Cap 26

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Gabriela

El avión aterrizó suavemente en Cancún. El calor nos envolvió de inmediato cuando bajamos, y por primera vez en lo que parecían meses, me sentí libre. El aire salado del mar llegaba hasta el aeropuerto, dándome una sensación de alivio que no había sentido en mucho tiempo.

Gabriela, por supuesto, no perdía el entusiasmo ni un segundo.

—¡Bienvenida al paraíso! —exclamó, estirando los brazos hacia el cielo despejado—. Vamos, Marcela. Nos esperan el sol, la playa y los cócteles.

Tomamos un taxi hacia el hotel que habíamos reservado de antemano. El trayecto fue rápido, y cuando llegamos, el lugar superaba todas mis expectativas. Un resort frente a la playa, con palmeras y el sonido de las olas de fondo. Gabriela estaba en su elemento, emocionada por todo lo que nos esperaba.

—Esto es justo lo que necesitábamos, Marcela. —Me miró mientras recogíamos las llaves de nuestra habitación—. Nada de problemas, nada de mafias… solo diversión.

No pude evitar sonreír. Estaba comenzando a sentir esa energía relajada de Gabriela, y por primera vez en mucho tiempo, me permití disfrutar del momento. Subimos rápidamente a la habitación, dejamos nuestras cosas y, sin pensarlo dos veces, Gabriela ya estaba revolviendo su maleta en busca de su vestido de baño.

—¡Hora de la playa! —anunció, sacando un bikini de colores vibrantes y mostrándomelo con una sonrisa traviesa.

Me reí, contagiada por su entusiasmo. Saqué mi propio traje de baño, algo más discreto pero cómodo. No iba a mentir: la idea de simplemente relajarme en la playa, sintiendo el sol en mi piel y el agua refrescante, sonaba como el paraíso mismo.

Nos cambiamos rápidamente y, en cuestión de minutos, ya estábamos bajando hacia la playa. El sonido de las olas, las risas de la gente y el aroma a coco y mar me hicieron sentir como si estuviera en otro mundo.

Gabriela corrió hacia el agua, agitando los brazos como si fuera una niña pequeña. Yo la seguí más despacio, permitiéndome disfrutar del momento. Cuando el agua tocó mis pies, una sensación de paz me invadió. Era como si todo el peso de las últimas semanas se hubiera desvanecido.

—¡Esto es vida! —gritó Gabriela desde el agua, chapoteando y riendo.

Me sumergí poco a poco, sintiendo el agua refrescarme. Por un instante, dejé que todo se desvaneciera: los problemas, las peleas, el caos. Aquí, en esta playa, todo parecía sencillo. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz.

Gabriela nadaba a mi alrededor, hablando de todo lo que planeaba hacer en los próximos días: fiestas en la playa, excursiones, noches de cócteles bajo las estrellas. Y aunque yo no estaba segura de si quería todo ese alboroto, su entusiasmo me contagiaba.

Después de un rato, salimos del agua y nos tumbamos en la arena bajo una sombrilla. Gabriela pidió unas bebidas y, con un cóctel en mano, me lanzó una sonrisa cómplice.

—Te dije que esto sería divertido. Y apenas estamos empezando.

Sonreí, sintiendo que, al menos por ahora, tenía razón.

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El sol comenzó a ponerse mientras nos tumbábamos en la playa, disfrutando de la tranquilidad y el ambiente. Después de un rato, Gabriela se incorporó, mirando su reloj con una sonrisa pícara.

—Creo que es hora de cenar —dijo, levantándose y sacudiendo la arena de su piel.

Asentí. Habíamos pasado toda la tarde en la playa, y la idea de una cena relajante en el hotel sonaba perfecta. Nos dirigimos de regreso a nuestra habitación, nos duchamos rápidamente y nos cambiamos para la cena. El restaurante del hotel tenía una vista espectacular de la playa, iluminada por faroles y velas que le daban un aire mágico.

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora