Capítulo dieciocho
Odio la rutina.
Es extraño porque por mucho tiempo la sentía como parte de mi normalidad. Sin embargo ahora que no tengo que impresionar a nadie, ni estar bajo la constante vigilancia de mi padre, me doy cuenta que odio la rutina. Es una horrible forma de esconderme de lo que realmente quiero hacer. Ayer con Roxi aprovechamos a ir al cine dado que Emiliano jamás volvió del trabajo. El lugar es simple comparado a la capital, pero la emoción de algo nuevo lo hizo el lugar más maravilloso de todos.
Tal vez eso me ayudó a despertarme con esta sensación de optimismo dentro mio. Me quedé un momento observando las estrellas que decoraban el techo. Note las delicadas pinceladas. Habían sido dibujadas con dedicación y cariño. Claramente ella quería tener el cielo estrellado sobre sí.
Hoy es mi primer día en mi nuevo trabajo, no puedo darme el gusto de llegar tarde, por lo que me levanto. El departamento en estos momentos se halla habitado por mí nada más. Al parecer, tanto Roxana como Emiliano han abandonado el lugar temprano. Si es que él volvió en algún momento de la noche.
Corrobore la hora, recién son las 09:10 am, por lo que puedo ir caminando hasta al local e incluso llegar temprano. Quiero verme profesional pero a la vez juvenil, así que me hago una coleta alta, acorte un poco mi proceso matutino de belleza. No confío en mí con lo que respecta a la administración del tiempo.
Tomo mi campera ya que imagino que afuera los vientos de otoño están haciendo de las suyas. Junto a mi celular están las llaves de Emiliano. Él me dejó una nota al lado:“Suerte en tu primer día niña de ciudad.
No olvides cerrar antes de irte.
Cordialmente, el idiota.”Así que no solo volvió anoche, sino que se dio cuenta que todavía no había sacado una copia de la llave ¿Cómo es posible que esté atento a estos detalles? Incluso aún recuerda como lo llamamos con Roxi.
Guardo la nota en mi bolsillo con la esperanza de que ese deseo de suerte sea suficiente para bendecir mi día. Me tomo un momento para apreciar mi reflejo en el espejo, me veo realmente bien, fue una buena decisión usar mi máscara de pestañas favorita. Es momento de irme.
El hombre de la recepción aun me mira raro, creo que aun no memoriza mi rostro, pero no se molestó en decirme nada cuando me fui. El aire fresco en mis pómulos es placentero. Debo admitir que amo el otoño y la primavera, son mis estaciones favoritas, por lo que ver las hojas secas en el suelo me saca una sonrisa. La estación de a poco se asienta en la ciudad, con un clima no lo suficiente frío como para tener que salir tapada con una frazada y no tan caluroso para olvidar la campera. Me siento ligera y parte de la brisa.
Tardo aproximadamente treinta minutos en llegar al local, como sospechaba. Está vacío, aunque es obvio porque todavía está cerrado. Toco la puerta esperando no haber llegado antes que mis jefas y solo tener que esperar paciente a que me reciban. A través del vidrio veo a Juana salir de la cocina alegre, sacó un gran manojo de llaves y me invita a entrar al calor del lugar.
– ¡Que puntual! Tu uniforme está en la oficina, cuando termines pásate por la cocina.
Sigo sus indicaciones con una genuina sonrisa para mi sorpresa. La emoción recorre cada parte de mi cuerpo. El modelo de uniforme es igual al de Juana, solo que más pequeño. Me lo coloco por encima de mi camiseta, me queda perfecto, tal vez algo ajustado en la cintura, pero no tanto para que sea incómodo. Doy un par de vueltas modelando para mi. Me encanta.
En la cocina estaban reunidos los tres. Mirta, Juana y Jorge. Este último es un hombre robusto, pero muy alto, con una apariencia impecable. Tiene todo su espacio de trabajo con una pulcritud admirable. Él es el primero en acercarse, me da un fuerte abrazo que correspondo incapaz de esconder mi energía. Mirta da una carcajada ante mi reacción. Por lo general no soy así de afectuosa pero hoy no puedo evitarlo.
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La escasa luz que compartimos
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