Cap 28

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Viktor

El humo de mi cigarro se dispersaba en el aire, pero no lo suficiente para ahogar la sensación de su presencia en la habitación contigua. Sabía que estaba ahí. Cada rincón de esta maldita casa la sentía, como si su esencia se hubiera fundido con las paredes. La dejé ir por un momento, solo lo suficiente para que pensara que tenía el control. Pero ahora estaba de vuelta. Porque sabía, al igual que yo, que no podía huir de lo inevitable.

Observé el reflejo de las luces de la ciudad en la ventana, mi propio reflejo distorsionado en el cristal, recordándome que no existía un Viktor sin Marcela. En cuanto entró de nuevo en mi vida, se convirtió en mi mayor debilidad y en mi más poderosa arma. Y, al mismo tiempo, en mi maldición.

El sonido de pasos en el pasillo me sacó de mis pensamientos. Sabía que era ella. No tenía que verla para sentir cómo su energía vibraba en el aire, cómo su mera presencia alteraba el equilibrio de todo. Apagué el cigarro con un gesto brusco y me giré justo cuando Marcela apareció en el umbral de la puerta.

Nos miramos, como siempre lo hacíamos, con una mezcla de rabia y deseo. La misma dinámica que nos había arrastrado desde el principio. Sabía que estaba furiosa. Podía verlo en sus ojos, en la tensión de sus músculos, pero lo que no entendía era que esa furia solo la ataba más a mí.

—¿Crees que puedes encerrarme aquí y pensar que todo estará bien? —preguntó, su voz afilada, llena de veneno.

Sonreí, una sonrisa vacía, sin calor. Había aprendido a manejar su ira, a usarla como una herramienta. La furia la cegaba, pero también la volvía mía, más de lo que quería admitir.

—No te estoy encerrando, Marcela. Solo estoy asegurándome de que estés donde perteneces —respondí con calma, acercándome a ella, midiendo cada paso como el cazador que se acerca a su presa.

Su mirada se endureció, pero no retrocedió. Nunca lo hacía. Esa era una de las cosas que me fascinaban de ella. Su voluntad, aunque al final siempre cediera a la oscuridad que compartíamos.

—No soy tu prisionera —siseó, su cuerpo tenso, como si estuviera lista para atacar.

Me detuve justo frente a ella, lo suficientemente cerca para sentir el calor que emanaba de su piel, la electricidad que siempre surgía cuando estábamos juntos. Alcé una mano, rozando su mandíbula con los dedos, un toque suave, pero cargado de amenaza.

—Nunca lo has sido. Eres mucho más que eso. Eres parte de mí, Marcela. Y por mucho que luches, sabes que siempre volverás aquí, a este infierno, conmigo.

Su respiración se aceleró, y aunque trataba de mantener el control, pude ver el leve temblor en sus labios. Sabía lo que estaba haciendo, lo que ella intentaba resistir. Pero ambos sabíamos que esa resistencia no duraría.

—No tienes idea de lo que estás provocando —murmuró, su voz temblorosa, pero firme.

—¿Tú crees? —respondí, inclinándome más cerca, dejando que el aire entre nosotros se volviera pesado, casi insoportable—. Conozco cada una de tus reacciones, cada uno de tus miedos. Y lo que te aterra no es que te controle, es que te guste estar aquí, conmigo, en este abismo que compartimos.

Ella cerró los ojos un momento, como si intentara bloquearme, pero cuando los abrió de nuevo, vi algo más que desafío. Vi la verdad. Lo que ambos sabíamos pero ninguno admitía en voz alta.

—Viktor... —comenzó, pero no pudo terminar.

Antes de que pudiera decir más, la atraje hacia mí, con una fuerza que no dejaba lugar a dudas. Nuestros cuerpos chocaron, y antes de que pudiera replicar, la besé. Un beso cargado de rabia, deseo y algo más oscuro. Ella respondió de inmediato, su resistencia cediendo como siempre lo hacía, porque sabíamos que esto era inevitable.

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora