Descanso y sábanas

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Capítulo veintidós

La noche nos había alcanzando, la luna se veía hermosa. Era la protagonista en ese cielo lleno de estrellas. Llevábamos aproximadamente cuatro horas de viaje, y ninguno se había arriesgado a romper el silencio.

Roxi había sido vencida por el sueño hace una hora, ahora descansaba sobre la mochila de Emiliano. Se la veía tranquila y relajada, lo que significaba que no estaba teniendo ninguna pesadilla. Por lo menos algo positivo había.

La radio sólo captaba estática, así que estamos obligados a escuchar la música de Roxana. Que no era mala, pero no era mi estilo de música. Cada tanto enviaba una mirada suplicante a Emi para que iniciara alguna conversación o que me molestará, lo que sea, con tal de acabar con este suplício. En este momento estoy extrañando una buena botella de tequila.

   – ¿Vas a estar callada todo el camino? Me aburro —¡Milagro! Por fin terminaba el silencio—.

   – Estaba esperando que tú hablaras, ¿de qué quieres hablar?

   – Me da igual, inventa algo para que no me quedé dormido frente del volante.

   – Hablemos de tu nueva novia —lo contemplaba descaradamente, para que supiera que estaría observando el momento justo en que me mintiera—.

   – No la llamaría novia.

   – Tampoco la llamaste Claudia, en realidad podrías aprovechar de hablar de todas tus novias.

   – Pensé que habías superado ese tema, se que merezco un escarmiento pero pensaba en otra cosa.

   – ¿Como qué?

   – No lo sé Cass, ten algo de imaginación.

   – Hablame de Claudia.

   – Trabaja conmigo, estudia teatro, la perforación de su nariz y cejas son falsas. Creo que las únicas verdaderas son las de sus orejas y las del labio, no se me ocurre más.

   – Porque fuiste al mismo restaurante en el que me iba juntar con Héctor —él suspiro resignado, cambio de lugar sus manos en el volante—.

   – Era muy consciente de que fui cruel contigo, hasta el último momento no iba a ir, porque no tenía ningún derecho en opinar con quién salias. Pero... Claudia me llamo pidiéndome salir porque tenía un problema en casa y quería charlar con alguien. Así que fue aprovechar la oportunidad.

   – ¿Por qué dudaste en Claudia? —me había parecido que lo había imaginado, pero apenas lo ví hacer una mueca supe que no me equivocaba—.

   – No dude.

   – Si lo hiciste.

En el horizonte podía notarse algunas luces, lo que significaba que estábamos cerca de una ciudad. Estaba segura que no era Capital, porque recordaba un viaje más largo que de solo un par de horas. Emiliano volvió hacer una tumba. Lo golpee en el antebrazo, él sólo soltó un mísero ¡Ay! Que era demasiado fingido.

   – ¡Eso dolió! No es necesario la violencia —su voz tenía ese tono burlón tan característico de él—.

   – Entonces responde la pregunta.

   – Porque se llama Francisca no Claudia.

   – ¿No entiendo?

   – Ella sólo se estaba divirtiendo contigo, y se inventó ese nombre en el momento, es muy agradable —él debió notar mi silencio de desconcierto— Roxana me dijo que te había contado la verdad, no sabía hasta que punto pero aparentemente bastante.

La escasa luz que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora