su mejilla, el dolor explotando en su piel. Antes de que pudiera reaccionar, su cabeza fue estampada contra el escritorio con una fuerza brutal. Una vez, dos veces, hasta que la madera se teñía con manchas de sangre y su visión comenzaba a oscurecerse. El dolor era un torbellino en su cráneo, pero se negó a soltar un solo gemido. No le daría a Doflamingo la satisfacción.

EL HARÉN DEL REY:  𝙴𝙻 𝙸𝙽𝙸𝙲𝙸𝙾   𝙻𝚄𝙻𝙰𝚆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora