Cap 46

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Marcela

El primer mes encerrada en esa celda oscura y húmeda fue un infierno que nunca había imaginado. No solo tenía que lidiar con el encierro, sino también con el embarazo que comenzaba a mostrar sus primeras señales, como náuseas y un cansancio abrumador. Cada día me sentía más débil, pero no podía permitirme flaquear. Tenía que mantenerme firme, aunque el mundo a mi alrededor pareciera desmoronarse.

Gabriela y Sofía estaban conmigo, lo que al menos hacía el encierro un poco más soportable, aunque la realidad nos golpeaba fuerte a todas. Gaby, como siempre, trataba de mantener el ánimo arriba, diciendo tonterías o burlándose de la situación, pero podía ver la desesperación en sus ojos. Sofía estaba más callada, distante, como si todavía no terminara de procesar todo lo que habíamos pasado. Yo, por mi parte, luchaba contra el miedo que me inundaba cada vez que sentía las pisadas de Franco acercarse.

Él venía de vez en cuando, siempre con esa sonrisa de suficiencia. "Tú y nuestro hijo estarán a salvo aquí", repetía como si esas palabras fueran capaces de tranquilizarme. Mi hijo. Sentía la pequeña vida creciendo dentro de mí, y aunque me aterraba la idea de que naciera en ese mundo de oscuridad, también me daba fuerza. No podía dejar que Franco me controlara, ni a mí ni al bebé. Cada vez que venía a verme, le mostraba una expresión fría y desafiante, aunque por dentro me retorcía de miedo.

Los días pasaban lentamente. Apenas había luz, y las paredes de piedra parecían cerrarse más con cada día que pasaba. Las noches eran las peores. A veces me despertaba sobresaltada, con la sensación de que Franco o alguno de sus hombres estaban cerca, observándome. Pero siempre era solo la oscuridad y el silencio. Gabriela y Sofía, por su parte, también luchaban a su manera. Sofía todavía no era la misma de antes; sus ojos revelaban un dolor profundo que las bromas de Gaby no podían curar.

El hambre no era un problema, pero la comida era miserable. Fría, insípida, y apenas suficiente para mantenernos. Me forzaba a comer por el bebé, aunque cada bocado se sentía como una traición a mi cuerpo. Gaby, en cambio, a veces se negaba. Decía que prefería morirse de hambre antes que seguir viviendo así. Pero no podía permitirme perderla también, así que la convencía, a veces con palabras amables, a veces con mi propia desesperación.

Finalmente, después de lo que parecieron siglos, llegó el segundo mes, y algo cambió. Franco vino a vernos, pero esta vez no fue para soltar su habitual sermón sobre cómo yo y el bebé estaríamos "seguros" con él. En lugar de eso, dijo que nos sacaría de la celda. Nos miró a cada una, como si esperara gratitud, pero todo lo que yo sentía era odio. Nos llevaron a otras habitaciones. Habitaciones individuales, sí, pero en esta mansión que parecía un laberinto de opulencia y pesadillas.

Mi nueva habitación era más grande que la celda, pero no por eso menos aterradora. Había una cama cómoda, algo de luz natural que entraba por una pequeña ventana, y hasta un baño privado. Era un alivio no sentir el frío de la piedra todo el tiempo, pero aún así, no podía dejar de sentirme prisionera. Franco seguía controlando todo, cada movimiento, cada respiración.

Gaby y Sofía también obtuvieron sus propias habitaciones. Me preocupaba por ellas, sobre todo por Sofía, que había estado tan callada últimamente. Me aseguré de visitarlas siempre que podía, aunque los guardias nos mantenían bajo constante vigilancia. Franco podía habernos sacado de la celda, pero no éramos libres.

El segundo mes comenzó, y aunque el encierro físico era menos opresivo, el miedo seguía allí. Sabía que Viktor estaría buscándome, pero no sabía si lo lograría. Tenía que seguir luchando, por mí, por mi bebé, y por mis amigas

Al segundo mes, mi cuerpo empezó a cambiar de maneras que no esperaba. Sentía el peso de la tensión, la constante incertidumbre de estar bajo la mirada de Franco y sus hombres. Aunque me había sacado de la celda y ahora tenía una habitación un poco más digna, la opresión no se había desvanecido. El ambiente en esa mansión era tan pesado como el aire que respiraba, y la presión constante me estaba afectando. Cada día que pasaba, notaba cómo mi cuerpo se debilitaba un poco más, y empecé a perder peso. No era algo drástico al principio, pero era suficiente para que mi ropa comenzara a quedarme suelta, como si mi cuerpo estuviera rebelándose contra todo lo que estaba pasando.

THE PRICE OF DESIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora