Pesadillas

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Capítulo once

Unos gritos me despiertan. La oscuridad del lugar y mi mente atontada por el sueño le cuesta identificar en dónde estoy. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, me doy cuenta que estoy en mi nuevo hogar. Los gritos vuelven a ponerme en guardia. 

¿Qué hora es? Todo está muy oscuro para saberlo con exactitud. Mi cuerpo no tiene ganas de levantarse y descubrir qué está pasando. Quiere enrollarse entre las sábanas calientes un rato más porque soportó un viaje de más de diez horas en un colectivo incómodo. Estoy de acuerdo con él pero… ese grito sonó tan desgarrador. 

Roxi mencionó que tiene pesadillas, no pensé que una pesadilla podría espantarte de esa forma ¿Es posible ser tan alegre como ella y ser acosada en tus sueños de esa manera?¿Hace algo su primo mitad perro guardián? Ese chico con una increíble mirada cautelosa. Me pregunto, ¿qué es lo que la atormenta dormida y despierta?

Me plantee volver a intentar conciliar el sueño, pero mis pies descalzos tienen mente propia y ya se encaminan hacia la puerta. Trato de desplazarme con el mayor sigilo posible, sé cuál es el cuarto del perro guardián porque lo vi encerrarse ahí hace rato. Camino con cautela frente a su puerta. 

Doy unos pasos más hasta la única puerta que puede ser la de Roxi. De adentro se escucha una respiración agitada y nerviosa. Entro sin más. El cuarto está en penumbra, por supuesto, aun así la identificó. Ella se mueve inquieta en su cama mientras susurra que no con desesperación. Está sufriendo.

Me acerco con cuidado, tampoco quiero despertarla de manera abrupta, me limito a tomar una de sus manos con delicadeza. Encuentro una lámpara cerca de la mesa de luz que enciendo esperando que no sea muy fuerte. Para mi suerte ilumina de manera tenue el cuarto.

  Ella sigue atrapada en su pesadilla. En realidad no sé qué me trajo aquí, una necesidad de ayudarla supongo. Así que hago lo que mi abuela hacía cuando no podía dormir, cantar una canción. No soy agraciada en el canto, pero por lo menos sé que no lo hago horrible.

  Respiro hondo tomando con firmeza una de sus manos. Su rostro dormido tiene una mueca de terror que hace que mi corazón se quiebre al verla.

  – Oh estrellita, que baila con el sol,
¿nadie te dijo, qué brillas mejor de noche?
Sé que tienes miedo, a veces yo también,
por eso pienso en ti.
Tú eres mi luz en esta larga noche.
Oh pequeña estrella, el sol te engaño,
te hizo creer que eres de él.
Tú perteneces a los poetas, a los niños y a mí.
Brilla estrellita, la luna será tu amiga.
Yo igual tengo miedo,
todos lo tenemos, pero por eso estás tú.
El miedo se va si estás tú.

  A medida que mi melodía triste y lenta avanza veo como Roxi se tranquiliza a mi lado. Ahora descansa tranquila, tal vez con sueños más hermosos o con pesadillas menos horribles. Es algo de lo que por ahora me siento incapaz de preguntarle. No puedo evitar sacarme esta sensación de culpa por interrumpir en su intimidad, ¿para qué? ¿Para ser la heroína que nadie pidió? Espero que a la mañana ella no recuerde nada, no me creo capaz de dar explicaciones.

Me levanto con sigilo y apago la lámpara. No dejo ninguna evidencia de mi presencia en el lugar. Doy un largo suspiro al abandonar. Un carraspeo me hace soltar un chillido asustada. Admito que al voltear esperaba encontrarme con algún tipo de asesino o ladrón infraganti. Por eso me da un poco de alivio que en su lugar encuentro a Emiliano contemplándome curioso. Está apoyado en la pared junto a mi con los brazos cruzados, lleva una remera vieja acompañado con unos pantalones desgastados. De su cuello cuelga una cadena con un anillo de oro.

– Casi me matas de un susto -susurre con el corazón acelerado.
– Podría decir lo mismo -respondió él con media sonrisa.

Tardo en darme cuenta a que se refiere. Una desconocida se puso a cantar a altas horas de la mañana una canción de cuna en el cuarto de su prima. No es para menos el susto.

La escasa luz que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora