Él

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Capítulo diez

Mi corazón está latiendo a mil por hora por la preocupación. Un fuerte pitido en mi oreja izquierda, tal vez producto de la música, me está volviendo loco. El ruido estaba a todo volumen en esa casa infernal. Es como si aún escuchara a Daddy Yankee de fondo.

  Voy al paso más rápido que mis pies me permiten andar. Las luces de la ciudad y los sonidos de la ciudad en su apogeo logran marearme más de lo que el alcohol en sangre ya me provoca. Necesito hacer más horas de cardio.

  Marca una tercera vez a su celular. La voz de Freddy Mercury me confirma que otra vez me enviaron al buzón. Estoy cada vez más preocupado. Si esto se trata de un mal chiste de Roxi la mataré. A no ser que no sea un chiste… y es lo que más temo.

  No vi ninguna señal, es decir no habría razón para que justo hoy decidiera matarse. Así que debe ser sólo una broma o que está enojada conmigo. Debe ser por eso, si, es lo más lógico. Se enojo por alguna razon que desconozco  y por eso no quiere atenderme el estúpido celular. La respiración me falla, pero no es por correr.

  Por favor, por favor, por favor, no me hagas esto. Por favor, espero no hayas hecho algo estúpido. Decido marcar una cuarta vez, porque podría ser que simplemente está durmiendo, se está dando una exagerada ducha de una hora y por eso no me atiende.

  Buzón… que novedad.

  Doy gracias a que por fin solo falta una cuadra para llegar a nuestro departamento. No sé si mi cabeza y mis piernas aguantan otro tramo más corriendo. Por lo menos no con el mareo que estoy sintiendo.

  Cruzar la puerta es un pequeño alivio. El hombre de la entrada me hace una señal con la cabeza, como aseverando que no soy ningún vándalo o algo por el estilo, por lo que tengo permitido pasar. Mi cuerpo tiembla al frenar, recupero un poco el aliento en el ascensor. La adrenalina es la única que permite que aun siga de pie.

En lo único que puedo concentrarme es en no perder ni un preciado segundo. No cuando de cada uno de ellos parece depender la vida de Roxi. Saco mis manos de los bolsillos de mi chaqueta, para poder presionar el botón de mi piso y descubro que están temblando. Tal vez no estoy mareado por ese vino añejo, sino por los pensamientos que van revolucionados en mi cabeza.

Estoy seguro que pasa una eternidad para llegar a mi piso, mis pasos vuelven a ser rápidos a través del pasillo. Pero la parte ya cansada de mi cuerpo pone resistencia. Entonces la escucho…

Una risa.
Su risa.

Vuelve mi alma al cuerpo, caigo de rodillas al suelo por el agotamiento, dando gracias a quien quiera que esté en los cielos de que aún esté conmigo. El aire entra más tranquilo a mis pulmones cuando se que ella sigue aquí. Me apoyo contra la pared para poder recuperarme por completo.

Está viva. Está conmigo.

Cuando a mi cabeza vuelve la claridad, presto mayor atención al sonido que viene de mi departamento. Logro apreciar otra risa que es más suave y tranquila que la de Roxi. Mi lado razonable dice que vuelva a la fiesta porque ya comprobé que ella sigue con vida. Que no se fue. Otro día, otra victoria silenciosa. Pero la curiosidad guía mis pasos y mi mano a abrir la puerta, para descubrir quién es la persona que ha logrado una risa sincera después de tanto tiempo en mi prima.

  Al abrirla me encuentro con una jóven desconocida. Está de espaldas a mí, una larga cabellera castaña del mismo tono del café de mis mañanas cae en cascada. Enfoco mi vista en Roxi, su rostro dulce y tierno está sonrojado por la risa. Está bien.

Resuelto lo importante, me concentro en lo urgente. Necesito un ibuprofeno y tres litros de agua. Asi que dejo las llaves a un costado fingiendo que no importa en lo absoluto la presencia de una desconocida en mi casa. Conozco a todas sus compañeras de sus clases de cocina y ninguna tiene ese tipo de cabello. Brillante y bien cuidado.

La escasa luz que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora