El idiota

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Capítulo diecisiete

Una mañana es perfecta cuando suena mi canción favorita de fondo y tengo una taza de café junto a mi. Lo que pase el resto del día no está en mi poder, pero esto si. Mi trabajo no exige mucho conocimiento, es una rutina cómoda y agradable. Lo mejor es que trato con desconocidos, no me relaciono con nadie que me conozca. Eso es lo que más me gusta. Por eso veo las horas pasar entre los panfletos y boletos de colectivo.

- ¡Conte! -la voz estridente de mi jefe pone a todos nerviosos- ¡A mi oficina ahora!

Mantengo una actitud relajada mientras me acerco a la que será una terrible noticia. Es para lo único que me llaman. Al entrar veo cómoda en el único sillón de esta reducida oficina a la mujer más poderosa que conozco.

- Buscaré algo de tomar -balbucea mi jefe, estoy seguro que no planea volver.
- Emiliano -la fría voz de ella me da escalofríos, que no me molesto en ocultar-, ¿por qué permites que te grite?
- Tía, ese hombre es mi jefe. El 80% de su trabajo se basa en gritarle a alguien.

Hago lo que el cobarde de mi jefe no hizo, servirle un vaso de agua a mi "querida tía". Es difícil contener la risa ante mi propio sarcasmo.

- Podrías trabajar en algo mejor si así lo desearas. Te falta iniciativa.
- Estoy seguro que no viniste a hablar de mi trayectoria laboral -evadí su sugerencia con una sonrisa-. Sé que no eres de las que les sobra el tiempo.
- Astuto como siempre.

Le dio un largo trago al vaso de plástico que le ofrecí, debe ser incómodo para ella que está acostumbrada a cosas de mejor calidad. Admiro la capacidad que tiene para dominar un lugar. Tal vez tiene que ver con el hecho de que la conozco, pero es obvio que hay más, porque incluso los que no saben de lo que es capaz temen a su presencia. Mi tío es una historia distinta.

- Quiero saber en qué anda Roxana -se cruza de brazos sin dar lugar a objeciones.
- Supongo que la conversación de ayer no salió muy bien.

Frunce el ceño en respuesta. Si, no necesito que ella me diga lo que supe al ver ayer a Roxana. La presencia de Casandra tuvo un efecto maravilloso en el ánimo de mi prima, pero nos conocemos demasiado para ignorar que aún le afecta.

- Supuse que estarias feliz con haber logrado que no se vuelva lesbiana -sonrei con falsa confianza, odio estar en medio.
- Eso no me causa gracia -sus crueles ojos me escanean con detenimiento-. Háblame de esa chica.
- No se mucho más de lo que te haya dicho Roxi.
- ¿O sea nada?
- Incluso menos que eso -respondí a la ligera.

Sus uñas repicaron en el escritorio. Tienen el mismo tic con Roxi, juguetear con sus dedos cuando piensan, aunque jamás lo admitiría frente a ellas. Hago un esfuerzo monumental en sostener mi confianza ante la figura imponente de mi tia.

- Dame algo de paz Emiliano, te lo pido por favor. Esto no lo pido como la mamá de Roxi, sino como tu angustiada tia.

Se lleva la mano al pecho compungida. Muerdo mi mejilla interna debatiéndome entre mi lealtad a Roxi y mi sentido de responsabilidad. Veo en su mirada la misma angustia que la llevó a suplicarme hace unos años que cuidara a Roxi. Suspiro derrotado.

- Se llama Casandra. Es tranquila, trabajadora y ha tenido un efecto positivo en Roxana en este poco tiempo. Logró conectar con ella con facilidad.
- ¿Cómo sabes que no es una mala influencia?¿Qué tal si es igual a Lucia?
- No lo es.
- ¿Puedes asegurarlo? Porque si no puedes me veré en la obligación de investigar a esa chica y sacarla de mi ciudad. He cuidado de las buenas costumbres de esta ciudad desde hace mucho tiempo, no puedo dejar que una hierba mala arruine mi trabajo.

Es extraño como la preocupación por su hija se desvió a su estupido grupo de mujeres conservadoras. Mantengo el rostro serio para que no vea a través de mi. En realidad no se si puedo prometerlo. Casandra Ross es una chica llena de un terrible historial que rozan la prostitucion y que se salvó de cargos penales antes de escapar de su ciudad por falta de pruebas. Cuando la investigué no esperaba encontrar una historia tan podrida, pero tengo la mente abierta. Soy una prueba viviente de que las apariencias engañan.

- Estoy seguro que ella no es una amenaza, tal vez sea lo que Roxi ha estado necesitando desde hace mucho tiempo.
- ¿Entonces porque Roxana no quiere decirme nada?
- Le gusta el drama.

Da un bufido con amargura. Hace tintinear sus pulseras al acomodarse el bolso. La contemplo mientras camina nerviosa por el lugar.

- No es que no confíe en ti, pero todo esto me da mala espina. La última vez que ella me ocultó una amiga es porque era una maldita loca.
- No estaba loca -salte a la defensiva, sus ojos se incrustaron en mi como dagas-. Era una joven herida, exótica y diferente. No una loca ni una mancha que debas borrar del historial de Roxana.
- ¿Te pedí un discurso idealista? -siseo ella con ferocidad-. Sé que es lo mejor para mi hija aunque ella no quiera admitirlo. Solo haz tu parte.

Me guarde mi opinión, no sirve de nada desperdiciar argumentos con ella. El arrepentimiento se dibuja en su semblante.

- Se que quieres a tu prima, no quiero ser ruda. Quiero que entiendas que sé que es lo mejor... para los dos en realidad.
- ¿Los dos? -inquiero con calma.
- Conozco tus capacidades, pese a que decidas actuar como un idiota. Tu madre estaría muy decepcionada de ti.

El aire desaparece de la habitación. Ni siquiera se arrepiente de sus palabras, de verdad cree eso. Eso es incluso peor. Ella camina hasta mí y frota mi espalda en forma de consuelo.

- Cuida a mi hija, Emiliano, no me importa lo que tengas que hacer -sus uñas se clavan en mi hombro-. No acepto fallas.
- Estoy dando lo mejor de mi -tartamudeo sin fuerzas.
- No es suficiente. Piensa en la pérdida de tu madre como tu primer error, aprende de él y mejora. O también me veré obligada de sacarte de la ciudad. No falles, ¿he sido clara?

Sentí un horrible nudo atorado en la garganta que me impedía respirar con normalidad. Así que me vi obligado a limitarme a responder con un asentimiento de cabeza. Ella sonrió complacida antes de irse.

Mi jefe entró después de ella fingiendo ser el dueño del mundo, aunque es incapaz de permanecer en la misma habitación que mi tia más de cinco minutos.

- Ya te he dicho que no me gusta que tus asuntos personales vengan aquí. Es mi última advertencia. Retírate Conte.

No estoy seguro de cómo hice para levantarme de esa silla y volver a trabajar. Hoy no pienso volver a casa, necesito mucho ruido. Lo suficiente estridente para no escuchar mis pensamientos.

La escasa luz que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora