La cita

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Capítulo dieciocho

Sábado.

Es una plácida mañana de sábado. Lo cual es un sabor glorioso para mí luego de una semana agotadora.

No recuerdo a qué hora llegamos ayer con Roxi, pero si me acuerdo que en cuanto mi cara tocó la almohada ya estaba completamente dormida.

Me desperezo lentamente, dejando que el aire fresco en mi cuarto entre a mis pulmones, y renueve algo dentro de mí. Realmente hace frío, creo que la mejor opción es que me ponga algo abrigado para variar.

Compruebo la hora, y me sorprende descubrir que en realidad son las 11 de la mañana. Tal vez me he quedado un poco dormida.

Si Roxana madrugo seguramente debe estar cocinando algo para almorzar. Aunque no se siente ningún aroma a comida en el ambiente.

Escojo unos jeans gastados, más un suéter una talla más grande de la que uso, para que se vea holgado, acompañado de un par de botas, y el cinturón negro que me regalo Juana porque supuestamente "ya no le entraba".

Me regaló un par de miradas en el espejo, no me veo mal, pero tampoco tan linda como imagine.

Tomó mi cepillo, y voy al baño para hacer mi ritual matutino. Al pasar por la cocina, descubro que todo está en calma, extrañamente silencioso.

Me resulta raro, ya que generalmente Roxana y Emiliano tienden habitar la cocina a estas horas. No obstante decido ignorarlo.
Al abrir la puerta del baño me encuentro con un Emiliano furioso, al que también le acaba de entrar jabón en los ojos por el susto.

   – ¿Acaso no sabes tocar? -su grito hace que cierre la puerta inmediatamente-.

Por lo menos no lo agarre en la ducha, sólo estaba lavandose la cara. Pero aún así, la situación se siente igualmente incomoda. Siento mis mejillas enrojecerse por la vergüenza.

Él sale del baño aún frotándose los ojos irritados. Está vestido sólo con un pantalón de gimnasia y sus ojotas grises. Era la primera vez que lo veía sin una camiseta o musculosa.

   – ¿Podrías ayudarme? Me arden los ojos por tu culpa.

Tome una botella con agua de la heladera, y deje mi cepillo sobre la isla. Tire un chorro de agua por encima de sus ojos, y con movimientos suaves fui quitando los residuos de jabón que había. Repetí la acción, sólo para asegurarme que ya no quedaba nada.

No me cuestione ni por un minuto a mi misma ayudar a la persona que ayer me había humillado en público ¿Qué pasa conmigo?

Me aleje un paso de él, demasiado rápido para parecer natural. Fue cuando pude notar su tatuaje. La sorpresa debió reflejarse en mi rostro, porque cuando él por fin abrió los ojos, me miró extrañado.

   – ¿Qué pasa? ¿Mis abdominales te dejaron enamorada? -su voz dejo la molestia para volverse burlona-.

   – Ni siquiera tienes abdominales que presumir, mejor busca una remera flacucho -Roxana estaba apoyada en su marco de la puerta, quise creer que recién había salido-.

   – No sabía que tenías un tatuaje, sólo me sorprendí -dije quitándole importancia mientras me alejaba-.

Pero ese dibujo había llamado mi atención. Era como un rombo en cuyas puntas no acababan sino que salían dos líneas formando un triángulo sin acabar. Tenía el tatuaje a la altura del corazón, pero aún costado de su torso.

Fije mi mirada en el cepillo, porque ya me sentía lo suficientemente incómoda para seguir prolongado la situación.

   – Ya puedes usar el baño -fue un comentario a secas, antes de que fuera a encerrarse a su cuarto-.

La escasa luz que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora