Avanzar y cantar

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 Capítulo veintitrés

  Lo primero que siento al despertar es frío. No es hasta que logró ser consciente de dónde estoy y con quién, es que me doy cuenta que desperté por un vaso de agua fría.

    Roxana está sentada a mí lado sonriéndome con malicia, mientras su mano derecha sostiene el vaso. No me quiero levantar, pero ahora todo está mojado y no tengo opción. La frazada con la que se tapó Emiliano para dormir ya no está. Mi último recuerdo es de su respiración tranquila y la tranquilidad del silencio.

    — Te vas a levantar, ¿si o no? —ella se aleja de mí, dirigiéndose al baño—.

    — Si jefa, me voy a levantar.

    Lo hice pero a regañadientes, aún me faltaban horas de sueños para estar lo suficientemente funcional. Roxana me lanzo una remera manga largas. Que supongo era de ella, a no ser que no conozca del todo los gustos de Emiliano.

    Ella estaba como salida de una revista de moda, más que nada por su semblante, era brillante. Tenía los mismos leggins grises de ayer, pero con una sudadera una talle más grande que ella color negra, con un bolsillo en el medio color blanco. Se había hecho dos rodetes con un mechón aún costado de la cara.

    Tome la remera, y los jeans de ayer que deje sobre mi bolso. Me cambie lo más rápido que pude, y empecé a cepillarme los dientes. Tenía el rostro pálido, y se me notaba las ojeras más de lo normal. No tenía nada para ocultarlas, así que no me quedaba de otra que llevarlas con orgullo.

    Se escuchó el ruido de una puerta abriéndose, esperaba que fuera Emiliano con algo para tomar. Me desarme las trenzas que me dejaron con el cabello ondulado, y lo dejo suelto. Al salir Emiliano estaba con una de esas bandejas de café que te dan en las cafeterías.

       — No te emociones tanto, es sólo té. Lo compré en una tienda de aquí cerca. Vende chocolates, dulce de leche, té y dulces. Nada de café —Emiliano me tendió una taza, traté de no me decepcionarme del todo. Total necesitaba tomar algo que me mantuviera despierta—.

    — No puedo ponerme exquisita cuando me están regalando algo —sonreí como una boba, y Roxi lo notó, o supongo que fue por eso que empezó a reírse a carcajadas—.

    Tuvo que dejar la taza en el piso para poder seguir riéndose con su dramatismo habitual. Emiliano sólo tomo asiento en la cama y se digno solamente a observarla. Fue cuando paro, tal vez un minuto después, secándose las lágrimas que me miró.

    — No estaba lista para esta situación, tendrán que disculparme. Ustedes —nos señaló a ambos— a veces superan mis expectativas.

    — Que manera tan correcta para decir que disfrutas de burlarte de nosotros, aunque no entendamos muy bien de qué —no sabía si él de verdad no entendía o sólo fingía eso—.

    — No te preocupes Emi, es cosa de chicas —ahora sí le aventé mi campera en la cara. Roxana la atajo y soltó una risa baja—.

    — Si claro, cosas de chicas. Voy a ir a pagar, ya subí la mayoría de las cosas al auto. Nos vemos en unos minutos.

    Luego de eso, no me dió tiempo a ni siquiera a darle algo de plata para pagar que cerró de un portazo. Roxana ahora estaba sentada con las piernas cruzadas tomándose a sorbos su té.

    Guarde el resto de mis cosas en silencio, mientras ella hacía sus ruidos cada vez más fuertes. Pero no le di el placer de que me ganará, termine lo que hacia y recién ahí me senté enfrentada a ella a tomar mi té.

La escasa luz que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora