Lux in tenebrig

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   Capítulo diecinueve

  Estuve a punto de besar a Héctor, estuve sólo a un centímetro de su boca. Pero no lo hice, por alguna razón no lo dejé; y no sé si lo lastimé, no sé si piensa que estaba loca.

   En realidad no estoy  segura si ahora estará creyendo que estoy pasando por alguna crisis, porque primero fue llorar desconsoladamente porque me dijo algo hermoso, y ahora no quise besarlo a pesar de que fue una cita completamente maravillosa, sin duda debería creer que estoy loca. Sin embargo, de alguna forma sé que no piensa eso de mi, porqué cuando lo pare con mi mano, antes de que pudiera besarme, me miró, con un genuino cariño en la mirada y me sonrío. No estaba decepcionado, herido, ni siquiera ofendido, sólo se despidió con un beso en la mejilla.

  Aún siento el vacío de su mano en la mía, sigo sintiendo las mariposas en la panza de ese casi beso.  Sigo mareada con aquella sensación en el que el mundo desaparece cuando estás a punto de besar a alguien que te gusta. En cierta manera me siento privilegiada por volver experimentar aquella sensación. Aún recuerdo cuando tenía 14 años, me pasó con Federico, en nuestro primer beso. Es como si fuera ayer, pero a la vez se mezcla con ese beso de despedida con gusto a nostalgias.

  Ya debería subir. Estoy parada todavía enfrente del ascensor esperando que algo me empuje y me mueva, así volver a mi cuarto, tirarme en mi cama. Para experimentar esta sensación una y otra vez en el que no me siento un completo desastre sino que soy especial para alguien.

  — ¿Se encuentra bien señorita? —la voz del portero suena lejos de donde estoy, en el mar de mis pensamientos, suena preocupado, pero no estoy segura—.

  — Sí, gracias, sólo estaba algo mareada.

  No creo que lo haya convencido con mi mentira pero sólo hizo un ademán con su gorra y siguió con lo suyo. Presione por fin el botón para llamar al ascensor, cuando entre sonaba  una música suave de la cual no pude identificar el cantante, pero era tranquila y ayudaba a calmar mis pensamientos.

  Cuando se abrieron las puertas en mi piso, la música suave fue opacada por una más movida que venía de mi departamento. Los parlantes estaban casi el tope de su capacidad, porque sentía el lugar vibrar al ritmo de la música.

   No me sorprendí al abrir a la puerta, encontrarme con una Roxi, en su delantal rosa con dorado, bailando al son de una clásica canción de los 80'. Sonreía descaradamente a todas sus preocupaciones, me quedé en el marco de la puerta sólo observando su actuación.

    Se volteó melodramaticamente, como en las escenas de las películas, agitando su melena rubia suelta al aire. Tardó unos segundos en entender quién era. Corrió hacia mí, y tomando mis muñecas me llevo hacia su pista de baile improvisada. Me moví con ella al ritmo de la música, ignorando si lo estaba haciendo bien. Me hizo dar una vuelta y cantamos a todo pulmón el estribillo, en una especie de inglés básico y raro.

    — "She's a maniac, maniac I sure know
And she's dancing like she's never danced before" *¹ —ambas sosteníamos micrófonos imaginarios para cantar—.

   Cuando la canción acabo, sentía mis pulmones desesperados por un poco de aire. Nos miramos todas despeinadas y cansadas por inventar pasos extravagantes para la melodía, y sólo comenzamos a reír.

  Nos tiramos al piso, lado a lado, tratando de controlar el ataque de risa que teníamos. Hasta que nos calmamos había pasado un largo rato. El departamento sólo estaba habitado por nuestras risas, ya que Roxana solamente había seleccionado una canción en el reproductor.

La escasa luz que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora