Extra- el encierro

11 1 0
                                    

Era un día como cualquier otro, o eso pensé al despertar. Los primeros rayos de sol se colaban por las cortinas mientras la casa permanecía en silencio. Marcela, tan pequeña y llena de energía, corría de un lado a otro jugando con sus muñecas. Yo la observaba desde la cocina, sonriendo. No sabía que esa sería la última vez que vería su sonrisa, que sentiría su abrazo

Todo comenzó con una llamada. Damiano entró al despacho, cerrando la puerta detrás de él. Siempre había sido reservado con su trabajo, pero ese día algo cambió. Lo vi salir de esa habitación con una mirada que nunca había visto antes: fría, calculadora... distante. Me miró como si ya no fuera su esposa, sino un problema que necesitaba resolver.

No entendí lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde. Estaba sirviendo la mesa cuando escuché el golpe seco de la puerta principal cerrarse con fuerza. Intenté correr hacia Marcela, pero dos hombres me interceptaron. Sentí el frío del metal en mis muñecas cuando me esposaron y me llevaron hacia el sótano. Mi mente no podía procesar lo que estaba ocurriendo. Grité, lo llamé por su nombre, pero él no dijo una palabra. Solo me observó desde la distancia, con esa misma expresión vacía.

—Es por el bien de nuestra hija —fue lo único que dijo antes de dar la orden.

Fui arrastrada por esos hombres mientras mi corazón se rompía en mil pedazos. Todo era tan rápido, confuso. Intenté luchar, pero no sirvió de nada. Me llevaron a una celda oculta, en lo profundo de nuestra propia casa. Las paredes eran de cemento, frías y desprovistas de vida. Allí me encerraron, y con el tiempo, me di cuenta de que no tenía escape.

Escuchaba a Marcela jugar arriba, reírse, preguntar por mí... pero jamás le respondían. Con el paso de los días, su voz se apagó, y lo que quedó fue el eco de mi soledad.

Damiano me visitaba de vez en cuando, pero no por compasión. Venía para recordarme por qué estaba allí. Me decía que era peligrosa para Marcela, que mi presencia pondría en riesgo su futuro. "Nuestro trabajo es protegerla", decía con esa voz monótona y calculadora, como si lo que hacía estuviera justificado.

Los años pasaron, y mi pequeña Marcela creció sin mí, creyendo que su madre la había abandonado. No supe cuándo dejó de preguntar por mí. Lo que más me dolía no era el encierro, sino saber que Damiano le estaba arrebatando su infancia, su derecho a conocer el amor de una madre. Todo por su ambición y ese enfermizo deseo de controlarlo todo.

Cada día, en esta prisión, mi único consuelo era la esperanza de que algún día Marcela sabría la verdad, que no la había dejado. Que siempre la había amado, incluso desde las sombras de este lugar oscuro y frío

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora