𝟏𝟐

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Después de ese beso, no se dijeron nada más. El silencio entre ellos era abrumador. Law permanecía con el ceño fruncido, su expresión seria. Luffy, inquieto, podía notar en esos ojos que algo no estaba bien.

Los minutos pasaban, pesados, y ninguno se atrevía a romper el silencio.

—Esa nota no decía nada—dijo Luffy finalmente, rompiendo la tensión—. Solo te fuiste. ¿Qué sucede? ¿Es hora de patearle el trasero a Mingo?

Law negó lentamente con la cabeza.

—Aún no—respondió con voz baja—. Pero pronto. Sobre Riku y Wanda... Como ves, el veneno no funcionó. No caíste bajo su control. Son mis prisioneros ahora

Luffy entrecerró los ojos, su incomodidad evidente.

—¿Prisioneros? ¿Por qué?

—Hay algo en ellos que debo investigar. Te enviaré una carta después con más detalles.—Law lo miró directamente, con una seriedad que lo hacía ver frío—. Debes irte. Nadie debe saber que estás aquí

—Pero...

—Solo hazme caso.—La voz de Law fue cortante, casi una orden.

Luffy frunció el ceño, sintiendo que algo no cuadraba, pero decidió confiar.

—Está bien—asintió Luffy, aunque no del todo convencido—. No dudes en llamarme si necesitas ayuda, ¿de acuerdo?

Law asintió brevemente, pero evitó mirarlo a los ojos. Luffy se dio la vuelta y se marchó, su confianza tambaleante.

Cuando el sonido de los pasos de Luffy desapareció, Law sintió el peso de cada palabra que había dicho. Una angustia sorda le apretaba el pecho. Quería creer que todo estaría bien, que la situación aún podía controlarse, pero en el fondo sabía que era una mentira.

Abrió las ventanas de su habitación, dejando que la brisa se llevara el olor de Luffy. No podía arriesgarse; nadie debía saber que la tripulación de los sombrero de paja había estado ahí. Encendió inciensos para disipar cualquier rastro, pero el aroma persistía en su memoria, impregnado en su piel.

Con disgusto, Law se despojó de la ropa que llevaba puesta, y sus ojos se detuvieron en el collar que aún colgaba de su cuello. El mismo que Luffy había visto antes. Lo miró con desdén, sintiendo un odio profundo hacia ese objeto que simbolizaba mucho más que una simple joya.

Al salir, varios guardias lo esperaban en el pasillo. Sabía lo que venía. Su presencia era requerida en la oficina de su tío. El camino hasta allí se le hizo eterno, cada paso pesado, cada latido ensordecedor. Al entrar, lo recibió la mirada feroz y burlona de Doflamingo. Estaba sentado, con las piernas cruzadas y las manos reposando despreocupadamente sobre ellas.

—Querido Law—comenzó Doflamingo, con una sonrisa torcida—. He escuchado un rumor... dicen por ahí que tu querido Romeo y su banda de piratas han llegado a Dressrosa. ¿No crees que sería apropiado darles una cálida bienvenida?

Rió con malicia, y la risa resonó en las paredes como un eco sombrío.

Law se cruzó de brazos, sin dejarse intimidar.

—No lo sé—respondió con calma, aunque cada palabra le ardía en la lengua—. Siguen siendo piratas, después de todo. Buscan lo mismo que todos: One Piece

Doflamingo soltó una carcajada más fuerte, una risa cruel que reverberó por la habitación. Se levantó de su asiento con una facilidad espeluznante y, en un parpadeo, lo agarró por la nuca, apretando con fuerza.

—No te hagas el tonto conmigo, Law.—Su voz era un siseo venenoso mientras lo empujaba con más fuerza, su mano apretando con violencia el cuello de su sobrino—. No olvides quién manda aquí. Harás lo que te diga

EL HARÉN DEL REY:  𝙴𝙻 𝙸𝙽𝙸𝙲𝙸𝙾   𝙻𝚄𝙻𝙰𝚆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora