𝟏𝟔

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Luffy cayó de bruces al suelo, completamente agotado, su cuerpo ya no podía más. Zoro, jadeando pero firme, avanzó entre los guardias de Kaido, abriéndose paso con sus espadas ensangrentadas, cubriendo a su capitán con una feroz determinación. Los demás miembros de la tripulación, cada uno luchando con su propio peso en la batalla, lograron abatir a los enemigos restantes. Al final, todos cayeron, rendidos por el cansancio, sus cuerpos marcados por las cicatrices de las batallas que habían librado.

Cuando lograron llevar a Luffy a salvo, se apresuraron a atender sus heridas. Durante cinco largos días, el alfa de la tripulación no despertó, sumido en un sueño profundo, recuperando fuerzas mientras sus nakamas velaban por él y sanaban sus propias heridas. Cada uno, en silencio, recordaba los momentos en que pensaron que podrían no salir con vida. El silencio que pesaba sobre ellos era un recordatorio de lo cerca que habían estado del abismo.

El quinto día, Luffy despertó. El aroma de la comida llenó sus sentidos, guiándolo hasta la mesa. Sanji lo recibió con una sonrisa que era más que solo bienvenida; era un alivio disfrazado de rutina. Apenas cruzó el umbral, el resto de la tripulación lo rodeó, abrazándolo con una mezcla de risa y lágrimas contenidas. Aunque la batalla había quedado atrás, los lazos que compartían se habían fortalecido.

Con el estómago lleno, Luffy salió al Thousand Sunny, donde los vítores de la gente lo recibieron. Era un mar de caras agradecidas, todas esas personas que habían dependido de ellos, que ahora los veían como héroes. De entre la multitud, una pequeña figura corrió hacia él.

—¡Luffy!—Tama lo abrazó con una sonrisa radiante, trepándose a su cuello como lo haría una niña que se siente segura en los brazos de un hermano mayor—. Hoy todos comimos mucha carne. ¡Sanji hizo más de la que nunca había visto!

Luffy, con una sonrisa cálida, le revolvió el cabello morado, un gesto que siempre la hacía reír.

—Me alegro, Tama-chan. Desde ahora, siempre comerás comida deliciosa

La niña asintió enérgicamente, sus ojos brillando de emoción.

—¿Te quedarás hasta mañana?—le preguntó con un leve puchero—. Mañana es mi cumpleaños—sonrió de oreja a oreja—. ¡Sanji prometió hacer un pastel enorme y rosado!

Luffy rió con suavidad, sus ojos suavizándose al ver la alegría de Tama.

—Nos quedaremos entonces—dijo, y las palabras parecían ser más una promesa a sí mismo que a ella.

Tama aplaudió emocionada, pero de repente, su expresión cambió. Miró a su alrededor, buscando entre la multitud.

—¿Luffy, no vendrá el doctor con dibujos?—preguntó con la mirada baja, sus pequeños ojos buscando respuestas—. Su amigo, el que se transforma en un osito blanco… el doctor Law. Él vino hace tiempo y nos trajo cajas de comida. Quería agradecerle

El rostro de Luffy se tensó por un breve instante ante la mención de Law, una sombra cruzando sus pensamientos. Bajó a Tama suavemente, revolviendo su cabello otra vez, pero esta vez el gesto era más melancólico.

—Law está buscando sus propias aventuras—respondió, intentando esbozar una sonrisa—. Pero te prometo que le diré que te traiga un regalo y venga a verte pronto.

Tama asintió, su inocencia sin permitirle notar la turbación en los ojos de Luffy. Apenas vio a Sanji a lo lejos, corrió hacia él, sus risas infantiles llenando el aire. Pero Luffy se quedó quieto, mirando hacia el horizonte con el peso de la realidad cayendo sobre él. Sabía que el camino que tenía por delante aún estaría lleno de peligros, y que el reencuentro con Law no sería tan sencillo. El océano los llamaba a ambos, pero en direcciones diferentes.

EL HARÉN DEL REY:  𝙴𝙻 𝙸𝙽𝙸𝙲𝙸𝙾   𝙻𝚄𝙻𝙰𝚆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora