Capítulo veinticinco
Había pasado más de un mes ya desde que había ido a ver a mi padre y las cosas estaban relativamente en orden. Roxana me había contado de que había empezado a ir a sesiones con un psicólogo. Podía notar en cada día que pasaba los cambios. Todos para bien, eran cosas pequeñas pero cada una de ella me provoca una inmensa alegría. La veía más descansada, más tranquila y además habia mejorado bastante su promedio en sus clases. Lo importante es que las pesadillas se habían vuelto parte del pasado.
Generalmente me quedó despierta con ella hasta tarde ayudándole a estudiar o a practicar diferentes recetas. Era de mis actividades favoritas. Era como si todo este tiempo le hubiera estado viendo en blanco y negro y de a poco empezaba recuperar los colores que ella poseía. Para mí Roxana ya tenía un brillo particular, algo que la hacía destacar, ahora eso solamente se incrementaba.
Los cambios también los notaba en Emiliano, incluso aunque él lo negara. Si bien su actitud de perro guardián con su prima conmigo descendió, para el resto del mundo él seguía siendo igual. Podía notar lo más relajado, cada vez hacía más chistes. Para cualquiera esos cambios pueden haber pasado desapercibidos, pero para mí no. Más ahora que nuestra relación habia mejorado bastante. O sea no era una relación de pareja, era sólo una relación.
Aparentemente yo igual había cambiado. O por lo menos eso era lo que Juana y Mirta me contaban. Que me veía distinta, era una persona diferente. En lo particular sentía que era la misma pero con diferentes costumbres. Recuerdo que cuando apenas volvimos de ese viaje, fui a trabajar. Juana fue la primera en verme, corrió a mí y me abrazó como si fuera su pequeña niña. Parecía que no nos veíamos hacia siglos. Me hizo contar cada minúsculo detalle de lo que había pasado. Sí, incluso lo de Emiliano. Le saco en seguida la prohibición para entrar.
Me tocó repetir la misma historia tanto a Mirta como Jorge, estaban más que orgullosos de mí. Era una sensación tan grata que me quise quedar en ese instante para siempre. Pero obviamente los minutos siguieron pasando y al instante termino. No me hice muchos problema tampoco, sabía que iba a seguir logrando cosas incluso aunque sean pequeñas.
Volví al tiempo presente cuando las agujas del reloj dieron las 13. Terminé mi primer turno y como de costumbre, me quede un rato para hacerle compañía a Juana y ayudar a ordenar el lugar. Los saludé a todos solemnemente y me marché.
Llevaba conmigo una taza de cartón con un café con leche más un pastelito que me había regalado Mirta antes de irme. Había convertido casi como mi ritual de los martes llevarle algo a Miguel. En realidad no sabía si se llamaba así, pero supuse que si por lo menos le daba un nombre en mi cabeza, lo hacía más humano. Un poco de lo que ya obviamente era.
Miguel estaba reposando en una de las banquetas del los parques acompañado de su perro que dormía plácidamente en sus piernas. Hacia esto solamente lo martes, porque el resto de los días de la semana nunca sabía donde estaba. Estaba usando la frazada que le compre, más para tapar a su perro que a él. Dejé la taza su lado y le dí el pastelito en la mano. Él como de costumbre me sonrío con agradecimiento pero no emitió ni una palabra. Jamás me hablaba.
Admito que me provocaba mucha curiosidad su vida ¿Sufriría frío por las noches?¿Sería ese perro su única compañía?¿Habrá huido de algún hogar? Me gustaba pensar que el tenía una cama garantizada en algún albergue. Que tenía tal vez algún amigo, o conocido para no sentirse solo. También deseaba que la vida que le deseaba no sea el doble de mejor de lo que era su realidad.
Cuando llegue al departamento me encontré con una Roxana histérica yendo de un lugar al otro. Se paró de repente apenas me vió.
– Hay comida en el refri —dijo casi sin respirar. Tenía la mitad del pelo planchado y unas manchas de pintura en la cara—.
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La escasa luz que compartimos
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